El Ojo Crítico: "Está bien no estar bien”

El Ojo Crítico: "Está bien no estar bien”

La incursión de un k-drama gótico.

TERROR VS AMOR. El k-drama encara trastornos psicológicos, fobias y lo complejo de las relaciones humanas. TERROR VS AMOR. El k-drama encara trastornos psicológicos, fobias y lo complejo de las relaciones humanas.

MUY BUENO

SERIE COREANA / POR NETFLIX

Había una vez -en el reino de Netflix- un dorama en el que los cuentos de hadas servían para reflexionar sobre las peores miserias humanas...

Como una oda a su propio argumento, “Está bien no estar bien” refleja el mejor mestizaje entre la fantasía, la realidad y pensamientos oscuros de la talla de Tim Burton.

Dirigida por Park Shin-woo y Jo Yong, esta serie surcoreana tiene por protagonista a Go Mun-yeong, una escritora de libros infantiles con un claro trastorno de personalidad antisocial y cierta fascinación preocupante por los cuchillos.

Lejos de parecer el típico personaje de k-drama romántico, su estilo mimetiza más con las villanas de Disney. Aunque con la virtud de contar con las kilométricas piernas de la modelo y actriz Seo Ye Ji.

El destino (y dos intentos de apuñaladas) será el que una su camino con la vida de Moon Gang-tae, un enfermero que carga con el peso de cuidar a su hermano autista, Sang-tae.

Entre una seguidilla de caprichos y críticas, Go Mun-yeong decide emprender un civilizado plan: perseguir a su “futuro amante” hasta el nuevo pueblo en donde trabaja y convencerlo de que sea suyo.

¿Es amor? ¿Cosificación? Quién sabe, pero más allá de los motivos el encanto de esta producción está en el juego de impulsos, control y autopreservación que emprenden sus protagonistas.

A medida que avanza la trama ambos aprenderán a despellejar las capas de rencor y sufrimiento que les impiden expresarse con claridad. Y nosotros lo disfrutaremos con lecciones éticamente incorrectas, que llevan a buen puerto.

El impacto de este drama está en hacer papilla la forma en que se aborda la discapacidad y las enfermedades mentales. Las dosis de humor negro hacen llevaderas las reflexiones e intensifican los matices góticos de los relatos.

Otro aspecto refrescante -en relación al menú del gigante de streaming- son los diálogos osados de la escritora. Una cualidad (de nuevo) atípica para el contrato ficcional de estas producciones asiáticas. A tal punto de que el comité de deliberación de normas de comunicaciones de Corea del Sur sancionó una escena al recibir más de 50 quejas que enfatizaban acoso sexual. No está de más decirlo: de ella hacia él.

Al margen de este escándalo, “Está bien no estar bien” tiene la inyección intravenosa justa de romance que los k-fans necesitan, reclaman y consumen.

Con un trasfondo que nos hace sentir una lenta (pero jamás impostada) evolución emocional. A tal punto de hallarnos en sus desvaríos y sincericidios.

Entre ellos está la idea de que “somos las tristezas y los miedos que nos inculcaron nuestros padres”. Y que “las experiencias dolorosas de la niñez, condicionan las facetas que decidimos mostrar en público al crecer”.

La clave es que las revelaciones van acompañadas de ilustraciones y una estética visual de calidad. El opening (en stop motion) representa una pieza de arte en sí misma y cada capítulo es acompañado por la reinvención del nombre de un cuento clásico. Como “La dama de las zapatillas rojas”, “La bruja durmiente” y la “La bella y la bestia”.

Por último, el sello de imaginación se cierra con dos elementos metafóricos importantes que quedan en el deber del espectador descifrar.

A mitad de desarrollo, el k-drama tiene 16 episodios que se estrenan todos los sábados y los domingos; hasta agosto. Así que estamos a tiempo de purificar nuestra lista de tantos sellos de EE.UU. y adentrarnos -en compañía del séptimo arte- a culturas disímiles.

La tentación de “Está bien no estar bien” captura la esencia del estilismo multimedial coreano, cuyo dogma evita la sucesión de “principio-nudo-desenlace” para ofrecer ciclos no lineales.

Además, resulta interesante medir nuestra resistencia al lenguaje no verbal que impera en las obras, caracterizadas por la importancia temporal que se les da a las miradas y a las pausas. Espectadores multitasking, abstenerse ya que cada episodio dura una hora y 10 minutos.

En cuanto a las garantías, cada minuto vale la pena para dejar de ahogarnos en un vaso de autocomplacencia. Está bien no estar bien. Y punto.

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