Crece la “mano de obra” narco en Tucumán

Crece la “mano de obra” narco en Tucumán

La crisis social y económica juega a favor de los transas: cada vez les resulta más sencillo sumar personas para que trabajen para ellos. Un sistema perverso que se paga con efectivo o con una cocina o un celular. Detalles del dinero que recibe cada uno de estos eslabones. Al abrirse el tránsito interprovincial, bajó el costo de la cocaína en la provincia.

Dosis de paco secuestradas en allanamientos. Dosis de paco secuestradas en allanamientos.

El Julio Abraham dejó de ser un asentamiento para transformarse en un barrio donde los índices de pobreza siguen siendo altos. Ya no hay casas construidas con palos y plásticos, sino que de a poco se fueron construyen viviendas de material. También fue el caserío en el que más o menos se fue delimitando para abrir calles y construir cordones cuneta para acabar con ese laberinto de pasillos que hacían imposible un fácil ingreso. En poco más de una semana, el lugar fue noticia porque allí se detuvo a cinco mujeres. Una de ellas estaba vendiendo dosis de marihuana y de cocaína en plena calle. Las otras (una madre y tres hijas) fueron descubiertas cuando estaban fraccionando “papelitos”, como se denomina a las dosis de pasta base o de paco.

“No pasa nada extraño, maestro. Aquí hay cada vez más gente que se dedica a esto. La situación es grave porque la gente no tiene ni una y tampoco tiene trabajo. De algún lado tiene que sacar para comer”, señaló don Ramón, un vecino del Julio Abraham que veía pasar la mañana de un lunes cualquiera sentado sobre un tacho de pintura de 20 litros. “Perdí dos hijos por esa basura. Los dos están en la cárcel muriéndose de a poco porque no dejaron de consumir. Antes los odiaba, pero ahora no puedo decirles nada. Son mujeres que tienen cuatro o cinco hijos y no tienen nada porque no reciben planes, ni los $10.000, ni nada. Ni elecciones hay para que se rebusquen con los bolsones”, añadió con resignación.

En los barrios no hay secretos. De una manera u otra, todos se enteran de lo que sucede en cada uno de sus rincones. Saben quién está en “la fule” y cuáles son los empleos que ofrecen esas personas que, normalmente, viven en las mejores casas del lugar. “Y aquí, como en cualquier otro lugar, pagan bien por meterse ahí. A los changos les dan motos y armas para que vigilen y avisen si pasa algo malo. A las mujeres las contratan para que vendan. Y también están los que les guardan la droga y las armas. Ellos nunca tienen nada”, contó María Luisa, empleada doméstica.

¿Qué paga reciben? “Algunos reciben buena plata por mes, pero es su gente de confianza. Otros hacen esto para devolverles la plata que les pidieron prestada y que nunca la pudieron devolver y se engolosinan porque pueden recibir mucha plata sin hacer mucho; o les hacen ese favor porque les consiguieron una cocina o un celular. El drama es que después no es fácil salir. Es mejor no meterse porque después, cuando no querés saber nada, no podés salir”, agregó la mujer a LA GACETA.

Otra mirada

“El mayor problema que se está produciendo es que la venta de droga ha dejado de ser algo mal visto. Hay una aceptación entre los habitantes de los barrios más vulnerables de esta actividad ilícita. Y esta situación se está produciendo en una situación social muy grave”, explicó el trabajador social Emilio Mustafá a LA GACETA.

El secretario de Lucha contra el Narcotráfico, Juan Carlos Driollet, coincidió con el análisis. “No hay dudas de que los responsables de estas organizaciones están aprovechándose de la situación social. La captación de las mujeres no es nuevo, pero sí se está expandiendo cada vez más porque ellas si tienen algunos beneficios a la hora de afrontar un proceso penal. Pero lo que más nos preocupa es que cada vez están captando a más menores de edad”, explicó.

“La situación es complicada porque cuando la Policía detiene a una de estas mujeres se da con una dolorosa realidad: cometen este ilícito porque es el único ingreso que pueden tener. Es indiscutible que deben ser perseguidas penalmente, pero no menos cierto es que los responsables de estas organizaciones se están aprovechando de la situación”, opinó el funcionario. Mustafá informó que en los barrios más vulnerables sí están aplicando varios programas sociales para evitar este tipo de situaciones, pero se realizan de manera independiente, sin unidad de criterios y, fundamentalmente, sin coordinación. “Hemos realizado varias intervenciones que han dado grandes resultados. Consiste en organizar a los vecinos de un sector para que estén más contenidos socialmente. Y cuando eso ocurre, los transas se van hacia otros sectores”, contó.

Preocupación

El barrio La Aguada es muy similar al Julio Abraham, pero este caserío se encuentra en Banda del Río Salí. Allí, otra vez de casualidad, la Policía concretó el secuestro de cocaína más importante del año: decomisaron 6,5 kilos de la droga de una casa a la que habían concurrido para atender un caso de violencia de género. “Esa pareja no tenía fama de ser narcos ni llevaban una gran vida. Evidentemente la droga no era de ellos; seguro que la guardaban para otro. Es que aquí hay cada vez más gente que se dedica a esto porque no tiene otra manera de ganar plata. Está pésimo, pero es la realidad”, comentó Carmen.

Su vecina Dora agregó: “cada vez hay más porquería en la zona. Dicen que aquí hay más porque están llegando por el este. Pero no creo. Vaya una a saber qué está pasando, pero lo único cierto es que aquí cada vez es más fácil comprar droga”.

Driollet se mostró preocupado. “Por primera vez en la pandemia se está notando un incremento de cocaína en las calles. No sólo porque se la secuestró, sino por los procedimientos que están desarrollando las fuerzas federales en el Norte”, explicó.

Según los investigadores, en marzo, antes de que las provincias cerraran sus fronteras por el coronavirus, el kilo de cocaína costaba en la provincia U$S 4.500, pero con pandemia, llegó a un pico de U$S 7.000. En los últimos 45 días, al flexibilizarse el tránsito interjurisdiccional, su costo bajó unos U$S 1.500. Esa disminución se hizo notar en la calle: una dosis de paco, que el mes pasado tenía un valor promedio de $ 150, ahora es de $ 85.

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