El otro virus

La decisión cordobesa marcó el camino que ya se había anticipado en reuniones previas: las provincias apelarán a cualquier tipo de herramienta de financiamiento si es que la Nación no acompaña las mayores urgencias con una emisión extraordinaria de pesos. Se lo plantearon al presidente Alberto Fernández en reiteradas oportunidades y los ministros provinciales de Economía venían cocinando las iniciativas, a fuego lento, a través de videoconferencias.

Los gobernadores reclaman la redistribución de Aportes del Tesoro Nacional (ATN), un remanente adeudado de unos $ 60.000 millones, de los cuales ya se giraron $ 6.000 millones. Pero, paralelamente, solicitaron que la Casa Rosada contribuya a pagar los salarios de los empleados públicos provinciales. Eso implicaba no menos de $ 130.000 millones. Sería una aspirina para una enfermedad que viene acumulándose desde hace tiempo, pero explotó en tiempos poselectorales. La inflación era el principal síntoma de una economía que fue desmejorándose a medida que pasaban los meses, pero que pasó a segundo plano desde que se desató la pandemia del coronavirus. Ese virus inflacionario hizo crecer exponencialmente el nivel de gastos que se alimentó -además- con la creciente necesidad política de retener el poder -en varios distritos del país- o de recuperan la conducción institucional a nivel nacional con la llegada de Alberto Fernández y la partida de Mauricio Macri. Eso es el pasado que parece lejano, pero sucedió hace poco más de cuatro meses.

“Van a tener que volar más horneros”, dice con un gesto de una irónica realidad edulcorada un economista con manejo en finanzas públicas. Alude así a la proyección de incrementar el circulante de billetes de alta denominación (el de $ 1.000 lleva la figura del típico pájaro argentino) para atender los crecientes gastos operativos de un país que trata de achatar la curva de casos de covid-19. Los analistas consideran que, al ritmo de una Argentina en default selectivo de su deuda y con un mar de necesidades financieras, la gestión actual requerirá no menos de medio billón de pesos para mirar la otra orilla.

Juan Schiaretti quiso hacerlo antes. Y adoptó el mismo argumento que sus pares de otros distritos: una fuerte baja de la recaudación y la natural caída de la fuente de financiamiento natural lo llevó a utilizar un instrumento para pagar a sus proveedores. Se trata de un título que será de carácter transferible y que podrá ser utilizado para cancelar deudas tributarias. Nada nuevo bajo el sol. Tucumán, en otras épocas, ha sido un imaginativo emisor de herramientas de uso general, desde los Bocade, pasando por los Bonos Solidarios y los cheques diferidos, hasta las Letras de Tesorería. Todas ellas disimularon la enfermedad crónica: déficit fiscal o, en términos generales, la voracidad del gasto ante ingresos escuálidos.

Las cuasimonedas están a la vuelta de la esquina si no aparece la plata nacional. No es una amenaza de los gobernadores. Ya es una posibilidad que está alumbrándose. Esos bonos siempre han contribuido a disimular los mayores gastos y, particularmente, a compensar la caída de la recaudación. Los comerciantes, en su momento, lo aceptaron porque no había otra forma de alentar sus ventas. Pero todo fue lindo hasta que se cayó la operatoria de canje. Y allí se despierta el otro virus, el desagio o la pérdida de valor nominal del billete que se recibe cuando se intenta convertirlo a pesos.

¿Cuánto requeriría Tucumán si es que se anima a volver a emitir bonos? Si bien públicamente se niega tal posibilidad, la idea deambula por las cabezas de los estrategas financieros de la provincia. Lo ideal, según entienden, es que la provincia cuente con una disponibilidad equivalente a tres planillas salariales mensuales. ¿Cuánto sería? En términos generales, unos $ 21.000 millones (a razón de $ 12.350 por habitante).

Por ahora, todo esto está en el terreno de las especulaciones, aunque la situación fiscal obliga a tomar medidas de cirugía mayor a todos los gobernadores. Claro está que la vacuna para esa política es traumática, tomando en cuenta la ansiedad y la desesperación social frente a la pandemia. Mientras tanto, el virus fiscal estará latente.

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