Cartas de lectores
Cartas de lectores ARCHIVO LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ

- Puente

A todos los tucumanos nos llamó la atención que un tren, por primera vez, era montado en carretones para su desplazamiento. Y gracias a la carta de lectores de mi amigo Juan Esteban Campos (25/10), yo, como la mayoría de los tucumanos, nos enteramos de cuál era la razón: un puente en mal estado y clausurado. Evidentemente, la política del transporte en este país no funciona como debería, y en especial la red ferroviaria. Allá por el siglo XIX, cuando el país no lograba aún constituirse, nuestro benemérito Juan Bautista Alberdi aconsejaba: “Sin el ferrocarril, no tendréis la unidad política en países donde la distancia hace imposible la acción del poder central. Él hará la unidad de la república Argentina mejor que todos los Congresos. Estos podrán declararla una e indivisible; sin el camino de hierro que acerque sus extremos remotos, quedará siempre divisible y dividida contra todos los decretos legislativos. Si el obstáculo es económico, negociad empréstitos en el extranjero, empeñad nuestras rentas y bienes nacionales para empresas que lo harán prosperar y multiplicarse. Sería pueril esperar a que las rentas ordinarias alcancen para gastos similares”. Y la primera iniciativa de su construcción surgió de Justo J. de Urquiza, la construyó  Bartolomé Mitre, y la inauguró Domingo F. Sarmiento. Era la línea Rosario - Córdoba, precisamente la que luego fue extendida hasta la estación Sunchales de Tucumán, hoy Ferrocarril Mitre, la del problema del puente sobre el Río Salí. Y, en poco tiempo, nuestro país llegó a ser tercero en kilómetros de vías en el mundo, y todas activas. No quedan dudas de que la falta de conciencia ferroviaria se ha apoderado ya hace un tiempo en el país; hemos retrocedido siglos en solo este aspecto. Ha pasado ya un año desde que se clausuró el puente y quedamos aislados, aunque la pandemia hizo que no nos diéramos cuenta, y ahora, con las crecientes del verano, tampoco podrá ser reparado, y  los tucumanos seguiremos aislados sin poder trasladarnos en el medio más económico, mientras los responsables miran hacia otro lado. Los gobiernos han dejado al interior sin trenes, se han despreocupado de nosotros, y para dar un ejemplo, como  taficeño miro aún con asombro lo que quedó de nuestros Talleres, es una pena. Y parece que no solo nos quedaremos sin puentes ferroviarios, cuando hoy en día lo imprescindible es tender “puentes” en todos los aspectos.

Enrique Julio Ortega


- Usurpación en Villa Muñecas

Vergüenza ajena al observar el operativo llevado a cabo para desalojar a las personas que pretenden usurpar terrenos donde fue encontrada sin vida Abigail. ¿Por qué no buscó a la niña con el mismo énfasis? Con la misma cantidad de personal, tanto policial como de Gendarmería y con todos los vehículos que se hicieron presentes en el ya mencionado terreno ¿Acaso las personas con menos recursos son menos importantes que dichas hectáreas que permanecen abandonadas hace años? Bien dijo el obispo Melitón Chávez: no se actuó a tiempo, no se previno. La vida de una niña es superior en valores humanos. Sugiero a quien corresponda que esas hectáreas, que seguramente son una muy buena inversión, se mantengan limpias y con seguridad a la vista, ya que uno de los grandes errores cometidos durante este tiempo es utilizar este recurso después de que sucede un hecho lamentable.

Susana Ávila


- Covid-19

Quisiera contar lo que viví en este mes, y lo que pasé hasta que supe que era positivo. Cuando comencé a sentirme mal y ver algo raro en algunos síntomas, lo primero que hice fue dirigirme a una policlínica del noreste capitalino, en donde pude ver y vivir el abandono del sistema de salud. Aquel día había mucha gente esperando para ser atendida; el médico hacía pasar cada 45 minutos a un paciente y de esta forma dejaba todo para la guardia de la noche. En todo esto llega un taxi donde se baja un muchacho con una placa y habla con el de seguridad; adentro del vehículo  se observaba a una señora y por su cara se podía ver que estaba mal; sale una enfermera, le toma la temperatura y saturación y luego sale el médico que le hace seña a la enfermera para que vaya, y desde la puerta del centro asistencial le grita a la señora que vaya al Avellaneda u otro hospital, que allí no la podían atender. Aquí veo el primer abandono de parte del sistema de salud. Al pasar la hora y no ser atendido, llega el turno de la guardia de la noche, en donde a las 19.45 sale el médico y dice que no iba a atender, salvo los que presenten síntomas, sean positivo o una gran urgencia. Todos los que estábamos allí contábamos, por los menos, con dos síntomas, pero no se nos atendió; le explico lo que tengo y me dice tenés una angina viral. Bien, me retiro, los días pasan, sigo igual; vuelvo a los días, me atendieron de mala gana y me dice si llegás a presentar otro síntoma vemos qué hacer; por el momento no tenés nada. Todo esto de ojo, nada más, porque jamás revisó. A lo cual me terminé realizando en forma particular el hisopado, que me dio detectable. ¿Qué pasa con aquellas personas que no cuentan con $3.500 para realizarse un hisopado, y van a algún sistema de salud y son abandonados? Pero no todo termina aquí, gracias a Dios al ir al Avellaneda -porque sentía a los días un dolor en el pecho- me encuentro en una guardia con tres doctoras jóvenes. Por primera vez alguien me explica todod los pasos, qué debo hacer, qué debo tomar; me realizaron una placa y una tomografía, y por algo raro que vieron me derivan para internarme, pero aquí pude ver algo diferente a lo vivido semanas antes en la policlínica: ellas, preocupadas por cada paciente, preocupadas porque el tubo de oxígeno no andaba; las vi llamar desde su celular en busca de cama para todos; incluso al ver que el camillero no venía a llevar un paciente a tomografía, una de ellas puso al paciente en la silla de ruedas y lo llevó. Aquí pude observar la gran diferencia entre aquellos médicos y enfermeros que realmente luchan por la vida de los pacientes y la pelean contra este virus y aquellos que prefieren no atender y no involucrarse.

Víctor Alejandro Dávalos

Justo de la Vega 2.800, B° San Jorge - San Miguel de Tucumán


- Meritocracia

Una de las falacias sobre la que trabaja la derecha es el concepto de meritocracia, es decir, la valoración de la obtención del éxito material en base a la trayectoria "laboral" del individuo, ocultando el contexto en que se logra, base sobre la cual se justifica la desigual distribución de la riqueza y el poder. Además de partir de la base de esa aberración ética que es el quiste de la competencia, opuesto al valor solidaridad que propugna un cristianismo que teóricamente aquella -la derecha- profesa con devoción y hasta unción, se asienta en la mentira de que los seres humanos, en particular en esta clase de sociedades, somos iguales. Ya somos desiguales biológicamente, aún criados en el mismo medio socioeconómico y así una persona que padezca de un simple problema hormonal como el hipotiroidismo que provoca cansancio crónico y falta de atención y memoria, se encuentra en condiciones desventajosas frente a quien no lo sufre y resultaría injusto hacerlo competir con estos últimos; por no hablar de los distintos cocientes intelectuales y otras cualidades innatas que uno, por supuesto, no elige al momento de ser arrojado al mundo por la cigüeña. Y esas diferencias se convierten en abismales cuando se trata de hacer competir a individuos de distintas clases sociales, aspecto en el que la cigüeña es aún más ciega. Un individuo criado en una villa no puede competir con otro nacido en un country -ni siquiera con uno de clase media baja- tanto por carecer del sustrato biológico basado en una alimentación y sanidad distintas, como, sobre todo, por las diferentes posibilidades que les asigna a uno y otro el capital que por herencia reciben y del que parten en la loca carrera que se propone. Por no hablar del inocultable racismo de una sociedad que mira al cabecita negra con desprecio y que en la alternativa de elegirlo como empleado frente a otro de las mismas cualidades pero de piel clara inclina al empleador a preferir a este, rémora que viene desde la conquista europea de estas tierras. En esas inocultables condiciones, la meritocracia luce tan injusta, inmoral, absurda y hasta ridícula como lo sería aplaudir el triunfo de un maratonista en una carrera con una persona discapacitada.

Clímaco de la Peña Clímaco

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