Papás en la línea de fuego en la lucha contra el coronavirus

Papás en la línea de fuego en la lucha contra el coronavirus

Si una de las principales funciones de ser papá es cuidar a los hijos, ellos bien podrían ser hoy los padres de todos los tucumanos. Son los profesionales que se han puesto al hombro una lucha desigual, contra un enemigo invisible: la covid-19.

OTRA DINÁMICA FAMILIAR. Los hijos del infectólogo Mario Raya lo ayudan en distintas tareas. la gaceta / foto de Inés Quinteros Orio OTRA DINÁMICA FAMILIAR. Los hijos del infectólogo Mario Raya lo ayudan en distintas tareas. la gaceta / foto de Inés Quinteros Orio

Dardo, Mario, José María y Luis estarán hoy -como cada día desde hace tres meses- con sus batas, camisolines, guantes y barbijos. Ubicados en la primera trinchera de la atención sanitaria, ayudando a los pacientes, arriesgándose a sufrir la enfermedad más temida del momento. Sus hijos tienen miedo. No es fácil estar ahí, en casa, esperándolos cada noche para saber que llegan bien. Y no poder abrazarlos. Pero se sobreponen para apoyarlos. Están orgullosos. Sienten una profunda admiración. Saben que hoy será una jornada muy especial y quieren decirles más fuerte que nunca ¡Feliz Día del Padre!

“Mi papá siente que su deber es ayudar a la gente y debemos apoyarlo”, los sentimientos contradictorios de los hijos de Mario Raya, infectólogo.

Los ojos claros exhiben el cansancio que implica trabajar a destajo desde hace tres meses. Igualmente, no tardan en iluminarse cuando aparecen en escena sus tres hijos: Rocío Aylén (20 años), Mario Sebastián (17) y José Manuel (14). Después de que ellos le regalan la mejor sonrisa, él entiende que todo tiene sentido: las interminables horas en el hospital con los pacientes, el tiempo de investigación y capacitación.

Mario Raya (56) saluda desde lejos y pasa directo a bañarse. Ya está en su casa, en su “retiro espiritual”, como le llama este médico infectólogo que vive en Tafí Viejo, muy lejos del ruido y muy cerca de la naturaleza. Ha sido durante varios años el jefe de Infectología del hospital Centro de Salud, institución de la cual hoy es subdirector. Cuando el brote de coronavirus era sólo una amenaza lejana, pusieron en sus manos el armado de un espacio específico de referencia provincial para tratar pacientes graves o moderados, infectados con covid-19. Tenía sobre su espalda la experiencia de haber montado algo similar cuando llegó, en 2009, la pandemia por gripe A y cuando las autoridades sospecharon que podía haber casos de ébola en la provincia.

Esta vez sabía que algo iba a ser distinto. “Este virus no me genera miedo, pero sí mucho respeto y una precaución extrema. No tenemos un tratamiento para la enfermedad. Aparte de afectar la parte respiratoria, como otros virus, ataca otros órganos y es tan fuerte la carga viral que puede desencadenar un shock séptico”, remarca.

Para Raya, cada día es una nueva montaña rusa de emociones, desde que entra al hospital a las 8 de la mañana hasta que vuelve a su casa, a veces cerca de la medianoche. Algunas madrugadas, el sueño se interrumpe y no vuelve más. Ahora, siente que las pequeñas cosas se han vuelto mucho más importantes: valora que su perra le dé la bienvenida, que alguno de sus hijos le ofrezca un café. “En realidad toda nuestra rutina se ha transformado. Mi hija, que estudia inglés, me ayuda a traducir los trabajos internacionales sobre el tema. Cuando tengo que dar una charla o una capacitación, mi hijo me prepara los power point. Están todos pendientes, informados y preocupados”, cuenta.

Rocío lo escucha hablar y lo admira. Tiene sentimientos contradictorios. No le gusta ver a su papá exponerse cada día, arriesgarse al estar en contacto con pacientes infectados. Pero al mismo tiempo siente un gran orgullo. “Entiendo que es más fuerte que él; que mi papá tiene principios y siente que es su deber ayudar a la gente. Y yo tengo que apoyarlo”. Sus hermanos concuerdan con ella. “Confío en que esta tomando los recaudos necesarios y estoy muy orgulloso de él”, aporta Mario Sebastián.

El profesional trata de llevar un poco de tranquilidad. “Si yo cumplo todas las medidas de seguridad, si uso todos los elementos de protección personal, sé que voy a estar bien”, remarca. Sabe de memoria los protocolos de actuación. Dice que lo más importante es darse tiempo, tanto para vestirse como para desvertirse, antes y después de ver un paciente. Y lavarse las manos con agua y jabón en forma constante. Admite que el cansancio a veces puede jugar en contra porque uno inconscientemente empieza a descuidarse. Sus hijos y su esposa, Yolanda Barrionuevo (también es médica), saben que no pueden llamarlo ni mandarle mensajes a cualquier hora. De todas formas Raya no los atenderá. “El celular es otro portador del virus y hay que tener mucho cuidado”, explica.

En el fondo, el infectólogo sí tiene temor de llevar el coronavirus a su casa si la cosa se pone peor. Por eso, él ya lo pensó: tendrá que buscar otro techo por un tiempo. “Creo que así me sentiría más liberado emocionalmente, porque mi familia es lo que más quiero preservar en el mundo. Y siempre hay un riesgo. Al virus no lo ves”, remarca.

Es optimista. Le gusta hablar de la situación que vivimos usando la metáfora bélica. “Estamos luchando contra un ejército invisible. Pero sé que un día lo vamos a vencer y creo que saldremos fortalecidos”, resalta. Está seguro de que la ciencia nos sacará de este aprieto. Mientras tanto, lo mejor que puede pasarnos es alcanzar una buena inmunización de la población (el 75%) en dos o tres años. “En una patología que no conocés, el tiempo es oro; cada día que puedas ganar es muy valioso para la búsqueda de una vacuna”, opina.

Hasta ahora lo más duro que le tocó pasar en esta pandemia fue la muerte de un camionero boliviano, que llegó muy grave al hospital, y que falleció lejos de sus seres queridos. Sólo tuvo una videollamada con ellos en sus últimas horas de vida.

“Me angustia ver las calles llenas de gente, ver cómo somos transgresores. Lamentablemente a veces entramos en razón cuando le toca a un ser querido. Uno que es médico y lo ve desde adentro, siente mucho enojo e impotencia”, reflexiona.

Para Raya será un día atípico. “Tengo un gran acompañamiento de mi familia. Al mismo tiempo los veo preocupados; fue un golpe muy duro. También se viene a mi cabeza mi papá, que también fue médico, le gustaba la investigación y era muy comprometido; yo abracé esta carrera por él y hoy no lo tengo, pero está más presente que nunca”, confiesa.

“Es muy duro no tener el abrazo de tus hijos todos los días”, el bioquímico Dardo Costas cree que esta pandemia nos ha enseñado a valorar las pequeñas cosas.

Dardo Esteban Costas no tiene capa ni espada. Pero sus hijos, Fabrizio (11 años), Jeremías (10) y Luana (8), no tienen dudas de que es su héroe. Un héroe al que por estos días ven muy poco. Un héroe que se mudó a un dormitorio solo y al que no pueden besar ni abrazar tanto como quisieran.

Costas es bioquímico experto en virología, tiene 42 años y en esta pandemia carga sobre su espalda la responsabilidad de dirigir el equipo que analiza las muestras de los pacientes que pueden tener coronavirus. Cada resultado les pone la piel de gallina. El signo positivo es la señal de que debe arrancar una minuciosa pesquisa para dar con cada persona que tuvo contacto con el enfermo y así lograr un bloqueo del virus.

UN HÉROE CERCANO. Dardo Costas abraza a sus hijos, luego de haber analizado 150 muestras en un día.  la gaceta / foto de Inés Quinteros Orio UN HÉROE CERCANO. Dardo Costas abraza a sus hijos, luego de haber analizado 150 muestras en un día. la gaceta / foto de Inés Quinteros Orio

Dardo, jefe del Laboratorio de Salud Pública, sale de su casa en Villa Carmela cada día a las 7 de la mañana. Deja ahí lo más preciado que tiene: sus hijos y su esposa, Adriana Avellaneda. No tiene horario de regreso. Después de analizar entre 100 y 150 muestras (algunas veces hasta 200), vuelve. Antes de poner un pie adentro de la vivienda se saca el calzado y la ropa. Todo va directo al lavadero. Se rocía con alcohol. Después, se baña. Finalmente, saluda a todos desde lejos.

“Tenemos cabinas de bioseguridad para analizar todas las muestras y un equipo de máxima seguridad, cumplimos normas de calidad y seguimos estrictos protocolos. Pero uno nunca sabe; el riesgo está. Y yo no quisiera ser el responsable de traer el virus a mi casa. Por eso me autoaislé. Es duro, muy duro no tener el abrazo de tus hijos cada día”, cuenta. Como virólogo, conoce demasiadas cosas, admite. “Por suerte, mi familia me apoyó desde el primer momento, sabiendo los grandes cambios que íbamos a tener en nuestra vida cotidiana”, añade.

No tiene miedo. Cuando cayó en la cuenta de lo que le esperaba, lo vio como un desafío. En el medio también tuvo que enfrentar desde el laboratorio la epidemia de dengue. Dardo está orgulloso de toda la gente que trabaja con él y convencido de que podrán enfrentar los peores escenarios posibles. Sin embargo, pide más conciencia en la comunidad. “Se ve un relajamiento en las medidas de cuidado. No hemos salido de esto; ni siquiera hemos entrado todavía. Debemos aprender que hay una nueva forma de relacionarnos y respetar las distancias sobre todo”, pide.

Fabrizio, de mirada pensativa, es el más parecido a él. Dice que es fuerte y que, aunque está preocupado por su papá y lo extraña, él se merece ese lugar que hoy tiene para cuidarnos a todos los tucumanos. Jeremías, el más curioso, es el que pide las novedades diarias sobre el avance del coronavirus. Y Luana, la más pegocha, no se pierde un detalle.

“Papá: hace cinco semanas que no me das un beso”, le reclamó en medio de la cuarentena.

A Dardo esas palabras lo atraviesan por completo. Sabe que este Día del Padre será distinto: un festejo corto, pero intenso. “Creo que para todos será algo diferente. Vamos a valorar mucho más las pequeñas cosas; esa posibilidad de vernos y de abrazar al papá aunque sea por unos minutos”, reflexiona.

Le duele ver cuánto se han restringido las actividades de sus hijos. Pero está orgulloso de cómo se han adaptado. Les pide que en estos días de mayor flexibilidad junten energías porque se pueden venir peores momentos. ¿Cuándo podría ocurrir eso? Cuando ya no podamos establecer cómo se contagió un paciente, explica el jefe del laboratorio donde llevan analizadas 5.500 muestras de covid-19.

“No es fácil ser el que está en contacto con el virus”, el doctor José María Mansilla valora el apoyo de su familia ante el duro trabajo que realiza

“Alguien tiene que hacerlo. Y yo estoy orgulloso de que seas vos”. Las palabras de su hijo Marcos Valentín (14 años) se activan cada mañana, cuando José María Mansilla (50) se sube al vehículo que lo lleva a enfrentar lo que hasta ahora ha sido la batalla más dura en su carrera como cirujano.

UN GRAN SUSTO. José María Mansilla se enfermó de dengue. Sus hijos son su mayor respaldo. UN GRAN SUSTO. José María Mansilla se enfermó de dengue. Sus hijos son su mayor respaldo.

Mansilla dirige desde marzo el equipo de Médicos Centinelas. Llegó ahí por casualidad. Le ofrecieron formar parte de ese grupo antes de que se declare la pandemia. El aceptó sin saber lo que se venía: el coronavirus. Hoy está a cargo de buscar los pacientes con la enfermedad, hacer los hisopados y prevenir que no se extiendan los contagios.

“Los primeros días fueron terribles. Cada noche, cuando regresaba, en el garaje de casa hacía todo un procedimiento de desinfección, me sacaba todo y pasaba directo a bañarme. Antes de saludarme, mi esposa y mis hijos me miraban raro. Después uno va tomando confianza y aprendiendo que si se cumplen todos los protocolos, si se usan bien los elementos de protección personal, el riesgo disminuye mucho”, explica.

Igual, se llevó un gran susto. Fue en Semana Santa. Su esposa, Eveline Farhat Kairuz, tenía mucha fiebre. Luego cayó él. Se hicieron los estudios. “No era coronavirus; era dengue. No sé qué es peor”, detalla el médico, desde el jardín de su casa ubicada en San José.

¿Hoy te tocó algún caso positivo? La pregunta aparece siempre en su familia. A Mansilla le gusta ir con la verdad. Marcos está pendiente de la información. “Yo sé que mi papá se arriesga por la vida de los demás y para mí es mi héroe”, resalta el adolescente. Su hermana, Felicitas (11), extraña demasiado los juegos con su padre, las demostraciones de cariño. A veces, le pide que se tome alguna licencia, un ratito para abrazarse.

“No es fácil ser el que está en contacto con el virus, cargar en mi conciencia el hecho de que puedo traerlo a casa. Pero estamos más unidos que nunca y ellos apoyan mi trabajo”, dice el médico. Estuvo 70 días sin ver a su madre por prevención. Además, no participa de ninguna reunión social. No es algo caprichoso: la mayoría de los casos positivos de covid-19 en Tucumán han pasado por las manos de Mansilla. “Me cuido mucho, pero nunca se sabe”, admite el profesional.

Periódicamente él también se realiza hisopados nasofaríngeos para testear si tiene o no la enfermedad. Antes de ver el resultado, respira profundo. Siempre que llegan los reportes diarios a él lo envuelve un silencio profundo. “El último fin de semana salieron cuatro positivos juntos. Un escalofrío te recorre el cuerpo”, reconoce. “Sorprende el crecimiento que puede tener este virus de un día para el otro. Y también el impacto en el sistema inmunológico”, puntualiza.

Para él, el festejo de hoy será muy distinto. Acostumbrado a celebrar con muchas personas, esta vez serán pocos en la casa. “He aprendido a valorar las cosas más pequeñas, poder verlos un rato, conversar, un mensajito por teléfono… Todo cobra otra dimensión ahora”, resalta el médico que a diario debe organizar el testeo de unos 150 tucumanos con sospecha de padecer la enfermedad.

“Esta pandemia nos ha puesto a prueba a todos, y estamos más unidos que nunca”, el enfermero Luis Solórzano está orgulloso de sus hijos y confía en que saldremos adelante

Los enfermeros son un eslabón fundamental en el sistema de salud. A Luis Solórzano (50 años) le gusta pensarlo de otra manera. Él y sus colegas son los que están ahí muchas veces para sostener una mano en los momentos de mayor incertidumbre. Cuando el coronavirus empezó a expandirse y él se dio cuenta de lo que le esperaba, sacó fuerzas hasta de donde no tenía y se preparó para vencer los temores propios y los de su familia.

“Nos preparamos mucho para esto y me siento seguro. Sé que si uso mis elementos de protección y cumplo todas las medidas el riesgo de contagio es mínimo”, cuenta el jefe de servicio de cuidados críticos del Hospital del Este. Cada día, Solórzano sigue un estricto protocolo para cuidar a su familia. Se va de casa con una muda de ropa, se cambia en el hospital y cuando regresa a su hogar, antes de cruzar una palabra con alguien, se baña. No comparte el mate con nadie y lleva alcohol en gel a todos lados.

Sus hijos, Luis (24), Florencia (22) y Santino (12) al principio sintieron mucho miedo de que su papá estuviera en la primera línea de atención de los pacientes graves con coronavirus. Todos los días, desde hace tres meses, le preguntan si hubo un nuevo caso, si se cuidó y si tuvo contacto directo con un enfermo. También participa del cuesionario la mamá del trío, Trinidad.

TIEMPO PARA AYUDAR CON LA TAREA. Luis Solórzano se las arregla para estar con Santino. TIEMPO PARA AYUDAR CON LA TAREA. Luis Solórzano se las arregla para estar con Santino.

“El temor de que se contagie lo tenemos. Pero en este momento estamos más orgullosos de su trabajo que otra cosa. Está muy comprometido con todo lo que pasa. Él quiere ayudar y para nosotros es el mejor ejemplo de padre”, dice Luis. Florencia y Santino asienten.

El mayor cree que nos esperan tiempos difíciles. “Es un virus que llama la atención por el poder de expansión que tiene y por su letalidad. Veo que la gente no toma conciencia de la gravedad de la situación y es irresponsable. En un día, los casos se podrían disparar si no tenemos cuidado. A todos mis seres queridos les digo: si no tienen necesidad de salir, no lo hagan”, pide.

Hoy Solórzano tendrá una pequeña y reducida celebración del Día del Padre. Pero será una de las más especiales, según dice. “Porque ahora he aprendido a valorar más estas cosas sencillas, como un almuerzo o ver una película en casa. Esta pandemia nos ha puesto a prueba a todos, y estamos más unidos que nunca”, resume.

“Papá, ¿cuándo se termina todo esto?”, la pregunta que todos hacen

“En algún momento se va a terminar todo lo que estamos viviendo. Hay que tener paciencia. Les prometo que habrá remedios y una vacuna. No hay que desesperarse. Dios nos ha puesto a prueba y vamos a salir mejores y fortalecidos de esto. Este no es un año perdido, vamos a ganar mucho. Mientras tanto hay que quedarse en familia y aprender a disfrutar. Al final del camino hay algo mejor. Este virus se va a quedar un buen tiempo. Es un enemigo muy difícil de combatir porque está oculto. Pero nosotros le vamos a ganar la batalla”.

(Mario Raya, infectólogo del hospital Centro de Salud)

“Todo es incierto. Desde Salud nos hemos preparado mucho para contener esto. Realmente necesitamos más acompañamiento de la gente. Si queremos pasar la tormenta con tranquilidad será fundamental salir de casa lo menos posible, extremar las medidas de higiene y respetar los distanciamientos sociales. Yo sé que es difícil; pero debemos acostumbrarnos porque será nuestra nueva forma de vivir hasta tanto aparezca una vacuna. Esta enfermedad vino para quedarse mucho tiempo”.

(Dardo Costas, bioquímico del laboratorio de Salud Pública)

“Soy optimista. Creo que a partir de julio o agosto todo puede empezar a mejorar. Esperamos ansiosos la llegada de la vacuna. Mientras tanto me duele la actitud de algunos tucumanos que no respetan las recomendaciones: se ve con el poco distanciamiento en la calle, por ejemplo. De este virus se sabe muy poco y por eso hay que respetarlo mucho. Incluso en otros países, que creían ya haber superado la pandemia de covid-19, hoy están teniendo rebrotes y vuelve la alarma. El sistema de vigilancia en Tucumán está trabajando muy bien; es un esfuerzo grandísimo. Sería una pena que la falta de colaboración de la gente tire todo lo que se hizo hasta ahora por la borda”.

(José María Mansilla, del equipo de Médicos Centinelas)

“Esperemos que hasta fin de año la situación sanitaria pueda controlarse. La solución será la vacuna y no estamos tan lejos de tenerla. Mientras tanto hay que ser muy pacientes. Es importante que nos quedemos en casa el mayor tiempo posible y respetemos el distanciamiento social”.

(Luis Solórzano, enfermero en el Hospital del Este)

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