Una música tan necesaria como el aire

Una música tan necesaria como el aire

Por José Luis Conde, profesor y divulgador cultural.

16 Diciembre 2020

Beethoven vive a caballo entre dos épocas, la del Antiguo Régimen y la de los tiempos revolucionarios. Es un testigo privilegiado de hechos, que quizá como nunca se había sentido antes, provocaron en la sociedad europea de fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX la sensación de que la historia se aceleraba, tal como sentimos en estos días.

Ambos son tiempos de profunda incertidumbre porque hay paradigmas que tambalean, en los que se nos hace muy perceptible una sensación de vértigo histórico que nos apabulla y la vez nos fascina.

Aquellos fueron tiempos románticos, es decir, de individualismo y nacionalismo exacerbado. Había una vida urbana con consumos burgueses que comienza a parecerse bastante al mundo que conocemos. El consumo de las expresiones de la llamada “alta cultura” comenzó a dejar de ser algo reservado exclusivamente a los estamentos de la sociedad vinculados a la nobleza. Beethoven precisamente vive esos tiempos de democratización del arte en general y de la música llamada culta en particular; y no sólo los experimenta sino que se erige en la figura más representativa. Siente, como nunca antes lo sintió compositor alguno, que su música tiene que interpelar y estimular en quienes la reciben lo que él tiene para decir: ideas profundas de fraternidad universal y amor por la naturaleza que proceden de los preceptos del pensamiento iluminista alemán. Por eso el norte de su brújula apunta siempre al Kant del imperativo categórico que se puede resumir en una fórmula que el compositor siguió al pie de la letra a lo largo de su vida: “actúa de tal modo que la máxima de tu acción pueda ser un principio de la ley universal”.

Será mucho más que un calificado artesano de los sonidos que compone para la gloria de Dios o para el entretenimiento de los nobles. Las incomparables sinfonías de Haydn y Mozart siempre estuvieron contenidas por el marco social; en cambio a Beethoven lo anima el impulso prometeico de quitarles el fuego a los dioses para dárselo a los hombres. Se me ocurre, y quizá resulte algo forzado, que puede haber algo de esa utopía de hermandad entre los hombres (el “Todos los hombres serán hermanos” de la Novena) en la quimera posmoderna que ilusoriamente promete la revocación de todas las divergencias con la interconexión de la humanidad en el ciberespacio. Es evidente que aquel espíritu de época difiere en mucho de este, pero eso no impide señalar algunas concomitancias.

Creo que ante la incertidumbre y el desasosiego, nos brinda un discurso rotundo y profundamente afirmativo. Su música nos ofrece esas certidumbres que necesitamos casi tanto como el aire que respiramos. Hay en sus obras heroísmo, tragedia, lucha y conflicto, pero siempre hay un radiante triunfo en la conclusión.

La famosa luz al final del túnel en Beethoven nos llega de una manera tan cegadora que nos permite experimentar sensaciones de liberación. Pensemos, por poner pocos ejemplos, en el final de la Quinta sinfonía, en el final de la Novena o en el final de la música incidental para el Egmont de Goethe cuando tras la ejecución del héroe, víctima de la opresión que combatió, arremete con un himno victorioso.

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