El agrietismo también exige ser exceptuado

El agrietismo también exige ser exceptuado

Por urgencias de servicio o por necesidades económicas fueron liberándose algunas actividades, lentamente. Otras exigen entrar en la flexibilidad porque el encierro las ahoga; no soportan más, necesitan liberarse para hacer lo que más saben, como la política en su rama grieta, hoy limitada por un virus que demanda solidaridad, comprensión, entendimiento y reflexión. Conceptos que el brazo armado de la acción agrietadora repudia y repele, ejercer su especialidad en plenitud hoy no les aporta los réditos de otros tiempos. Los pone en evidencia, aunque poco les importe. Los agrietados llegaron a subirse al carro de que la covid-19 secuestró a la democracia para justificarse y disfrazar su incomodidad. El silencio les es insoportable, patean la puerta para salir, aunque se desahogan por las redes sociales, pese a que la opinión pública es más condescendiente con los dirigentes que actúan con responsabilidad frente a la pandemia. Lo que beneficia a uno, perjudica a otro, sencilla cuenta que hace esta rama potente y destructiva de la política.

El coronavirus blinda al oficialismo y lo pone en mejor situación que a la oposición; le birla el protagonismo y mejora su imagen, y eso molesta a los que detestan al otro, a los que permanentemente están en modo desgaste, maniobra que perdió efectividad en este tiempo de acciones solidarias. Quieren romper el muro, no aguantan tanta dulzura. El oficialismo no desaprovecha la preocupación de los que apuestan a que los cuiden y hace política desde la gestión. De manual. En el medio aparecen también los que se exceden y hacen compras indebidas desde el Estado. Allí se justifican las voces de los que sienten la necesidad natural de ejercer un control sobre los manejos del Estado. Pero los que viven del resentimiento se sienten acotados porque no sólo aspiran a denunciar sino también denigrar, defenestrar y acusar de todo lo malo de la existencia al otro, anhelan agrandar la grieta, profundizarla, aunque el tiempo exige buenos modos y no tanto odio, o de fake news.

También están los que necesitan hacerse oír desde los órganos legislativos y que hoy, por lo menos a nivel nacional, trabajan a puertas cerradas. También desean la excepción porque la democracia se resiente si sus instituciones no funcionan a pleno, lo que sucede cuando se imponen situaciones de emergencia o extraordinarias como las que se viven a causa de la enfermedad mortal: se acallan los cuerpos colegiados porque se gobierna de una forma más ejecutiva, por decretos, peligroso por la delegación de poderes y facultades especiales. Debilidades y fortalezas del sistema, donde la comodidad de unos es la incomodidad de otros en términos políticos e institucionales, y también agrietadores.

Se entiende que se pretenda el pleno funcionamiento las instituciones del Estado, pero el hartante debate sobre si las sesiones deben ser digitales o presenciales permite sospechar sobre sus reales intenciones. ¿O sólo pretenden la discusión estéril para mostrarse? Algunos sólo aspiran a recuperar el protagonismo que han perdido tras más de 40 días a la sombra de la cuarentena. Porque así como un sector político pierde presencia, otro cobra protagonismo. Aquí es donde adquiere relevancia el planteo para que las instituciones funcionen lo mejor y legalmente posible en un tiempo excepcional. Los egos y el agrietismo deberían aislarse para que surja una comunidad organizada, moderna y tecnologizada.

Hubo quienes se anticiparon al encierro y se adaptaron para desarrollar sus actividades a distancia, sin embargo, los representantes del pueblo llevan un mes y medio y no pueden hacer que el Congreso sesione, ni digital ni presencialmente. En Tucumán, la Legislatura delibera, pero estuvo relegada en su protagonismo porque el diablillo político metió la cola y generó enemistades. Si se trata de actuaciones para ganar más minutos de pantalla, nada garantiza que no saldrán con la ropa ajada de esta crisis y que los aplausos de hoy queden rápidamente sepultados en el olvido ante los conflictos sociales y económicos que se avecinan: más pobres, más hambre y más bolsillos desnutridos. Esta dirigencia destructiva queda expuesta porque atiza del conflicto permanente y se concentra atacar al adversario. Vale tanto para el oficialismo que ganó centralidad -y debe exponer buenos modos, aunque algunos se vayan de boca- y para la oposición que se ve desplazada de la escena, diluida frente al protagonismo casi exclusivo del Gobierno. Sucede en la Nación y en Tucumán.

El dirigente político necesita mostrarse porque tiene su propia clientela, tanto los bien intencionados como los agrietadores, que tienen a sus fanáticos detrás. A estos se los identifica desencajados y alentando la infodemia. Hay algunos que tienen éxito con sus noticias falsas difundiéndolas intencionalmente por las dudas, como dice una publicidad. Bien, en la oposición hay poco margen para arañar la exclusividad que está adjudicando el Gobierno nacional. Es frustrante que el adversario se lleve todos los laureles y no poder pegarle por la imagen positiva que tiene, ya que las críticas pueden ser hasta contraproducentes. Pero hay quienes encuentran huecos, porque el oficialismo los ofrece, nadie es perfecto.

La oposición debe hacerse escuchar, se la necesita, aunque tiene que navegar entre la crítica constructiva y diferenciarse de los agrietadores que se solazan en la conflictividad. Juegan limitados frente a un contrincante político fortalecido por una realidad impensable y que potencia los roles, tanto para lo positivo como para lo negativo.

Lo llamativo, además, no pasa tanto por descubrir esa incomodidad porque el oficialismo exagere su papel y concentre toda la atención -máxime con los cuerpos legisferantes casi anulados-, sino porque ni siquiera una pandemia mortal puede con los de la grieta, con los que demuestran constantemente que tiene adversarios que hay que eliminar, reivindicando ese papel a cada minuto. Es inevitable, está en sus genes. Por eso no soportan el encierro obligatorio, menos la limitación a ser lo que son, agrietadores, y que no puedan exponer el papel que juegan, o que los otros les roben el protagonismo que necesitan como el aire. Por eso, a los gritos, la política entendida desde esa perspectiva también reclama flexibilidad, ser una actividad que entre en las excepciones nacionales. Agrietismo a la calle, no con los codos, sino a los codazos. No para hacer aportes desde una unidad conceptual en contra del coronavirus, sino para que haya más escenarios y voces que expongan sus divergencias, porque no pueden sobrevivir si no están diferenciándose.

Lo preocupante, ya se advierte, es que no vayan a salir mejores sino más enfrentados y menos contemplativos de esta crisis, cuando se está necesitando más comprensión y solidaridad, porque a ese virus no se lo pueden sacar del cuerpo, no lo pueden matar, ni siquiera hay cuarentena posible para tal enfermedad del alma. Al contrario, lo alimentan. Grieta que me hiciste mal y sin embargo que quiero. Causa nacional perdida. Si no aguantaron 40 días sin ser lo que son, cómo pensar en que renazca una nueva dirigencia política que no actúe pensando que hay que seducir, convencer y fidelizar a costa de denigrar al otro.

Sucede de crisis en crisis, parece un estado natural, donde los pobres para ellos serían un efecto colateral de esa fractura que se fomenta. No es una diferencia ideológica, es el negocio político del rechazo al otro sin medir las consecuencias. El reto humanizador es tratar de coincidir en algunos puntos básicos para salir adelante entre todos, para no necesitar de una épica propia cada cuatro años y de reescribir la historia desde el poder, para terminar con acusar al que se fue de todos males y desaciertos, hasta de los acumulados, porque eso garpa. La crisis permanente lo facilita. Es bueno que todos quieran ser protagonistas, tanto desde el oficialismo que gobierna o desde la oposición que controla, pero como se dijo: en su justa medida. Sin los excesos de los fogoneros de la grieta, que son los que ya no tienen remedio. Son pocos, pero saben hacer ruido. Lo que está en juego es el sistema, desde esta instancia sale fortalecida la democracia o debilitada, dependerá de la voluntad de la política bien entendida por unir y disimular las diferencias.

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