La violencia de los Estados Unidos por el uso y el abuso de las armas de fuego

La violencia de los Estados Unidos por el uso y el abuso de las armas de fuego

La historia de diez muertes en un mismo día.

NI UN ARMA MÁS. “La relación con las armas de algunos hombres es una relación romántica. A veces, casi raya en lo sexual”, describe Younge. NI UN ARMA MÁS. “La relación con las armas de algunos hombres es una relación romántica. A veces, casi raya en lo sexual”, describe Younge.
14 Junio 2020

CRÓNICA

UN DÍA MÁS EN LA MUERTE DE ESTADOS UNIDOS

GARY YOUNGE

(Libros del K.O. - Madrid)

El sábado 23 de noviembre de 2013, diez adolescentes de entre 9 y 19 años murieron en los Estados Unidos víctimas de armas de fuego en hechos sin relación entre sí. El periodista británico Gary Younge, corresponsal de The Guardian en Nueva York, primero, y en Chicago, después, tomó en cuenta esas muertes que los medios de comunicación masiva soslayaron. Viajó por el país y entrevistó a familiares, amigos y maestros de esas personas para contarlo en su libro Un día más en la muerte de Estados Unidos. Younge deja en evidencia el peligro de vivir en una sociedad que pregona la libre venta de armas de fuego. Estos fallecimientos se produjeron por accidentes caseros o por personas que tenían conciencia de lo que hacían. Como es el caso del hombre que tocó el timbre de la casa de su ex y sin mediar palabra le disparó a su hijo. En otra historia, un joven toma un arma que había en una habitación y dispara accidentalmente a su amigo. Como corolario nos encontraremos ante la pasividad e impotencia que generan los operadores del 911 frente a la urgencia de quienes piden auxilio mientras su allegado agoniza. Después aparecerá el abandono por parte del Estado hacia sus familiares.

Las víctimas fueron Jaiden Dixon (9 años), Kenneth Mills Tucker (19), Stanley Taylor (17), Pedro Cortez (18), Tyler Dunn (11), Edwin Rajo (16), Samuel Brightmon (16), Tyshon Anderson (18), Gary Anderson (18) y Gustin Hinnant (18). Siete de ellos negros, dos hispanos y uno blanco. El racismo y la condición económica son factores comunes. Younge además entrevistó a sociólogos y visitó archivos de cada caso. También las redes sociales de los jóvenes. No dejó de lado las estadísticas. Entre otros datos encontró que en los Estados Unidos, la gran potencia mundial que nos venden como el ansiado Primer mundo, mueren por día siete adolescentes por armas de fuego. Y que esas armas de fuego son la principal causa de muerte de los ciudadanos negros menores de 19 años y la segunda entre los menores de esa edad, después de los accidentes de tránsito.

Explica Younge: “Escogí los casos de un sábado porque, aunque el promedio diario es de 6.75 menores fallecidos, esa cifra se reparte de forma desigual. El fin de semana se da la mayor posibilidad de que un joven muera por disparos, cuando no hay clases y todos están en juerga”. Y agrega: “Mi objetivo fue dar un rostro humano a los daños colaterales de la violencia provocada por las armas de fuego en los Estados Unidos”. El autor aclara que nunca tuvo el objetivo de juzgar a ese país sino de comprenderlo. Pero comprender la cultura de las armas en los Estados Unidos es una misión extremadamente difícil. Más para los extranjeros. En Estados Unidos, los adolescentes tienen “17 veces más probabilidades de morir por disparos que los de otros países ricos” y, en ese marco, los negros corren más riesgos que los blancos. A la vez, la tasa de homicidios de jóvenes negros va disminuyendo, aunque es el cuádruple del promedio nacional y diez veces mayor que la de asesinatos de jóvenes blancos.

“Cosas así suceden todos los días. Salvo que la mayoría de la gente no se entera”, aclara Younge. En la previa, hay similitudes con los femicidios que se producen en nuestro país, aunque en Argentina la principal arma no sea siempre una de fuego. La coincidencia se da en las amenazas previas que se convierten en hechos. La madre de Jaiden Dixon le había dicho a una amiga que su ex la mataría. Lo que no sospechaba es que la golpearía donde más le dolía. “¿Quién puede hacerse cargo de una realidad como esa hasta que de verdad no sucede”, le pregunta, resignada y dolida, a Younge.

Los daños colaterales no dejan de aparecer en este libro tan humano. Por eso es que el periodista visita hasta escuelas a las que asistían las víctimas. Lo que busca es saber cómo vivieron la muerte sus compañeros y profesores. Verifica las heridas que dejan esas muertes y deja al descubierto que en el trasfondo de aquellos hechos abundan el Cartoon Network, Cars y otras distracciones para chicos que no deberían estar relacionados con las armas de fuego.

La otra cara Younge la encuentra en la convención anual organizada por la Asociación Nacional del Rifle en 2014, en Indianápolis, con el eslogan “Levántate y lucha”. Dice que allí estaban “las mejores armas de matar del sector”, que abundaban hombres que meditaban sobre qué armamento comprar y que los vendedores anunciaban las nuevas tecnologías con un énfasis envidiable. “La relación con las armas de algunos hombres que recorren esas exposiciones es una relación romántica. A veces, casi raya en lo sexual”. El arma de fuego se presenta, para ellos, “como un instrumento que te ayudará a superarte”.

La pobreza es otro factor de incidencia. La mayoría de las víctimas carece de sanidad gratuita o servicios sociales adecuados. En sus barrios escasean lo supermercados que vendan alimentos de buena calidad. Además, suele faltar el empleo. Las zonas pobres y aisladas también sirven para dividir a una sociedad. De ahí, dice el autor, no faltan quienes desde una posición económica más cómoda juzgan a los padres de las víctimas por “no esforzarse más en la crianza”. “Muchas asunciones en las que se basan los comentarios públicos sobre la vida de los negros parten de datos falsos”, analiza Younge. El problema es que esas opiniones se generalizan en detrimento de la verdad, que pierde interés para que gane fuerza la repetición. Es entonces que quedamos ante una suerte de mito, como el de creer que los Estados Unidos son una tierra de oportunidades para todos. Nada que ver: la brecha entre ricos y pobres crece y las posibilidades de que los pobres puedan ser ricos disminuyen.

Lo positivo del libro es que su autor nunca se aleja de lo humano. “Hablar con los familiares de un niño fallecido es una intromisión. La cuestión es si esa intromisión se acepta o no. No es fácil confiar en un desconocido para contarle la historia de tu hijo muerto. Los periodistas no tienen ningún derecho a saber esas historias. Pero es frecuente que a los padres les reconforte saber que alguien que no pertenece a su círculo íntimo está interesado. Les alivia saber que alguien, en alguna parte, se ha dado cuenta de que esa persona a la que dieron luz y educaron ha desaparecido repentinamente del planeta”.

Hay un párrafo en Un día más en la muerte de Estados Unidos que tal vez sirva para resumir el espíritu del libro: “Cuando pregunto a los padres que perdieron un hijo ese día por qué creen que siguen ocurriendo estas tragedias, nunca mencionan las armas de fuego. Las armas tienen una presencia constante. Son uno de los motivos por los que estoy hablando con las familias. A pesar de eso, no reconocen al principio la relación entre la popularidad de las armas y el hecho de que hayan perdido a un ser querido”.

© LA GACETA

Alejandro Duchini

Perfil

Nacido en Stevenage, en 1969, Gary Younge es periodista y fue director adjunto del diario inglés The Guardian hasta fines de 2019. Escribe una columna semanal en The Nation y es profesor de Sociología de la Universidad de Manchester. Entre otros reconocimientos, obtuvo el premio Nyhan de la Universidad de Harvard, el Stanford award y varios doctorados honoris causa. Antes de la salida de Un día más en la muerte de Estados Unidos, publicó El discurso, sobre Martin Luther King.

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