Los mensajes también usan barbijo

Los mensajes también usan barbijo

Los malos ejemplos se llevaron la autoridad y los gestos devaluaron las palabras en la Argentina donde el que gobierna no manda. Y en la provincia en la que de las peleas se pasan a los pactos, para solucionar la continuidad...

En este último domingo del año, la agenda de 2021 ya empieza a tener anotaciones. El primero de enero la Unión Europea ya tendrá un miembro menos. El 20 de enero asumirá el cuadragésimo sexto presidente de los Estados Unidos. La vacuna seguirá teniendo un rol protagónico en todo el planeta por lo menos hasta mediados de año. Antes del 23 de febrero los tucumanos ya tendrán un camarista menos. Y, hasta marzo el hombre que hace lo que Cristina le indica tendrá que decidir si habrá elecciones primarias en la Argentina o no. Hasta ayer parecía que sí. Eso significaría un acto de libertad del Presidente.

El año empezó a despedirse esta semana que no volverá nunca más. La ansiedad porque 2020 se vaya adelantó algunos adioses. Los diciembres suelen ser tan tumultuosos en la Argentina que las reflexiones, los balances, las ideas que pueden regir el futuro quedan guardadas para otros momentos. Curiosamente, las autoridades no dan mensajes. Se los llevan a marzo, que es cuando se los ordena la Constitución.

El mensaje es un recado que le deja una persona a otra. Implica un compromiso. A veces tiene solemnidad pública, cuando quien lo emite es una autoridad. Precisamente, eso es lo que 2020 se lleva en su valija. Entre tantas muertes que ha producido, el año de la pandemia sepulta el cuerpo inerte de la autoridad.

No hace falta recordar cómo, cuando el Presidente nos miraba a los ojos desde su pantalla, todos los argentinos acataban como si un padre nos hablara. Tampoco es necesario retrotraerse a mayo para tener presente cuando el gobierno tucumano nos decía cuándo salir de casa, cómo protegernos y por dónde caminar. La autoridad funcionaba. Era el auténtico equilibrio entre la libertad y el poder, como lo definió el sociólogo Emmanuel Levy.

Pero todo duró poco. Los malos ejemplos, que no son otra cosa que la acostumbrada forma de hacer algunas cosas, se llevaron la autoridad. La desequilibraron en favor del poder y en detrimento de la libertad. El lema aquel de “vos escuchalos y después nosotros hacemos lo que nos parece” se convierte en un paradigma que conforma a quienes manejan el poder, pero le hace un gran daño a la relación libre entre representantes y representados.

Por eso no hay mensajes. Porque ni quien los emite puede defenderlos mucho. No hay mensajes, ni discursos. Los pocos que hubo los hizo Cristina, por carta. Rara forma de comunicarse porque no estaban dirigidos a sus votantes, ni a su gente, sino que eran como una orden de gobierno, pese a que el Presidente le haya aclarado que hizo lo que ella le ordenó.

Quedó claro que hacen falta los mensajes. Cuando se los dieron, las imágenes de los dirigentes subieron y la sociedad se sintió más segura. Pero, este fin de año, nadie habla. El voto no congela el diálogo hasta la próxima elección. En España el rey da su mensaje todos los fines de año. Suelen hablarle a las autoridades, a los que gobiernan. Este 2020 Felipe VI le habló a la gente y, al decir del columnista de La Vanguardia, Fernando Onega, “trató de mostrar como es y como piensa y no como quieren que sea y piense”.

“Los principios éticos están por encima de consideraciones personales o familiares”, señaló Felipe VI dejando el mensaje que aunque sea el destino de su padre el que está en juego, primero están las obligaciones y la ética. Claro, este mensaje no podría escucharse en esta provincia donde el sistema está armado para privilegiar el entramado familiar y de amistad de los candidatos y donde los desatinos se encubren institucionalmente abusando de la administración pública.

Una costumbre muy argentina es que sí hay mensajes y que ellos son los gestos, no las palabras. Claro, es muy cómodo porque nadie dice nada y todos interpretan los gestos. Así se ha ido devaluando la palabra.

En Tucumán hubo dos “mensajes” -gestos, en realidad- muy fuertes. Uno salió del Poder Ejecutivo, que decidió comprar otro avión y gastar 4 millones de dólares en eso. Justificar su necesidad siempre va a ser fácil. Lo difícil es entender la oportunidad en medio de guarismos de pobreza que asustan. El otro le pertenece al Poder Legislativo, donde prácticamente le firmaron el certificado de defunción al camarista Enrique Pedicone. Es hasta gracioso cómo los legisladores se encolumnaron en el mismo pensamiento que tiene el presidente de la Cámara. No hubo miramientos en la posibilidad de entender las argumentaciones e intentos de defensa del acusado. Cosa rara para un instituto nacido en la casa de las leyes, precisamente.

Entre los que le taparon la boca al camarista figura por ejemplo el legislador oficialista Javier Morof, quien cuando fue defensor del general Antonio Bussi sufrió en carne propia los avatares de estar del lado de los acusados. Salvo que su voto haya tenido algún dejo de venganza, porque en aquella época entre los que azuzaban al militar estaba precisamente Pedicone, el legislador que le fumaba los habanos a Bussi y le tiraba el humo en la cara. También es llamativa la posición de Dante Loza, un hombre que por el sólo hecho de ser un alperovichista de la primera hora padeció la lógica de que lo que importa es dónde estás o con quién estás y no la verdad o la justicia. Algo parecido podría decirse de Sara Alperovich por razones obvias. Y, lo más llamativo es el apoyo a esta postura de Walter Berarducci que llegó a la Cámara vitoreando el nombre del intendente Germán Alfaro, pero parece que en este tema no cantan la misma canción. Felizmente, todos los que tienen una banca en la Legislatura encontraron un argumento que los une y en el que, curiosamente, coinciden con el pensamiento de Osvaldo Jaldo. A él, si algo lo desveló durante este 2020 fue encontrar cómo salvar a su hijo putativo, el vocal Daniel Leiva. No hubo muchas explicaciones, los gestos y las interpretaciones podrían ser el mensaje.

Furioso clinch

Este año agoniza y no se cumple lo que siempre sucede, que es despedir con tristeza ese pedazo de vida puesto en variable de tiempo, que se nos va. Por el contrario, el fin del año más trágico en mucho tiempo convoca solamente al entusiasmo de que se vaya de una vez por todas.

En la memoria y el balance de 2020 queda que mientras la pandemia se expandía amenazante por todo el orbe, aquí los principales referentes del gobierno -nada menos que los titulares de los poderes Ejecutivo y Legislativo- se trenzaron en un furioso clinch mientras trataban de sacar ganchos cortos a las costillas del adversario. El árbitro de la pelea –el Gobierno nacional- estaba demasiado concentrado en apagar el fuego mayor como para ocuparse de separar a los contendientes y obligarlos a un boxeo con reglas. Algún prudente “consejo” habrá llegado desde Buenos Aires recordándoles que la pelea debía ser a pocos rounds porque si en las próximas elecciones se dividían, las calamidades de una derrota iban a repartirse parejamente para ambos.

Los dos “peso pesado” del poder provincial lo entendieron con bastante rapidez y de a poco fue avanzando la idea de un armisticio, que pareciera ir más allá de una simple tregua para convertirse en un acuerdo que abarque también el recambio en la gobernación en 2023. Al menos es lo que ha trascendido muy fragmentariamente de las herméticas negociaciones. Ya sabemos que la transparencia y el acceso a la información no son una característica del sistema político tucumano, así que ante el férreo silencio solo queda aventurar hipótesis.

También sabemos otra cosa: que Jaldo ha repetido hasta el cansancio que no se baja del objetivo más importante que se planteó en su vida política. Y asimismo todo indica que sancionar la reforma de la Constitución, aunque la deseen los 49 legisladores y la totalidad de intendentes y comisionados comunales, presenta para Manzur dificultades insalvables. Entonces, ¿por qué seguir tensando la cuerda y arriesgando la institucionalidad en un contexto social y económico plagado de amenazas?

Ergo, Manzur y Jaldo pactaron, o están a punto de hacerlo, con lo cual todos los actores del PJ respiran aliviados pues no deberán ser sometidos de nuevo al estrés de la división, como sucedió en 2019 con Alperovich, cuando tuvieron que hacer incómodas opciones.

¿Está mal que pacten? No necesariamente. La política no siempre es confrontación y peleas y no se conoce otra manera de superar las diferencias que no sea dialogando. Pero…. (siempre el pero) en qué consiste ese pacto o acuerdo? Las circunstancias hacen sospechar que no van a tratar temas tales como el ordenamiento de las cuentas fiscales, la adopción de medidas de austeridad y transparencia del gasto político o cuales son las obras públicas y estratégicas que Tucumán necesita, para citar solo un par de ejemplos.

Todos sabemos que los temas de esa agenda escondida bajo siete llaves pasan solamente por armonizar intereses y situaciones personales. Una especie de mercado donde se transa de qué y cómo irán cada uno de ellos y su gente. Manzur, que siempre tuvo expectativas de protagonismo nacional y también más allá del país, hace trascender que su horizonte es más ancho que esta pequeña provincia de 22.000 km². Que le encantaría irse de acá porque él ha tejido relaciones de poder en todos lados y allí están esperándolo. Pero también aclara que su expansión precisa un anclaje territorial y eso solamente lo dará la provincia. Claro, se ve obligado a aclarar que hay por ahora un pequeño problema: Cristina no le perdona lo que ella considera que son traiciones, actos desleales.

Y ahí se acaban las fantasías, y volvemos al “pacto”. No hay un pacto donde el sujeto sea el desarrollo de la provincia y se fijen los pasos y la estrategia para lograr ese objetivo. El pacto es sólo por los porotos diría un viejo truquero; y eso desazona a los tucumanos, acostumbrados ya a que nunca haya grandeza en las actitudes en la vida pública.

“Que se rompa pero que no se doble” dijo alguna vez Don Leandro Alem para explicar porque se quitaba la vida. Su lucha contra “el régimen” que gobernaba el país había sido muy dura y las traiciones y defecciones provocadas desde el poder lo atormentaban. Prefirió la muerte antes que aceptar lo que él creyó que era su derrota.

Su mejor discípulo, Lisandro de la Torre, siguió su camino 30 años después, cuando se cansó de denunciar la corrupción y los negociados del poder. Quiso con su ejemplo indicar que la dignidad no se negocia.

Yrigoyen y De la Torre se batieron a duelo porque el primero entendió que su honor había sido afectado por una crítica del santafesino, que hoy pasaría sin llamar la atención. Eran hombres de códigos éticos y de conductas morales basadas en el honor y la decencia. También Leopoldo Lugones bebió cianuro, después de proclamar la hora de las espadas, cuando el golpe militar que prohijó le devolvió a su hijo devenido en sádico policía torturador. Se le adjudica a Lugones (h) ser el inventor de la picana eléctrica.

Mensajes de la historia que seguramente los arquitectos de la moderna y joven democracia argentina aún no han podido descifrar.

Tamaño texto
Comentarios
NOTICIAS RELACIONADAS
Comentarios