Reforma previsional: no esperaban una jubilación fantasiosa, pero tampoco imaginaban acercarse a la pobreza

Reforma previsional: no esperaban una jubilación fantasiosa, pero tampoco imaginaban acercarse a la pobreza

Tres jubilados cuentan su difícil día a día y claman contra la cada vez más acentuada pérdida del poder adquisitivo de los haberes. También denuncian que el Gobierno impulsa una fórmula que no contempla la suba de precios. Este año los aumentos por decreto fueron menores a la inflación.

NAVARRO. Con 72 años, debe seguir dedicándose a la herrería. NAVARRO. Con 72 años, debe seguir dedicándose a la herrería. LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ

Tendrán toda la eternidad para descansar. Pero no ahora, no en los años que les quedan. Ahora habrá que trabajar, acompañar a los ancianos más necesitados y reclamar la jubilación móvil, esa garantía constitucional tantas veces tachada y borroneada. Ahora, mientras el Congreso trata una nueva reforma previsional, muchos adultos mayores sobrellevan su retiro de esa manera. No hay que escarbar la tierra ni hurgar en los recovecos de la ciudad para encontrarlos; basta seguir la luz del sol y ahí estarán la piel curtida, los cabellos entrecanos, la sonrisa afable.

La sonrisa muchas veces es afable a pesar de las contrariedades. Es afable la sonrisa de Miguel Navarro, que después de 45 años de aportes cobra $ 21.700 de jubilación y por eso ni siquiera piensa en dejar de trabajar, en descansar. Miguel tiene 72 años y es herrero. “A pesar de mi edad y de que soy diabético, yo sigo martillando un poco, sigo golpeando hierros para estirar la jubilación -cuenta Miguel-. Mi cuerpo todavía me permite pichulear otros $ 30.000 para mantener a mi familia, pero no sé cómo la estaríamos pasando si mi salud se hubiera deteriorado”.

Él siempre utilizó su salario para darles lo mejor a sus hijos, que se recibieron de ingenieros. Hoy vive con su mujer y sus dos hijas. La mayor es estudiante y la menor, de 20 años, tiene síndrome de Down. Miguel considera que merece una mejor jubilación debido a sus aportes, pero a esta altura descree de los representantes. “Este es un Gobierno de descarados. El presidente (Alberto Fernández) nos engañó, nos estafó. Si ya con (Mauricio) Macri habíamos perdido frente a la inflación, con esta fantochada que quiere aprobar el Congreso vamos a desaparecer del mapa”, protesta.

Prisioneros de la edad

Miguel es uno de los dirigentes del Movimiento de Jubilados del Este Tucumano (Mojet), que también integra Rubén Segovia, de 70 años. Hace tres años Rubén se jubiló. Médico, fue director del Hospital Centro de Salud y profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Tucumán. Además, desde joven se destacó por su inconformismo: mucho antes de que existiera el Sindicato de Trabajadores Autoconvocados de la Salud (Sitas), fue uno de los primeros referentes de los médicos autoconvocados.

“Yo me puedo considerar un privilegiado porque me jubilé con un cargo alto en el Centro de Salud, pero con esta inflación mañana mi jubilación puede quedar por debajo de la canasta básica. De todos modos, el gran problema es que el 50 % de los jubilados está bajo la línea de indigencia. No es un chiste, es un problema serio y es nuestra gran pelea”, asevera Rubén. En su caso, el presupuesto lo completa su señora, que tiene un negocio en el centro. Juntos crearon una familia de cuatro hijos y nueve nietos.

Como Miguel, él también se queja de que Fernández les mintió a los jubilados al prometerles, durante la campaña electoral, 20 % de aumento. “Yo diría que estamos prisioneros de nuestra edad -transmite-. Pero creo que lo peor es la indiferencia de los activos, el letargo de la sociedad. Por eso, aunque estemos viejos, nosotros no nos resignamos: estamos vivos, vamos para adelante, luchamos”.

¿Cómo va a alcanzar?

Si bien Teresa Martínez, de 71 años, acompaña a los integrantes del Mojet, en realidad su vida gira en torno al Centro de Jubilados de San José, que ella fundó en el año 93. “Empezamos en una oficinita, de a poquito, y haciendo rifas y vendiendo empanadas conseguimos comprar un terrenito. Ahora tenemos salón de fiestas, consultorio médico, enfermería, comedor. Todo eso con changuitas y las cuotitas de los socios”, se enorgullece Teresa. En el centro, ella coordina la entrega de bolsones de comida y ayuda a los jubilados que necesitan el Programa de Atención Médica Integral (PAMI).

MARTÍNEZ. Tiene 71 años y dice que no tiene medicamentos sin cargo. MARTÍNEZ. Tiene 71 años y dice que no tiene medicamentos sin cargo. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO

Dentro de casa, Teresa es una mujer casada en segundas nupcias y con una sola hija. Perdió a otra en un accidente y su primer marido desapareció durante la última dictadura. Hace siete años quedó en silla de ruedas por una fractura de fémur, aunque en los últimos meses ha vuelto a dar algunos pasos. Al igual que a Miguel y Rubén, a ella también le parece que cobra una jubilación injusta: “¿alcanzarme? ¿Cómo va a alcanzar? Una cobra un poco más de $ 20.000 y ya no accede a los medicamentos sin cargo. Yo no pierdo las esperanzas, soy una persona de mucha fe, pero también soy realista y lo que veo es que nos están matando. La verdad es que no tenemos para alimentarnos, que no tenemos para los remedios”.

Otro año de pérdidas

Miguel, Rubén y Teresa son apenas tres de los más de 260.000 jubilados y pensionados que viven en Tucumán. Aunque la Constitución garantiza el mantenimiento del poder adquisitivo de las jubilaciones, los aumentos decretados por Fernández este año estuvieron entre 0,5 % y 11,5 % por debajo de la inflación. Fueron, además, entre 5,8 % y 16,8 % menores a los que habría arrojado la fórmula de movilidad que suspendió en enero la Ley de Solidaridad. Y la Cámara de Diputados votaría antes de fin de año el proyecto oficialista que establece un cálculo que excluye como variable la inflación.

“Nosotros sabemos multiplicar, dividir, sumar y restar -ironiza Miguel-. Entendemos lo que hacen los tecnócratas despiadados como (Martín) Guzmán y siempre hemos sabido que no nos íbamos a encontrar con una jubilación fantaseosa. Pero no esperábamos ser la escoria de la sociedad”. Rubén, por su parte, llama la atención sobre una verdad evidente: “todos somos jubilados, es solo una cuestión de tiempo”.

En los años que les quedan, Miguel, Rubén y Teresa trabajarán, acompañarán a los ancianos más necesitados y reclamarán, quizá sin éxito, la jubilación móvil, esa garantía constitucional tantas veces tachada y borroneada. Ya tendrán toda la eternidad para descansar.

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