Andrés Malamud: “la democracia argentina es rebelde y plebeya: no es verdad que los de arriba hacen lo que quieren”

Andrés Malamud: “la democracia argentina es rebelde y plebeya: no es verdad que los de arriba hacen lo que quieren”

El influyente politólogo considera que la sociedad civil salva al país del destino venezolano. “Aunque haya un gobernante con tendencias autoritarias, la ciudadanía no lo va a dejar. Le paran las medidas impopulares en la calle”, opina.

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“Tuteame así nos sentimos más cómodos”, propone el politólogo Andrés Malamud desde Portugal (1967, Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Cuenta que allí están “desconfinados”, y que, por ello, pueden salir libremente por tierra, mar y aire. El gran cambio que la covid-19 produjo en la vida de este politólogo célebre por sus análisis directos y veloces es la distancia física con la Argentina. Hasta este 2020, Malamud aterrizaba en Ezeiza siete veces al año. “Volveré cuando levanten las restricciones”, augura resuelto y confiado. Y aclara que gracias a Zoom no tiene síndrome de abstinencia. Como lo dirá él mismo, su residencia en Lisboa no le impide “estar” en el país ni advertir que la sociedad civil lo salva del destino venezolano. “La democracia argentina es rebelde y plebeya: no es verdad que haya autocracia y que los de arriba hacen lo que quieren”, propone en un conversación por WhatsApp.

-¿Ves un país en llamas?

-Sí, veo un país en llamas, pero que es parte de un mundo en llamas. En el aspecto pandémico la Argentina no está mucho peor que los demás. La Argentina está peor en lo que ya estaba peor: la economía. No tiene moneda, no tiene crédito, no tiene reservas. En ese aspecto estamos entre los peores del mundo.

-Este país en llamas, ¿hacia dónde va?

-No voy a responder sobre la Argentina porque no está yendo hacia ningún lugar en particular. La Argentina es una montaña rusa. Una montaña rusa tiene dos características: primero, vueltas violentas y, segundo, que siempre vuelve al mismo sitio. Toda América Latina camina rumbo a la degradación del Estado. Yo pienso que habrá un Estado más grande contra los mercados legales, pero un Estado más chico contra los mercados ilegales. Y esos mercados ilegales incluyen corrupción, contrabando y tráfico de todo tipo de cosas: armas, personas y drogas. Y milicias de uno y de otro lado. Eso ya se está viendo en la Argentina: no estoy descubriendo nada. El Comando Vermelho de Brasil ya está actuando. El país de tránsito hace rato que lo era, con representantes de los carteles viviendo en los barrios chetos de Buenos Aires. Y lo que tendremos es menos capacidad del Estado para vigilar las fronteras porosas. No es el mercado el que manda al Estado, sino los flujos ilícitos y los veo avanzando en la región.

-Entonces, lo que está aumentando es lo que el Estado no puede contener.

-El Estado es la ley: la hace y la impone. Lo que está avanzando son las organizaciones que están al margen de la ley. Pero, también, los sectores del Estado que están al margen de la ley. La protesta policial de esta última semana es un ejemplo. La rebelión en la Quinta de Olivos marca que la Policía bonaerense, que tiene 90.000 miembros, más que todas las fuerzas armadas argentinas, vivía del delito y que la cuarentena le dificulta el ingreso extra con el que complementa el salario miserable que cobra. La Policía bonaerense está diseñada para delinquir. La agencia a cargo de imponer la ley es la que se encarga de violarla, y de asegurar áreas protegidas a los que delinquen con la droga, el juego, los desarmaderos de autos y las ferias informales como La Salada. Todo esto está estudiado: no es un fenómeno bonaerense únicamente, pero ese espacio representa el 40% de la población total. Así que lo que ocurre en la provincia de Buenos aires indica hacia dónde se está hundiendo la Argentina.

-Siempre hablás de la provincia de Buenos Aires como el monstruo inviable, ¿pero acaso eso no se aplica a casi todas las provincias?

-Buena parte de ellas tienen un problemita serio: la Argentina nunca logró resolver el tema de la coparticipación que garantiza el federalismo. El federalismo no significa sólo que las provincias eligen a su propio gobierno, sino también que lo financian. Esto en la práctica no existe. Hay una provincia hiperdesfinanciada, que es justamente Buenos Aires. La hipertrofia federal consiste en que Buenos aires tiene el 38% de la población; el 27% de los diputados y el 4% de los senadores. Entonces, las demás provincias la desfalcan. El Presidente le saca (recursos) a Buenos Aires para comprar apoyo en el Senado. Esto está cambiando ahora porque, cuando la provincia de Buenos Aires se levanta, voltea presidentes. Y, además, porque el actual gobernador (Axel Kicillof) es hijo político de la vicepresidenta (Cristina Fernández de Kirchner). Entonces, le están dando plata como nunca. Pero igualmente no alcanza. ¿Cómo funcionan los federalismos que realmente funcionan? Lo que hay es una responsabilidad federal con los conciudadanos. Si el Estado de Formosa no funciona, problema de Formosa. El Estado nacional lo que hace es garantizar que los jubilados formoseños cobren sus haberes, pero, si el gobernador no consigue pagar los sueldos, no es problema de las otras provincias. En el federalismo, la solidaridad es con los ciudadanos de una misma patria, no con las administraciones gubernamentales. El problema en la Argentina es que el Estado se hace cargo de los gobiernos incompetentes de algunas provincias.

-El hecho de que nuestra dirigencia no haya podido sancionar la Ley de Coparticipación prevista en la Constitución con una serie de condiciones que se han revelado de imposible cumplimiento, ¿al final es funcional a la política del látigo y la billetera?

-Exactamente. En el corto plazo es mejor así para los que tienen el látigo y la chequera, que son los que habitan en la Casa Rosada y la Quinta de Olivos. Pero en el mediano plazo terminan perdiendo ellos también porque este sistema disfuncional genera que todos estemos peor de lo que podríamos estar si hubiéramos hecho lo que correspondía. No es que son tontos nuestros gobernantes: son cortoplacistas. Son muy racionales en el corto plazo, pero apostando siempre a la urgencia, pierden de vista lo importante. Y terminan pagándolo. Porque no es que haya ex presidentes argentinos que son llevados en andas por la gente. Algunos conservan el 30% de popularidad, pero el otro 70% se los quiere comer crudos, lo que demuestra un fracaso.

-¿Por qué los gobernantes no pueden ver que van a ser tragados por todos estos desórdenes que generan? Eso se ve en la Justicia: la independencia judicial es la primera garantía para el que manda, pero se fomenta la dependencia y la parcialidad.

-La respuesta está en la experiencia. Los argentinos somos cortoplacistas porque nos quemamos tantas veces con leche que ahora no hay chances de que nos hagan amar una vaca. Contra la experiencia tenemos que enfrentar la esperanza, que se funda en las expectativas: lo que pensamos que va a pasar. Y esas expectativas dependen de la experiencia y del aprendizaje. La experiencia te dice que se juega una vez y, si perdiste, te meten preso, tenés que ir al exilio: eso es lo que pasó durante el péndulo cívico-militar de 1930-1983. El tema es que desde el 83 hay democracia y deberíamos haber aprendido que el juego se repite. Y que, si hoy estamos arriba con el látigo y la chequera, mañana estamos abajo y lo sufriremos. Lo que falta es ese aprendizaje. Después de 37 años de democracia, los líderes argentinos siguen pensando que la próxima es la última, y viven para la emergencia y se terminan perjudicando. La expectativa sería que haya un juego cooperativo donde todos acepten que van a ganar y a perder porque no se juega una vez, sino varias. Y en democracia se pierde de tanto en tanto porque, de lo contrario, gobernarían los mismos siempre y eso sería una dictadura. Ese aprendizaje está demorando porque el contexto internacional no es propicio; porque los dirigentes siguen viviendo de la experiencia más que de la esperanza, y porque la sociedad tampoco se destaca por haber generado intelectuales, académicos, think tanks, empresarios y sindicalistas que brillen por sus ideas.

-En función de lo que acabás de decir, ¿te pesa la decisión de haberte radicado en Portugal?

-Me fui a Italia entre el 97 y el 2000. Y estuve en la Argentina entre 2001 y 2002, cuando volví a Europa. Me siento en la Argentina: me pienso argentino y vivo pensando el país. Pero fundamentalmente no me pesa la decisión porque la distancia me ayuda a pensar mejor. Y eso me ayuda a ayudar a aquellos que creo que pueden hacer una diferencia. Si estuviese en la vorágine, produciría menos.

-Viene bien esa aclaración porque aquí hay mucha gente que sospecha que la Argentina entró en el tobogán que desemboca en Venezuela.

-Mi impresión es que no. No te garantizo que todo salga mal y terminemos en una situación catastrófica. En Venezuela hubo una política basada en un recurso, el petróleo, que implicaba el 95% de las exportaciones, y estaba en manos del Estado. Cuando un recurso está en manos del Estado, este no cobra impuestos, y, por lo tanto, los ciudadanos no son responsables y no piden cuentas a sus autoridades. En la Argentina no pasa eso porque la riqueza está fragmentada: está en varias manos y es privada. El problema es que estamos perdiendo riqueza a pasos ligeros. Pero no existe por el momento la posibilidad de que el Estado tenga el monopolio de la producción y de la exportación, y, por lo tanto, de los ingresos. Y eso hace que los ciudadanos sigan rebelándose contra las decisiones que consideran arbitrarias, cosa que en Venezuela no hicieron sino hasta que fue muy tarde. La sociedad civil es lo que salva a la Argentina. Aunque haya un gobernante con tendencias autoritarias, la sociedad no lo va a dejar. Mirá lo que pasó con Vicentín: te paran las medidas impopulares en la calle. Es una democracia rebelde y plebeya la argentina. No es verdad que haya autocracia y que los de arriba hacen lo que quieren. Hacen lo que quieren porque los de abajo no les oponen resistencia. Pero cuando la gente se enoja, los de arriba no hacen lo que quieren: se van.

-Había una gran duda sobre quién era el presidente Alberto Fernández. ¿Vos ya la despejaste?

-La voy despejando de a poco. Mi impresión inicial es que no era un líder, sino un equilibrista. No te decía hacia dónde había que ir: hacía juegos entre los poderes. Y me parecía bueno porque en la Argentina falta eso, la cultura del acuerdo, y es la discordancia, la grieta, lo que nos dificulta la implementación de políticas que vayan más allá de los partidos. El problema es que Fernández pone por encima el acuerdo al contenido del acuerdo. Aunque a veces exaspere o exacerbe, en realidad siempre está buscando acuerdos. Cualquier acuerdo. Y no se trata de un acuerdo por el acuerdo mismo. Los acuerdos deben ir detrás de un rumbo. Me da la impresión que él carece completamente de rumbo y que es un profesional de la improvisación.

-Volvamos a la idea de un país en llamas. ¿Este es un clima destituyente y golpista, como dijo Eduardo Duhalde, o es un clima de ineptitud para gobernar con las reglas de la democracia y de la república?

-Esto es lo que la Ciencia Política llama una “sociedad pretoriana”, que es lo contrario a una sociedad institucionalizada. Una sociedad pretoriana es aquella en la cual las instituciones no canalizan los conflictos. Entonces, los conflictos se dirimen mediante el enfrentamiento de las partes. El estudiante toma la universidad; el empresario hace un lock out y el sindicalista, huelga. Y los que tienen armas se levantan y hacen motines. Lo que vimos no fue un intento de golpe de Estado, sino un amotinamiento corporativo en defensa de intereses sectoriales. Los tipos lo que querían es más plata, no cambiar al Presidente. Duhalde tiene un termómetro y le funciona bien. Lo que no estuvo bien es su diagnóstico: eso le falló. Miró alrededor en la región, vio que había militares volviendo al poder y pensó que en la Argentina también, y no, no se trató de lo mismo. Pero el termómetro le funciona bien: la sociedad está caliente.

-¿Qué sabés de Tucumán, Andrés?

-“El Jardín de la República”. Tucumán es una provincia con alta densidad demográfica; una de las ocho más pobladas; con una tradición peronista que fue sólo interrumpida en la democracia por un período de (Antonio Domingo) Bussi y alguna tradición radical que se caracterizó por dominar las intendencias municipales, pero después en San Miguel (de Tucumán) esto se borroneó y desapareció, aunque el radicalismo mantiene una representación importante con diputados y una senadora nacional. Es una provincia sospechada de clientelismo y patronazgo, no de feudalismo. El clientelismo es entregar bienes públicos de manera particularista a cambio de apoyo político y patronazgo es entregar cargos públicos con el mismo fin, pero no chapas y colchones, sino designaciones de parientes y de amigos. En Tucumán hay mucha de esa empleomanía, como en buena parte del Norte. El clientelismo suele ser aplicado más a los pobres mientras que el patronazgo corresponde a las clases medias o medias-bajas. Tucumán tiene buenos medios de comunicación: un diario respetado y radios que se escuchan. Y alguna influencia sobre el actual Presidente dado que el gobernador Juan Manzur parece ser muy próximo. Pero no es muy famosa en términos de transparencia política y de los gastos públicos.

-Si yo te dijese que Tucumán está en crisis porque un juez denunció que un vocal de la Corte intentó presionarlo en nombre del gobernador y del vice para que manejara las intensidades de la causa penal de un opositor, ¿qué me dirías?

-Que es una provincia argentina

-Y si te contara que el juez denunciante grabó al vocal denunciado y que este dijo que el diálogo no existió; que los audios son apócrifos y que, de cualquier manera, no hay delito.

-Me encanta que existan la denuncia, los testimonios y las pruebas, y que esto se tramite en la Justicia. Porque eso es lo que diferencia un Estado de derecho, que funciona rengo claramente, de un sistema feudal donde no hay un juez a quien recurrir porque los siervos de la gleba son propiedad del señor. No estoy diciendo que haya una alta calidad democrática en Tucumán ni mucho menos, lo que digo es que hay una instancia en la que los que están sufriendo disponen de la oportunidad rebelarse. Y la mayoría no lo hace porque obtiene algún beneficio. En Tucumán hay corresponsabilidad: la víctima es cómplice, los que eligen se bancan lo que eligieron. Por supuesto que hay, como dije, asimetrías porque el que está arriba tiene capacidad para condicionar y amenazar. Pero lo que me estás contando es maravilloso: que salgan a la luz estas denuncias y que se pueda impulsar una investigación judicial.

-Estoy escuchando mucho últimamente la pregunta “¿qué va a pasar?”. Hay una legión de ansiosos que necesita tener ya mismo esa respuesta.

-En principio, lo que va a pasar en la Argentina depende de un par de factores ajenos. En América del Sur hay una dependencia de la tasa de interés internacional que define Estados Unidos. Cuando la tasa es alta, el dinero se queda en los Estados Unidos porque le rinde; cuando es baja, los capitales se arriesgan en la periferia. Hoy la tasa es baja así que es algo bueno para América Latina. El otro número es el precio de las materias primas o commodities, es decir, cuánto vale lo que exportamos. Y parece que este año China va a crecer poquitito, pero no va a caer. Y que el año que viene va a rebotar el crecimiento arrastrando a Brasil. Si China y Brasil rebotan, la Argentina se beneficia: tasas bajas, commodities altas. Tenemos un horizonte. Por supuesto que los argentinos somos especialistas en desperdiciar chances. Pero no soy fatalista: no estamos condenados a que nos vaya mal. Hay una ventanita chiquita de oportunidad: con un rumbo, que hoy el país no tiene, y con un acuerdo político, que tampoco existe, se puede conseguir apuntarle a esa ventanita y embocarla. (Con la colaboración periodística de José Názaro)

Un porteño renegado

Andrés Malamud nació en la capital del país, pero a los cuatro años su familia se mudó a Olavarría, donde se crió. “Soy un porteño renegado. Recorrí, milité y estudié la provincia de Buenos Aires. Es una de mis adicciones. Flor de droga elegí”, dice sonriendo. 

Es doctor en Ciencia Política de la Universidad del Instituto Europeo (Italia) e investigador principal de la Universidad de Lisboa (Portugal). Malamud se desempeña como profesor visitante en numerosas academias latinoamericanas y de Europa. 

Ensayista destacado por su lucidez, en 2018 publicó el libro “El oficio más antiguo del mundo. Secretos, mentiras y belleza de la política”.

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