Silvio Waisbord: el sociólogo que critica a los filósofos oportunistas de la pandemia

Silvio Waisbord: el sociólogo que critica a los filósofos oportunistas de la pandemia

El pensador argentino dice que son irresponsables los que se atreven a hacer predicciones terminantes sin saber cómo evolucionará esta crisis. Sergio Carreras* | La Voz

Silvio Waisbord. Silvio Waisbord.
17 Abril 2020

Silvio Waisbord ríe desde su casa donde, cuenta, transcurre estas semanas de cuarentena torturando a su esposa y a su hija con largas sesiones de piano y de charango. “Me tienen que sufrir todos los días”, reconoce. Además de seguir teniendo clases virtuales con sus estudiantes universitarios y de continuar con sus lecturas, este sociólogo argentino instalado en Estados Unidos desde hace ya más de 30 años analiza algunas de las manifestaciones que provoca el fenómeno planetario de la pandemia por coronavirus. Critica a los filósofos que, veloces y sin demasiado tiempo para reflexionar, postulan grandes transformaciones futuras, y analiza también cómo afrontan esta circunstancia los gobiernos y los medios de comunicación.

Waisbord es profesor en la Escuela de Medios y Asuntos Públicos de la Universidad George Washington, en la capital estadounidense, además de profesor invitado de la Universidad de Pennsylvania, y lleva publicados 18 libros sobre comunicación y política. Los últimos son Communication: A Post-Discipline y The Communication Manifesto.

–En estas semanas se conocieron diferentes análisis y predicciones de filósofos muy mediáticos, como Slavoj Zizek o Byung-Chul Han, hablando sobre la caída del capitalismo y sobre otros tipos de apocalipsis que provocará la pandemia. ¿Cómo has visto esas aproximaciones?

–Es bastante irresponsable lo que hacen porque se trata de figuras que tienen llegada, son gente leída que tiende a reforzar cierto pensamiento, digamos, facilista, que implícitamente desconoce el lugar que ocupan los expertos en las diferentes materias vinculadas a lo que está ocurriendo ahora en el mundo. También ese es el problema. Hay ciertas cosas que uno aprende en la vida, hay cosas de las que uno no puede hablar o debería hablar con mucha modestia precisamente cuando estás llegando a un público importante, como es el caso de estos filósofos y pensadores. Esto también se aplica a los dirigentes de los estados, que vienen hablando irresponsablemente de estos temas a los que nos enfrenta la pandemia, pero en su caso es mucho peor, porque manejan políticas públicas y tienen el micrófono encendido todo el tiempo.

"Hay que tener cuidado y respeto por el trabajo de otros colegas que son mucho más cuidadosos cuando se trata de predecir lo que podría suceder".

–¿A quiénes lee en estos días de encierro?

–Lo que leo está dentro del campo de las humanidades o de las ciencias sociales. Leo a gente que no tiene tanto nombre como estos filósofos y que tiene una mirada más abarcativa de lo que está sucediendo, y que además desde su expertise puede conjeturar algún tipo de escenario, que son escenarios mucho más modestos y limitados que los que plantean aquellas figuras, porque entiende que estamos en una situación que no tiene precedentes. Gente que trabaja en la virología, en la epidemiología, y que si hasta para ellos es incierto este panorama, ¿quiénes somos el resto para ponernos a aventurar sobre esto?, aunque hablemos sobre cómo la economía o cómo la sociedad va a transformarse. No tenemos evidencia concreta, porque uno puede hacer votos esperanzados sobre lo que le gustaría que pasara, pero eso es muy diferente de lo que ocurra, de lo que puede ser. Mucho de lo que va a pasar en realidad va a depender de cómo se modelen las circunstancias actuales y del manejo de la crisis que se haga actualmente. Hay gente que se dedica profesionalmente a especular sobre el futuro, sobre el riesgo empresarial, gente que se dedica a mapear las cuestiones de salud pública o a realizar modelos sobre el virus, esta gente lo que ve son más incertidumbres que otra cosa, por eso digo que es irresponsable ponerse a especular libremente.

–¿Por qué hay tanto filósofo con deseos de seguir anunciando el fin del capitalismo?

–Sí, eso como una aspiración normativa: es una discusión. No se puede decir que es algo que está bien o está mal, pero cuando eso nubla la visión analítica, que es lo que se le puede pedir que no le suceda a gente como nosotros, que se dedica a la reflexión sobre la sociedad, se convierte en una forma de pensar que arroja predicciones a la ligera, siendo que esto es algo que debe hacerse en forma responsable.

–También estamos viendo un nuevo auge de teorías conspirativas, y se repiten opiniones o supuestos informes periodísticos sobre que el virus fue confeccionado en un laboratorio o que se trata de un intento por disminuir la superpoblación, por mencionar algunas.

–Sí, ya veníamos con eso, en los últimos años se magnificaron las corrientes conspirativas. La pandemia vuelve a mostrarnos la velocidad y el fácil acceso y disponibilidad de teorías conspirativas. Es un fenómeno que se aplica sobre todo, virtualmente en cualquier temática y lugar. Ocurre especialmente en el campo de la salud, porque mezcla desconocimiento, ya que aquí se trata de que existen conocimientos muy técnicos, con la desconfianza muy grande sobre el establishment médico-científico, no solamente en Occidente. Eso contribuye a que haya personas dispuestas a no creer en el dato y a desarrollar creencias alternativas. Pero esto es algo que precede a la Covid-19. El supuesto complot magnifica estas tendencias, y es irónico que esto ocurra en un momento de auge del movimiento antivacunas porque ahora hay una evidencia muy importante de que la vacuna es la mejor solución frente a esto, en lo que coinciden muy diferentes pensamientos.

"El movimiento antivacunas no sólo desarrolla el descrédito hacia la vacuna en sí, sino que además refuerza creencias conspirativas sobre que se trata de inventos realizados por la industria sólo para obtener ganancias económicas".

–Al mismo tiempo, hay líderes importantes que parecen legitimar los cuestionamientos a las organizaciones científicas.

–Lo que está haciendo Donald Trump es legitimar posiciones o pensamientos de la que es su base política. En esa base hay desconfianza hacia las instituciones globales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o las Naciones Unidas, a las que ven como herramientas de una fabulación contra los intereses norteamericanos, que sólo quieren sacarle dinero a Estados Unidos, que es el principal contribuyente de estas organizaciones. Trump legitima eso que ya existe en su base electoral, esa desconfianza en las instituciones globalistas. Por otro lado, usa el dinero para presionar a esas instituciones internacionales para que acepten una nueva agenda, algo que siempre ha ocurrido, con más o con menos diplomacia. Estados Unidos quiere sujetar la agenda de esas organizaciones a sus necesidades, como ya se vio en el conflicto que tuvo con Unesco hace casi 40 años. Entonces se fue de la Unesco con la misma lógica, porque tiene una agenda diferente. Esto no quiere decir que la OMS esté actuando impecablemente, esa es otra discusión, pero Trump ve la ganancia política que obtiene frente a su base.

–Hasta hace pocas semanas hubo un discurso que hablaba del nuevo poder de seducción de las democracias más duras del sudeste asiático y hasta de las ventajas organizativas de gobiernos autoritarios como el de China.

–Sí, publiqué un artículo sobre eso, sobre la tentación autoritaria. Es una explicación incorrecta decir que esos países resolvieron mejor esta emergencia debido a su estado intensivo y autoritario. Es un error pensar que en estos tiempos la autocracia y las medidas draconianas de monitoreo y control pueden resolver la crisis. En el mejor de los casos, se trata de una explicación limitada para contar lo que ha ocurrido. El autoritarismo también explica el grave problema de China, esta idea de no dar a conocer información y censurar los hechos que cuestionen al régimen. Lo que hay es una estructura de salud pública más desarrollada y que era ya mucho más proclive a lidiar con este tipo de problemas. No es que tenga mayor efectividad porque se trata de un gobierno autoritario; eso es incorrecto, no es así. En el caso chino usan recetas que hoy en día son muy difíciles de pensar en otro contexto porque incluyen invasión de la privacidad, avance sobre los derechos de las personas.

–¿Cómo ve la reacción que están teniendo los diferentes países latinoamericanos?

–Son bastante diferentes, muestran diferencias importantes en este momento. En un lado pondría a los Bolsonaros y a los Ortegas, que han cuestionado o negado la existencia del virus, y han abrazado teorías conspirativas. Ortega y su esposa están desaparecidos de la escena, y permanecen detrás de un tipo de pensamiento mágico. Luego hay casos más curiosos como el de México, que empieza por negar el problema y en el medio aparece el ministro de Salud con toda su expertise hablando con un discurso científico y con datos, una postura más híbrida en términos de acción y de comunicación gubernamental. El caso argentino no entra en estas dos categorías previas, hay una dependencia de la información de los expertos y hay un intento de conseguir a partir del problema una especie de unión nacional, más allá de divisiones partidarias, y es muy temprano todavía para sacar conclusiones categóricas. Vemos que en las últimas seis semanas en América latina hay muy diferentes escenarios y cada uno enfrenta la pandemia con el sistema de salud que tiene, y vemos problemas muy serios en ese sentido. Lo que sucede en Guayaquil o en Venezuela, donde es muy baja la calidad de la salud pública, la crisis lo deja al descubierto. Hay muchos aspectos que desnudan los problemas de Latinoamérica, no sólo de salud pública, sino también de manejo de crisis. También se ven aspectos así en Estados Unidos, donde queda en evidencia el inequitativo sistema de salud pública que tiene.

–Las comunidades latina y afronorteamericana de Estados Unidos tienen muchas más víctimas que la comunidad blanca.

–Exacto. Por ir a una guardia médica, acá la gente sale con una deuda de seis o siete mil dólares. Si tenés seguro médico, se te reembolsará una parte, pero no todos lo tienen, entonces la gente piensa dos o tres veces antes de ir a una guardia. Y por el tipo de trabajo que tiene la gente de menores recursos, no puede darse el lujo de estar en cuarentena, sigue trabajando y está más expuesta. Ahí se reproduce este ciclo de desigualdad. No es sorprendente: es la gente que tiene de movida condiciones subyacentes más proclives al contagio de la enfermedad, que sufre más diabetes, más hipertensión, que tiene problemas cardiovasculares serios y son sectores de menores recursos, sobre todo en las grandes ciudades.

–También se especula mucho sobre cómo la pandemia afectará al actual sistema de medios de comunicación.

–Es interesante ver el aumento del tráfico que tienen los sitios de información y los noticieros, es un fenómeno que lo estamos viendo en muchos países, en Estados Unidos, en Europa, en América latina, en Australia. Entonces tiene sentido la búsqueda de información, y vemos además que la demanda por lo general va a sitios que son mainstream, el apetito informativo del público se dirige a ese tipo de sitios. Esto no va a resolver el problema del alcance de los medios en término de modelos de negocios porque lo que hay es un público que se ha volcado masivamente a todos los medios, incluso a los medios sociales. Hay un crecimiento espectacular en la cantidad de audiencia de YouTube, de Instagram, no sólo le pasa esto al periodismo.

–Es decir, no se trata de una posibilidad de renacimiento.

–Lo que pasa es que los medios tienen una forma de monetización que es mucho más complicada. Para los medios tradicionales es mucho más difícil, y vemos que de hecho lo que sigue pasando en Estados Unidos es que están cerrando medios y están reduciendo sus plantas de personal en medio de este boom de público. Esa es la ironía, va a ser muy difícil revertir la tendencia en marcha que pone en crisis el modelo de negocio del periodismo a pesar de este aumento descomunal de público. Ese es el dato más interesante y más irónico de toda esta situación. Además hay una contracción del mercado publicitario debido a la crisis económica que provoca, y eso va a afectar más a los medios y como también afecta el bolsillo de la gente, es impensable que hoy la gente pueda pagar por las noticias. En países como el nuestro no hay una solución fácil, porque el buen periodismo no fue pagado directamente por el público, sino que fue subsidiado por empresas privadas, por empresas vinculadas al negocio de los medios o por los gobiernos. En América latina no existe la inversión pública y casi tampoco la inversión filantrópica en los medios, salvo contados ejemplos, que reciben ayuda extranjera. Entonces ese cuadro de situación en el cual estamos, el intento de aumentar las suscripciones se consigue en algunos casos limitados, pero no es suficiente para mantener a las estructuras periodísticas importantes. El tema es quién va a subsidiar al periodismo, para mí eso sigue estando claro. Esta crisis por un lado magnifica el interés por la información dura sobre cuestiones de salud, de política y de sociedad, pero no se vislumbra ninguna solución para resolver el problema a largo alcance.

–¿Entonces usted ve que el sistema periodístico se continuará desangrando?

–Es difícil de ver, no está claro lo que vendrá. Es particularmente difícil entrever una solución posible en América latina. En Estados Unidos lo que se vislumbra es el apoyo filantrópico privado, o grandes medios que obtienen el apoyo de dueños multimillonarios, como ocurre con The Washington Post o con Los Angeles Times. Son financiados o subsidiados por dinero que existe capitalizado en otras industrias, pero esto de Estados Unidos no es viable incluso en Europa, y en América latina es más difícil todavía prever eso. Lo único que podría haber, y soy reacio a pensar que se pueda, es que la respuesta tenga forma de fondos públicos, con regulación de publicidad compartida y multipartidaria, a través de algún fondo especial que pueda suplir algunas de las falencias.

–Ahí nos enfrentamos con la comprobación de que en nuestros países no hemos podido desarrollar un sistema estatal de medios independiente de cada cambio de gobierno.

–Exacto, es un sistema de management y gerenciamiento, y de transparencia democrática que ni siquiera hemos conseguido en nuestros viejos sistemas de medios públicos. Pero, bueno, el Estado siempre va a tener fondos que las pequeñas empresas que hacen periódicos no van a poder tener. Va a terminar siendo un periodismo de opinión y no un periodismo que recaba datos y que haga trabajo de base, que camine las calles, porque eso requiere mucho más personal y mucha más plata. Se puede vislumbrar un periodismo más barato en término de costos, no barato en términos de calidad. En este momento no vislumbro otro tipo de alternativa.

–¿Cómo es su rutina personal en este encierro?

–Estoy acuarentenado, como todos. Acá donde vivo, en un barrio lindante con la ciudad de Washington, se puede salir, pero no quedarse fijo en un lugar, se puede salir a hacer caminar al perro o ir a un parque, pero no mucho más. Te hacen multas si estás mucho tiempo en un lugar público. Vivo en una zona con alto acatamiento de la cuarentena. Trabajo en la universidad y sigo con mis clases on line. En esta zona casi no hay tráfico, pero es así siempre durante todas las semanas, es bastante vacío, ya que la gente sale poco y nada, está ya en su casa en situaciones normales. Eso es algo muy habitual en muchos lugares de Estados Unidos, no pasa como en Córdoba o en Santa Fe, donde se ve mucha gente en la calle, acá ese no es el estilo de vida. Si bien Washington no es una gran ciudad como Chicago o San Francisco, acá no se sale a caminar tanto ni se anda mucho por la calle.

–¿Cúales libros o películas ha elegido en estos días de cuarentena?

–Siempre estoy leyendo a Borges, siempre recurro a Borges, es fascinante releerlo, lo tengo siempre a mano. Después, con tantas distracciones, con tanta información sobre lo que está pasando, es difícil concentrarse. También estoy viendo en Netflix la serie Babylon Berlín, que es una muy buena representación de la crisis. También estoy leyendo un libro sobre la Indian Company, sobre la dominación británica en la India, se llama La anarquía, de William Dalrymple, y también estoy leyendo El infiel y el profesor, un libro que habla de la amistad entre Adam Smith y David Hume. Dedico tiempo a la lectura y a la música, porque toco el piano, la guitarra y el charango. No soy un eximio concertista, pero me las arreglo. Mi mujer y mi hija me tienen que sufrir todos los días cuando me escuchan tratando de tocar zambas, blues y jazz con el charango, jajá.

* Este texto fue publicado originalmente por La Voz. Se reproduce aquí con la autorización correspondiente.

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