Lou Andreas-Salomé, una mujer empoderada

Lou Andreas-Salomé, una mujer empoderada

Tiene la inteligencia de un águila y la fuerza de un león. Así definió Nietzsche a Lou Andreas-Salomé. Sin proponérselo, fue una pionera en la lucha de las mujeres por sus derechos y en sus búsquedas libertarias .

EN LA PANTALLA GRANDE. La escritora y psicoanalista, junto con Nietzsche, en la película Lou Andreas-Salomé (2016). EN LA PANTALLA GRANDE. La escritora y psicoanalista, junto con Nietzsche, en la película Lou Andreas-Salomé (2016).
12 Julio 2020

Por Alina Diaconú

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

Así como cada amigo ama a su amigo,

así te amo yo a ti,

vida enigmática.

L. Andreas-Salomé, “Oda a la vida”

Amo a las pioneras. Yo la venía siguiendo desde mi juventud a esa escritora rusa, psicoanalista, precursora del feminismo y poeta. Leí con avidez su interesante autobiografía Mirada retrospectiva, celebrando su cautivante personalidad y sus notables decisiones de vida en un tiempo en que las mujeres estaban relegadas a completamente otro papel.

Por eso, con gran ansiedad fui a ver en París, el año pasado el film que hiciera sobre su vida Cordula Kablitz-Post, una coproducción alemana-austríaca (2016) que me decepcionó por lo convencional y por la superficialidad con que era retratada nuestra heroína. Trazando el perfil de Lou en sus relaciones con tres intelectuales fundamentales de la época como Rilke, Freud y Nietzsche, la película se contentaba con lo anecdótico y no con la riqueza de ideas y emociones que subyacía detrás de esos singularísimos vínculos.

Me imagino que no fue fácil encarar cinematográficamente la historia de esa intelectual realmente de vanguardia que fue Luiza Gustavovna Salomé, conocida como Lou Andreas- Salomé, pero recuerdo que Liliana Cavani realizó un film mucho más interesante sobre su vida, “Más allá del bien y del mal”, en 1977, con Dominique Sanda en el papel protagónico.

Según la información que la misma Lou Andreas-Salomé nos proporciona en sus memorias, nació el 12 de Febrero de 1861 en la ciudad de San Petersburgo. Profesando un amor excelso hacia su padre, un general nacido en el Báltico alemán que había sido condecorado por sus méritos por el propio zar, Lou tuvo, en cambio, una relación difícil con su madre (ruso-danesa) quien, según ella, hubiese preferido dar a luz a un hijo varón. Acaso desde allí arrancara su obsesión por “lo masculino-lo femenino” que signó tanto su vida, como su obra.

Criada entre hombres –tuvo cuatro hermanos varones- pasó su infancia en su ciudad natal y sus estudios primarios y secundarios los hizo allí, en una escuela privada inglesa. En su familia se hablaba alemán; el ruso no era considerado un idioma “culto” y, durante toda su existencia, Lou escribió en la lengua de Goethe. A los 18 años, sus padres le pusieron un preceptor y maestro llamado Hendrik Gillot, que era el predicador de la Embajada de Holanda en San Petersburgo. Con él ella experimentó una suerte de coup de foudre. Pero no era un flechazo común, sino una admiración y una exaltación platónicas que se mezclaban con un profundo interés místico. Gillot le enseñó Filosofía y le hacía lecturas de Kant en idioma holandés.

En ese vínculo maestro- alumna, se trataban de un riguroso “usted” y por eso –según lo expresara Lou más tarde- toda mi vida el trato de “usted” guardó una nota íntima, mientras que el “tú” tenía para mí una significación trivial.

Después de ese amor idílico y adolescente, donde las lecturas filosóficas jugaban un gran papel -cosa ciertamente transgresora para una muchacha de su edad en esos tiempos- , ella hizo estudios superiores de Filosofía en Zürich y también de Teología y de Historia de Arte. Cuando más tarde conoció a Paul Rée y a Nietzsche, deslumbró a ambos con su saber en materia de filosofía clásica y moderna.

“Triángulo estético”

Desde muy joven, Lou Salomé frecuentó los ambientes intelectuales, conectándose con los más interesantes pensadores del momento. Ese afán de conocimiento –y autoconocimiento- la hizo viajar de un país a otro y estar permanentemente en la compañía masculina, llegando a recibir -por sus dotes y su cultura- un trato igualitario.

Fue en uno de sus viajes a Roma, en 1882, cuando se encontró con Paul Rée, doctor en Filosofía, que quedó prendado de esa joven bella, libre y sabihonda a sus 21 años y le propuso matrimonio. Ella, en nombre de su entonces aversión al casamiento, se negó, lo cual, en sus propias palabras, fue una afrenta a las costumbres sociales entonces vigentes. Prefirió algo insólito que le propuso a Rée: ir a vivir con él, pero tan sólo como amigos. En ese lapso también apareció en su vida el filósofo Friedrich Nietzsche, gran amigo de Rée, deseoso de conocer a “la rusa”. Al verla, él también se enamoró al instante y le escribió: ¿De qué astros del universo hemos caídos los dos para encontrarnos aquí, uno con el otro? Nietzsche, a su vez, le propuso casamiento, pero ella lo rechazó. Cuentan que, a instancias de Nietzsche, materializaron luego lo que ella llamó “el plan” o “nuestra trinidad”: una convivencia entre los tres (Rée, Nietzsche y Lou), un “triángulo estético” que, según lo manifestado por ella, revestía tan sólo un carácter fraternal y de auténtico compañerismo en el plano intelectual.

Esa extraña relación duró casi cinco años con viajes a Capri, Niza y Venecia y constituyó un escándalo mayúsculo para la época. Hay una fotografía irónica y paradigmática de ese acuerdo: los tres en una carreta, Nietzsche y Rée tirando esa carreta y Lou conduciéndolos y arreándolos con un látigo. Lo que esa imagen muestra como una broma (una mujer mandando sobre dos hombres), ¿no tendría su trasfondo de verdad?

Unión blanca

Pero, como es de suponer, a la larga, esa relación no funcionó y Nietzsche fue el primero en abandonar el triángulo. A los pocos meses de esa deserción, Lou, de 25 años de edad, se comprometió con Friedrich Carl Andreas, un hombre 15 años mayor que ella, con quien finalmente se casó el 20 de junio de 1887. La boda tuvo lugar en la misma iglesia de Holanda donde su primer y gran amor espiritual, su preceptor Hendrik Gillot, le había impartido la confirmación…

A Andreas lo había conocido cuando este daba clases particulares de alemán a oficiales turcos que vivían en la misma pensión donde se alojaban ella y Paul Rée. Ese señor, nacido en Malasia, era un historiador y profesor de filología iraní y de lenguas del Asia Occidental, en la ciudad de Göttingen. Muchos años después, Lou adoptó a la hija de Andreas, llamada María Apel.

La boda de ambos tampoco fue una boda convencional sino un verdadero enigma, ya que se trató de una unión blanca, no consumada, de un matrimonio célibe que excluía lo corporal (según relata ella misma en sus Memorias). Un año después de casarse, expresó en su diario esta opinión, de corte netamente feminista: El matrimonio es un arrodillarse ante el poderoso antes que una unión de amor.

Rilke

Sin embargo, convivió con su marido durante 43 años, hasta la muerte de él, en el año 1930. Y durante ese largo tiempo, sí experimentó lo que sería la gran pasión de su vida, el encuentro más relevante para ella como mujer y como escritora. En 1897, conoció en Münich al poeta Rainer María Rilke que sabía de Lou por algunos de sus trabajos ensayísticos, entre ellos el estudio de ella titulado Jesús, el judío. Rilke tenía 22 años y Lou, 36. Gran parte de los estudios que ella escribió sobre el erotismo de la mujer están relacionados con esa apasionada experiencia, la primera relación sexual que ella mantenía con un hombre. En sus escritos, Lou recordará el mes de abril como nuestro mes, Rainer y dirá: Si durante años fui tu mujer, fue porque tú fuiste para mí por primera vez lo real, cuerpo y alma, indistintamente uno.

En cuanto a Rilke, le escribió: Apágame los ojos y te seguiré viendo, cierra mis oídos y te seguiré oyendo, sin pies te seguiré, sin boca te seguiré invocando. Si bien la gente opinaba en son de crítica que lo de ellos era un vínculo madre-hijo, Lou Andreas-Salomé, lo aceptó en cierta forma, pero amplió el sentido de esa intensa relación y la describió con estas palabras: Así nos convertimos en esposos aún antes de habernos hecho amigos y nuestra amistad apenas si fue elegida, sino que provino de bodas igualmente subterráneas. No se buscaban en nosotros dos mitades: la totalidad sorprendida se reconoció con un escalofrío, en la increíble totalidad. Y así fuimos hermanos, pero como en tiempos remotos, antes de que el incesto se tornara sacrilegio.

Con Rilke fueron juntos dos veces a Rusia, para visitar su ciudad natal, San Petersburgo, y luego para conocer a Tolstoi. En el primer viaje los acompañó su marido, F.C. Andreas. Se había formado así otra vez un “triángulo”, al cual ella estaba acostumbrada, pero nuevamente éste tenía características muy particulares.

En cuanto a Rilke, nadie como ella entendió su poesía y su arte en esos años. Son muy interesantes las opiniones y relatos que, en su libro Memoria retrospectiva, Lou hace del poeta que fue, sin duda, el hombre más trascendente de su existencia. Entre otras cosas, ella advirtió que Rainer estaba hambriento de experiencias extrasensoriales, que amaba interpretar la vida onírica y que estaba interesado en las cosas de lo oculto y lo mediúmnico. Ella captó lo esencial de su poesía al afirmar que para Rainer el objeto de su arte era Dios. Y tal vez fuera esa espiritualidad la que los unió tan fuertemente, esa idea compartida de considerar el amor como una unión de almas.

Con el paso del tiempo, incómodo ya por tener a una amante casada, el poeta terminó separándose de Lou después de casi cuatro años de relación. No mucho después, contrajo matrimonio con la escultora Clara Westhoff, de la que no se divorció nunca, pero de quien vivía alejado ya que no se adaptó a la vida conyugal y se dedicó a viajar de un lugar a otro de Europa. Tuvo otros amores, fue secretario de Rodin en París, vivió mil y un avatares, pero con Lou Andreas-Salomé el vínculo no se rompió. Ambos siguieron manteniendo una correspondencia asidua durante más de 20 años, casi hasta la muerte de Rilke en 1925.

Freud

Otra personalidad que marcó la existencia de Lou Andreas-Salomé fue Sigmund Freud a quien conoció en 1911, en un Congreso psicoanalítico en Weimar. Fue paciente de Freud y luego su discípula. Por pedido de Freud se convirtió también en la confidente de su hija, Anna. Él (Freud) se rio mucho de mí, por la vehemencia con que me empeñaba durante el congreso en querer saber más del psicoanálisis – escribió-. Y Freud, a su vez, diría de ella: Nosotros sentimos como un honor su ingreso (el de Lou) en las filas de nuestros colaboradores y compañeros de lucha y, al mismo tiempo, como una nueva confirmación del contenido de verdad de las doctrinas analíticas.

Escritos

Entusiasmada con el psicoanálisis y las teorías de la psicología profunda, Lou escribió un trabajo titulado Psicosexualidad, editado en 1917, que fue elogiado por el propio Freud.

Pero además de su labor ensayística, acaso la más significativa, Lou había abrazado otros géneros literarios. En 1885, bajo el pseudónimo masculino de Henri Lou, publicó su primera novela, La hora de Dios; más tarde, La casa. Y también escribió poesía y varios relatos.

Sus trabajos psicoanalíticos más destacados fueron El ser mujer (1899), Reflexiones sobre el problema del amor (1900), El erotismo de la mujer (1910) y el ya mencionado Psicosexualidad (1917). Siempre aparecía en sus escritos esa dualidad entre lo masculino y lo femenino que convivían en ella y cuya pugna se advierte en las complejas relaciones consigo misma y con los hombres. Quiero confesar -manifestó en su autobiografía- una curiosidad: en mis trabajos conceptuales, yo me sentía intensamente empeñada en algo femenino, mientras que todo lo que fuese a dar en lo poético, lo sentía como algo masculino.

Si bien conoció y se trató con varias feministas de aquellos años, mantuvo una posición independiente y, a veces, crítica de algunas posturas. Para ponernos en la época, recordemos que cuando Virginia Woolf nacía, Lou ya era una joven rebelde de 21 años, con convicciones propias muy fuertes, amiga de grandes filósofos.

Pionera

A 14 años de su muerte y, según sus precisas indicaciones, su amigo y albacea Ernest Pfeiffer hizo publicar su libro de memorias Mirada retrospectiva y luego otro volumen, titulado El erotismo.

Mirada retrospectiva es un libro escrito en la vejez de Lou y que, al eludir la cronología y al seguir, de alguna manera el hilo de su memoria, se constituye en una mirada literaria, interior y subjetiva que comunica su particular visión del mundo y de su época.

Es el ideario de una escritora que, sin haberlo hecho de una forma deliberada y sistemática, fue una pionera en la lucha de las mujeres por sus derechos y en sus búsquedas libertarias; lo que hoy se diría “una mujer empoderada” de verdad.

La vida de Lou Andreas Salomé se apagó el 5 de Febrero de 1937, en la ciudad de Göttingen. Tenía 76 años.

La vida humana –qué digo-, la vida en general, es poesía (anotó). Sin darnos cuenta la vivimos, día a día, trazo a trazo. Pero en su inviolable totalidad, es ella la que nos vive, la que nos inventa. Lejos, muy lejos de la vieja frase “Hacer de la vida una obra de arte”, somos nosotros nuestra obra de arte.

Recorrer sus escritos es sumergirse en los fiordos de una personalidad contestaría, controvertida, vehemente y apasionada. Una “enamoradora de hombres” fue llamada por algunos. Lo que yo creo es que ella buscó un amor ideal e idílico, donde cuerpo, mente y espíritu se amalgamaran en un todo, sin disociación posible.

Miro hoy su hermoso rostro que nos sonríe desde algunas fotografías del siglo XIX… Lou Andreas-Salomé fue una mujer inquietante, amada por hombres también inquietantes, una escritora que realmente hizo de su vida una aventura sin precedentes. Me animaría a conjeturar que acaso su mejor obra fue ella misma.

© LA GACETA

Alina Diaconú - Escritora y columnista argentina, nacida en Bucarest, Rumania. Autora de 20 libros, el más reciente es Rosas del desierto (Poemas, Ed. Vinciguerra, 2019).

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