Desórdenes de biblioteca

Desórdenes de biblioteca

El transporte público de pasajeros sigue sin funcionar. La Legislatura esquiva proyectos de ley, en lugar de sancionarlos. Y en cuarentena, el poder político se reúne y a la comida asiste un vocal de la Corte. Algo huele mal en Tucumán.

Los libros de David H. Lawrence no ocupan un lugar accesible, cómodo en la biblioteca. Suelen estar muy arriba o muy abajo. A veces por viejos, ya que se escribieron a principios del siglo pasado; otras, por su erotismo, como el de El amante de Lady Chatterley; y en otras oportunidades porque sus críticas u opiniones a los tiempos modernos, a la pintura o a la naturaleza podían ponerse aburridos. Sin embargo hojeando sus Estudios sobre la Literatura Clásica Norteamericana aparece la siguiente frase: “El mundo más que cualquier otra cosa, teme una nueva experiencia”. Y, este prolífico y loco escritor explica: “Una experiencia nueva desplaza muchas viejas experiencias. Es lo mismo que querer ejercitar músculos que quizá nunca han hecho un movimiento o que han quedado rígidos durante años”. Según D. H. eso “duele horriblemente”.

Las bibliotecas a veces nos ayudan a comprender cuestiones inexplicables que nos rodean. Sólo el miedo a cambiar, a sentir ese dolor del que habla Lawrence permite entender el desinterés por solucionar la crisis del transporte. Los ómnibus no circulan. Las motos y los taxis truchos hacen sus trabajos. Van 12 días de paro y cada vez se los extraña menos. Los empresarios esperan que llueva plata y si es del Estado, mejor. Los choferes esperan y miran el servicio meteorológico de la plata. Las autoridades municipales y provinciales hacen la danza de la lluvia y esperan que el gurú Fernández escuche sus oraciones. No están preocupados en que algo cambie. Tampoco en ponerse a trabajar en busca de una solución conjunta. De dialogar entre ellos, ni hablemos. “Temen una nueva experiencia”, diría el escritor inglés nacido en 1885.

Ricos, pobres y cómplices

“Empresarios ricos y empresas pobres”. ¿Será este slogan característico de las sociedades sin ley la mejor definición del conflicto del transporte? Faltaría un agregado: “y un Estado cómplice”.

El transporte es un servicio público esencial y por ende es dominio del Estado nacional, provincial o municipal, según la jurisdicción de que se trate. Es tan esencial que fue de las primeras cosas que se autorizó a funcionar en todo el territorio nacional. Pero parece que es tan esencial que “es invisible a los ojos” como decía Antoine de Saint Exupery en El Principito.

Que la Legislatura haya aprobado una ley disponiendo que los subsidios que se otorguen a los concesionarios vayan directamente a las cuentas sueldo de los trabajadores es una abierta confesión de que quienes tienen en sus manos la prestación del servicio no suelen dar el destino correcto a las ayudas estatales que reciben.

El transporte de colectivo es un estándar de medición del nivel de organización y eficiencia de una comunidad. Hay ciudades en la región –como Curitiba en el sur de Brasil- que son ejemplos de eficiencia, lo que va de la mano con la higiene, la cultura y la educación municipal. Tucumán en una época lo fue. Los sesentones de hoy cuentan historias del simpático, seguro, eficiente y no contaminante servicio de tranvías y de trolleys urbanos. Hasta que el transporte automotor los borró del mapa.

Los ojos escépticos de la sociedad leen por debajo de la superficie de agua turbia del tema y la sospecha de nichos de corrupción de empresarios, funcionarios y sindicalistas gana cada vez más terreno. Cada vez que se paraliza el servicio para presionar al Estado por mayores subsidios o aumentos del precio del boleto o la concesión, se torna difícil vislumbrar dónde termina el lock out empresarial y dónde empieza la huelga de trabajadores.

Y en todo los casos es visible la pasividad de los poderes políticos, que dejan crecer el problema para finalmente aceptar que “no queda otra” salida por el bien de la gente que ceder a las demandas del caso, para que tiempo después vuelva a repetirse el episodio. El miedo que señala Lawrence vuelve aparecer en la dirigencia tucumana.

El arte de esquivar

En el mismo libro, D. H. Lawrence analiza que “el mundo conoce a fondo el arte de esquivar y los americanos más que nadie. Porque consiguen esquivarse a ellos mismos”. Claro que esto fue escrito sin conocer las picardías de los tucumanos. El autor murió en Francia el 2 de marzo de 1930, agredido por la tuberculosis. Por lo tanto, nunca se enteró de los motoarrebatos ni de las leyes que prefieren esquivar en la Legislatura tucumana. Tampoco pudo tener idea de que el año pasado hubo 5.913 denuncias por delitos de motoarrebato.

El ministro fiscal Edmundo Jiménez no figuraba entre sus conocidos (posiblemente Lawrence sí entre los de Pirincho), pero vale recordar que esa institución declaró que por cada delito que se hace público hay por lo menos cuatro que no se denuncian. Esto implica 30.000 robos al año; 2.500 al mes; y 80 por día. En la provincia se producían en la era AC (Antes del Coronavirus) unos 1.700 accidentes de tránsito mensuales. De ese total, en el 81,7% de los siniestros habían intervenido motos. Y, para completar el panorama propio del infierno de Dante Alighieri, Tucumán tiene el mayor índice de mortalidad en accidentes viales.

A esos números les esquivaron los legisladores. Algunos porque el proyecto es propulsado por Gerónimo Vargas Aignasse, quien al pegarse al gobernador Juan Manzur tiene más enemigos que amigos dentro de la Cámara que conduce Osvaldo Jaldo. Otros porque dicen que pedirles cascos y patente a los que conducen motos es ilegal; y más aún impedirles cargar combustible. Están también los que advierten que se está coartando la libertad. No faltan, además, los que defienden los intereses de las estaciones de servicios, que van a perder de vender nafta. Todos argumentos válidos... como las estadísticas anteriores. El problema es que en Tucumán no se debate, sino que se profundiza la grieta. Con eso se conforman. Los temas son justificativos para discutir o para fijar posiciones para el futuro electoral, no para el presente de la sociedad.

Cuando se trató la Ley 7.575, que prohibe fumar en los bares y restaurantes, los mozos (como ahora los vendedores de combustibles) estaban obligados a ejercer el rol coercitivo; y si bien todos los fumadores protestaron, no disminuyeron las ventas. Algo parecido ocurrió con la Ley 7.243 sobre el expendio de alcohol a menores en determinados horarios. Pero “como una experiencia nueva desplaza muchas experiencias viejas… y eso duele horriblemente”, los legisladores eligen “esquivar” o no dialogar. Lo sorprendente es que elijan dejar todo como era antes, porque eso los convierte en “cómplices” de robos y de muertes.

El veredicto de Marcelo

“Algo huele mal en Dinamarca”. Los textos apresurados y apretados de la prensa suelen terminar tergiversando frases, pero al mismo tiempo le transfieren el valor y la fama mundiales. Suelen adjudicarle Hamlet esta sentencia, cuando en realidad la dice Marcelo en el momento en que se asoma la sombra del rey (y padre) de Hamlet en la obra de William Shakespeare. Y, en verdad, la frase en la tinta de los mejores traductores de la vieja editorial Aguilar dice que Marcelo, al final de la IV escena del primer acto expresa: “Algo hay torcido en el estado de Dinamarca”. Shakespeare no conoció Tucumán, pero bien podría haberse referido a estas tierras.

El gobernador subió su imagen, su tranquilidad, su poder cuando tomó las riendas en esta cuarentena. Venía deshilanchándose con las protestas. Mandó a todos a sus casas, le obedecieron y a partir de ahí fue amo y señor de Tucumán. Hasta los opositores bailaron a su alrededor. Hasta hace dos viernes, cuando la prensa lo descubrió haciendo lo que dice que no debe hacerse. Y, como de a poco se va convirtiendo en líder, lo siguieron el vicegobernador Osvaldo Jaldo, el legislador Vargas Aignasse, los intendentes Darío Montero, Javier Noguera, Carlos Najar y unos cuantos más. Manzur como siempre que se equivoca o se siente incómodo, eligió callar. Otros, como Jaldo o Noguera prefirieron aclarar que estaban exceptuados de la cuarentena por ser autoridades. En verdad el decreto presidencial sí los exceptúa para trabajar, pero esta reunión a la que los invitó Montero fue más un privilegio (que ningún ciudadano tiene) porque se trató de un encuentro de distensión. Entonces surgió la explicación que algún sesudo asesor acercó: “era una reunión de trabajo”. Indiscutible argumento hasta que él apareció: “Hola, hace mucho tiempo que no nos vemos”, dijo y saludó a los viejos amigos al cruzar la puerta. Si era una reunión de trabajo, ¿qué hacía el vocal de la Corte Daniel Leiva? Por el bien de la división de poderes y por el respeto a las instituciones sería bueno que la respuesta a esa pregunta no sea que estaban trabajando, ya que la Justicia debería estar controlando y no continuando la vida del Ejecutivo. La Corte Suprema parece un apéndice del Ejecutivo después de que tantos funcionarios (cuatro de los cinco) se han convertido en vocales del máximo tribunal. Marcelo, el amigo de Hamlet bien podría haberse referido a Tucumán y no a Dinamarca aquella noche en el palacio.

Manzur trató de volar más alto y el mensaje fue no me importa nada lo que digan, yo lo llamo y él viene, y se queda a dormir donde yo digo. Entonces, le tiende la cama al Presidente de la Nación en la hostería de Tafí Viejo y el súperpoderoso Manzur se pone por arriba de todos los problemas. Y ahí se le agranda la sonrisa a Noguera, guardián de los sueños de Alberto Fernández, y siente que si no hay reelección y se hace eterna la pelea de Jaldo y Manzur, él podría ser el heredero del trono. Pero los adlátares de Juan le dicen al oído al gobernador que la única forma de que siga en el poder si no hay reforma es que la candidata sea su esposa.

“Ser o no ser, he aquí el problema” comenzaría a recitar el Hamlet de Shakespeare. Y D. H. Lawrence podría volver a advertir que si a esa idea ya la tuvieron tantos es porque nadie quiere perder el poder. Le temen al cambio porque “duele horriblemente”, como esos músculos que nunca han hecho movimientos y se los pone a trabajar.

Tal vez a los libros de Lawrence habría que dejarlos más a mano en la biblioteca.

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