Que se enciendan las pasiones, pero que no se descontrolen

Que se enciendan las pasiones, pero que no se descontrolen

“LIBERTAD”. La palabra que más apareció escrita y más repetida por los manifestantes en la plaza Independencia. “LIBERTAD”. La palabra que más apareció escrita y más repetida por los manifestantes en la plaza Independencia.

A Fernando de la Rúa se lo gritaron dos años después de haber asumido, y sin una pandemia de por medio. A Alberto Fernández y al peronismo se lo hicieron saber a tan sólo 10 meses de gestión. 

A lo largo del país, fue un común denominador la expresión que tronó en 2001: “que se vayan todos”. Envalentonados por haber ganado la calle, los ciudadanos opositores se instalaron masivamente en las plazas con consignas más que razonables: en defensa de la democracia, de la libertad de expresión, de la independencia de la Justicia del poder político, en rechazo a la corrupción, por mayor honestidad y transparencia en el manejo de la cosa pública. Pretensiones incuestionables de miles de argentinos que expusieron su malestar y exigencias a un Gobierno que no votaron. 

Sin embargo, pedir elecciones anticipadas y la renuncia de las autoridades y, pero aún, calificar de dictadura a un Gobierno con historia de haber sufrido golpes militares, resulta intolerable para algunos del PJ. Si bien les pagan con la misma moneda, ya que en la gestión presidencial anterior los cánticos de los compañeros eran similares: “Macri, basura, vos sos la dictadura”. No se arrojan flores, precisamente. Lo peligroso en este contexto de grieta extrema es que dramáticamente se verifique el principio físico de que toda acción genera una reacción igual y de sentido contrario. 

En términos políticos y sociales sería conflictivo. Porque el peronismo, siendo gobierno, no soporta que le exijan que abandone el poder, por más mala gestión que esté llevando a cabo, y menos darle la razón al adversario después de haberse unido -tapándose las narices entre muchos de ellos- para desplazar a Macri.

La cuerda no se puede tensar tanto, ni de un lado ni del otro. El resentimiento, la irresponsabilidad y el odio no puede marcar el camino. La dirigencia opositora, además de alentar estas marchas, debería ponerse al frente para darles organicidad, conducción y una guía para que los provocadores o los fanáticos no les ganen y causen un caos social. V

ale lo mismo para los peronistas, conductores y conducidos, que deben morderse por no poder salir a hacer su propia demostración de fuerza. Si la situación no pasa de los cánticos, por duros que sean, ninguna grieta destruirá el sistema, menos si la dirigencia asume las responsabilidades de la hora: unos para gobernar, otros para controlar. Si la venganza se filtra en las intenciones, los setenta no estarán tan lejos en cuanto a pasiones encendidas, y peligrosamente descontroladas.

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