El temor al contagio debió quedar atrás

Hace un año y medio volvió de Buenos Aires, donde vivía con su hija. Estaba desempleada y regresó a su Tucumán natal con una mano adelante y la otra atrás. Había trabajado en el rubro farmacéutico. Sin empleo fijo, María Cristina Rodríguez debió enfrentarse a la adversidad. En octubre de 2019 surgió la posibilidad de subirse a un taxi para trabajar en las calles de la capital tucumana.

No dudó un instante y, a pesar de los primeros tiempos en los que debía enfrentarse a los comentarios machistas, empezó a ganarse un territorio. “Al principio me costó ubicarme -revela-. En un taxi, lo primero que hay que aprender es a saber moverse por determinadas zonas, con qué tipo de pasajeros y en qué horarios”.

Pero llegó la pandemia y la realidad volvió a poner un obstáculo. “El primer mes de la cuarentena obligatoria fue lo más difícil porque tomé la decisión de no salir a trabajar en el auto -detalla- para darle prioridad a la salud de mis padres, no quería ponerlos en riesgo”.

“Ellos viven en Alderetes y como en ese momento no se sabía mucho sobre el virus, decidí que ellos se quedarían en su casa, sin salir, y que yo les iba a llevar todo lo que necesitaran para el día a día -explica-; entonces me tuve que hacer cargo de mi hija y de mis padres y sin ingresos”.

Ahora, con las restricciones cada vez más flexibles, el escenario es diferente. Sin embargo, dice que no es buena señal ver tanta relajación de la gente. Aunque destaca que hay otros más responsables: “tengo pasajeros que al subir me piden permiso para rociar un sanitizante y eso me parece muy bien”.

El transporte público fue uno de los más golpeados. Al principio de la cuarentena los tucumanos no quería subir por temor al contagio. “Lo que deberíamos aprender de la pandemia es a recuperar el amor al prójimo -dice Cristina-; sin respeto hacia el otro, no hay respeto por uno mismo y así estamos como estamos”.