La gripe “española” y la “generación perdida”

La gripe “española” y la “generación perdida”

UN SISTEMA DE SALUD COLAPSADO. Hospital militar de emergencia en Camp Funston (Kansas, Estados Unidos), durante la epidemia de Gripe Española. UN SISTEMA DE SALUD COLAPSADO. Hospital militar de emergencia en Camp Funston (Kansas, Estados Unidos), durante la epidemia de Gripe Española.
03 Enero 2021

Por Daniel Muchnik, Periodista y escritor; miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo.-

En 1918, la formación de los médicos era deficiente, aunque desde 1910 Abraham Flexner había empezado a hacer campaña en favor de una educación profesional rigurosa y normalizada. Aún no se habían inventado los antibióticos (lo lograron en medio de la Segunda Guerra Mundial) y era relativamente poco lo que las personas podían hacer cuando enfermaban. La religión era la principal fuente de consuelo. La gente veía la muerte de un modo diferente. Era una permanente visitante y todos tenían menos miedo.

Las películas eran mudas y los teléfonos escaseaban. La aspirina había empezado a ser usada en 1890 gracias a las investigaciones de un laboratorio alemán (Bayer). No había aviones comerciales, pero sí submarinos y los barcos de vapor surcaban los océanos a una velocidad de 12 nudos (unos 20 kilómetros por hora). Henry Ford había puesto en circulación su modelo T, pero los coches eran un artículo de lujo, incluso en Estados Unidos. Pese a los avances gracias a la teoría de los gérmenes, las poblaciones eran mucho menos saludables que las actuales.

La causa principal de una mala salud seguían siendo las enfermedades infecciosas. En 1917, cuando Estados Unidos ingresó en la Primera Guerra Mundial, en el continente europeo comenzó a llamar a los reclutas. En el examen médico que se practicaba, de los 3 millones y medio de hombres sometidos a revisación, unos 550.000 fueron declarados no aptos. Casi la mitad de los restantes tenían alguna deformidad física que muchas veces era prevenible o curable.

Significados de la peste

También en 1918 el término “peste” significaba algo concreto. O la peste bubónica con sus variantes, la neumónica y la septicémica. Con ese mismo término se designaba a cualquier enfermedad peligrosa que atacara de sorpresa. Había focos geográficos con residuos de la "peste negra" que devastó a la Europa medieval. En Inglaterra su última aparición coincidió con lo que se llamó "gripe española". Su surgimiento no tuvo nada que ver con la península ibérica.

Como el resto de Europa y Estados Unidos, así como también Alemania y el Imperio Austrohúngaro estaban sumidas en el conflicto (Rusia había logrado la paz en 1917), los diarios de esas naciones sufrían censura militar estricta. Sólo informaban las noticias que surgían de los despachos oficiales que "tapaban" las derrotas, exaltaban las victorias y ocultaban los errores estratégicos. España, que no participaba de la guerra detallaba en sus crónicas a raudales la peligrosa pandemia que se llevó 50 millones de seres humanos en la medida que se expandió por el mundo. De allí quedó la carga de gripe "española", de un país que también la padeció.

En las ciudades ya había electricidad y los tranvías existían como medios de locomoción después de algún tiempo en que eran tirados por caballos. Pero en el interior de los países, en las provincias, se usaban los carros, las galeras y las mulas. El caballo era imprescindible tanto para los civiles como para los soldados y para el transporte de cañones y otros equipos pesados.

Origen y expansión

La "gripe española" empezó en realidad en los cuarteles de los soldados en los Estados Unidos. Los memoriosos señalan el 4 de marzo de 1918 como el día del inicio. Un cocinero de un campamento en Kansas visitó la enfermería con irritación de garganta, fiebre y dolor de cabeza. Una hora después los médicos tenían que atender más de un centenar de casos. No hay seguridad total de este hecho. Otros especialistas en realidad atribuyeron el origen a la suciedad y el colapso dramático de las trincheras. Los combatientes debían pelear en medio de las ratas y los muertos que no habían podido ser enterrados cuando el tiempo lo demandaba.

En abril de 1918 la gripe era una epidemia en el interior de los Estados estadounidenses, en las ciudades de la costa este del mismo país, donde embarcaban los soldados para Europa, y en los puertos franceses donde desembarcaban. Desde el frente se propagó por toda Francia.

DOS EXPONENTES MAYÚSCULOS DEL PERIODISMO Y LA LITERATURA. John Dos Passos y William Faulkner, agasajados por sus admiradores. DOS EXPONENTES MAYÚSCULOS DEL PERIODISMO Y LA LITERATURA. John Dos Passos y William Faulkner, agasajados por sus admiradores.

Desde allí a Gran Bretaña, Italia y España. En mayo enfermó el rey de España Alfonso XIII. También el presidente del Gobierno ibérico y la mayoría de sus ministros. Ese mismo mes se extendía por Alemania.

Aterrizó en el norte de Africa en ese mayo fatídico, rodeó luego ese continente y apareció en la India y en el norte de China. Esa fue la primera oleada de la pandemia, que fue relativamente leve. Creó trastornos pero no pánico. Los países enfrentados sufrieron: enfermó tres cuartas partes de los soldados franceses y más de la mitad de los británicos. Muchas unidades quedaron paralizadas. La realidad en el frente de la guerra era espantosa.

Segunda ola

En agosto de 1918 la fiebre regresó transformada. Esa segunda ola fue letal. Pegó en Suiza. El psicoanalista Carl Gustav Jung dirigió por entonces campos de recuperación de oficiales británicos en las montañas. En septiembre Franklin D. Roosevelt (luego presidente de su país a lo largo de la Gran Depresión y en la Segunda Guerra Mundial), que era entonces un joven subsecretario de la Marina norteamericana, fue un enfermo más. Años más adelante lo castigaría la poliomielitis que lo postró. Lo mismo ocurrió con el presidente Woodrow Wilson.

Luego le tocó el turno al Káiser alemán Guillermo, que abdicó tras la derrota. Todos los países ya habían implementado la cuarentena estricta. Las fotografías muestran a enfermeras y médicos con barbijos.

Tercera y cuarta

A principios de 1919, gozando de la paz emergió la tercera ola y tras ello la cuarta. Se cree que fue la gripe la que mató al gran profesor en la enseñanza de la política Max Weber.

Quien estaba enfermo por la gripe comenzó a tener problemas para respirar entre la segunda y tercera ola. La neumonía bacteriana -hay consenso sobre el tema- fue la causante de la mayor parte de los muertos. Los cambios de colores determinaban la presencia de la peste en los enfermos. El negro, por ejemplo, apareció en las manos y en los pies y se extendía al abdomen. Un amigo del poeta francés Gillaume Apollinaire y su mujer los encontró en su piso completamente negros. Las mujeres embarazadas que contraían la gripe sufrían abortos prematuros. A las víctimas se les caían los dientes y el cabello. Los enfermos sufrían mareos, insomnio, pérdida de audición y visión borrosa.

En el medio de la guerra civil en Rusia y de la epidemia hubo ciudades ocupadas por saqueadores, criminales y prostitutas. El escritor ruso Isaak Babel relata esta anarquía en su libro Cuentos de Odesa, conocido en 1921. Víctima del stalinismo, Babel fue ajusticiado en 1941 por los servicios secretos que lo consideraban un traidor con conexiones en el exterior. Una patraña.

La gripe era causada por un virus, casi veinte veces más pequeño que una bacteria, no se lo podía ver en un microscopio. En Latinoamérica se lo confundió con el dengue. Pero no faltaban médicos que lo confundían con el tifus. Llegó a la Argentina atenuado, y se calcularon en 17.000 las víctimas. En la India murieron 18 millones, ocho millones más que todas las pérdidas humanas en los enfrentamientos de la Primera Guerra Mundial.

“Años locos”

Entre 1922 y 1928 se dominó la pandemia. Coincidentemente, la década del 20 fue pródiga en los Estados Unidos, que se transformó en primera potencia mundial desplazando a Inglaterra que terminó la guerra muy endeudada y con gran proporción de víctimas entre la gente joven entre 18 y 21 años de edad.

Aumentó por entonces la esperanza de vida. Fue el esplendor de los "años locos", del alcoholismo, la libertad sexual y la promesa entre todos que no se desencadenaría una nueva guerra.

En los "años locos" muchos sobrevivientes de la "gripe española" terminaron con enfermedades neurológicas y en hospitales psiquiátricos. Más otros males, como delirios y alucinaciones.

El compositor húngaro Bela Bartok tuvo una grave infección en los oídos que intentó curar con opiáceos. Al pintor noruego Edvard Munch se lo tiene por un alienado, un enajenado. Era un melancólico, que contrajo la peste en dos oportunidades. En esos años creó autorretratos y retratos como su famoso y desesperado "El grito". Después entró en una etapa eufórica y usó colores claros que confirmaban que la visión y la fuerza no habían desaparecido en él.

El arte no fue el mismo después de la "gripe española". Se produjo una ruptura violenta en la pintura, en la escritura, la arquitectura y el diseño. Dos víctimas de la pandemia fueron dos genios del arte pictórico: los austríacos Gustav Klimt y su discípulo, el talentoso creador Egon Shiele, de 28 años. La de Shiele fue una verdadera tragedia. Primero la peste se llevó a su mujer embarazada, después a su hijo y finalmente a él.

Los años veinte mostraron escritores de gran vuelo como Scott Fitzgerald, Ernst Hemingway, John Dos Passos, de quien los periodistas del mundo aprendimos el valor de la estupenda narración de una crónica. Se los llamó "la generación perdida".

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