Cartas de lectores
06 Enero 2020

Man de Camelle

Era el último anacoreta. Al modo de Diógenes, el excéntrico filósofo griego que vivía en su barril, y con su manto, su zurrón y su báculo desafío al mundo con su libertad sin límites. Man de Camelle, el rebelde con causa, también se despojó de todo y abandonó el mundo para encontrarse con el planeta. Su barba y cabellera enmarañadas se confundían entre las fuerzas salvajes de las olas y la maleable roca marina. El loco gallego vestido con su eterno taparrabos recorría la costa de punta en punta en busca de los restos que el mar traía. Las vértebras de cetáceos, las astillas de barcos y los maderos de otros hemisferios, eran su tesoro. Riqueza acumulada por la sabia naturaleza. Como un naufragio de piedras y agua construyó su hogar y su obra de arte. Una maraña de colores, formas y restos fueron tomando forma en aquella costa descarnada. Un universo particular, en cuya cúpula titilaban millones de átomos de suave azul, era su hogar y su mundo. Él Atlántico del norte lo había atrapado para siempre. El mar se había convertido en su compañera, su nido y su paraíso perdido, tal vez por un amor despechado. Su cuerpo, como escudo y como única armadura, era un muro de hormigón contra el invasor impasible. El cemento fresco en el que se tumbó tres veces dejó su huella y su figura como un fósil viviente, la que quedara enclavada para siempre en la costa Da Morte. Solamente una horda bárbara, como una descomunal mancha liberando su vómito de fuel, puede arrebatar su mar, su costa y su obra. El lodazal de petróleo sobre el paraíso Atlántico es su destino cruel. El mal genio de un mar embravecido y el pantano negro nunca pueden desmembrar los colores del arco iris. Manfredo vivió en libertad, braceó contra corriente y alcanzo la felicidad absoluta. El mundo fue su casa y el árbol su choza. El rincón perdido en donde edificó sus sueños. Alfred Gnadinger, el solitario apóstol al servicio de un ideal, separo su cuerpo de este mundo. Su leyenda con la luz de la poesía y la eterna oración de la escritura permanecerá para siempre. El último ermitaño será siempre una roca inmóvil contra la cual se rompen en vano todas las olas. Tímido y solitario, envuelto de viento, sol y salitre. ¿Qué le han hecho al mar? Te han arrancado del corazón, con lanzas de miseria, la atlántica belleza, que lo inundaba todo.

Jorge Bernabé Lobo Aragón [email protected]

Fe poética y arbolado urbano

“La fé poética es la suspensión voluntaria de la incredulidad”, decía el poeta inglés Coleridge. Es la que tenemos aquellos que creemos que un mejor arbolado urbano, en lo cualitativo y en lo cuantitativo, es posible. Especialmente los que vivimos en San Miguel de Tucumán, donde, al carecer de censo del arbolado urbano, ignoramos cuántos son los árboles de alineado que faltan en las veredas de nuestra ciudad. Por la forma en que sentimos la temperatura (algo totalmente subjetivo, y personal), podemos hacer un juicio de valor, una aproximación a la realidad: si 600.000 árboles sanos y en perfecto estado estuvieran en las veredas de la ciudad, se podría estimar que la baja de temperatura andaría en un rango de 4 a 6 grados menos. Si el actual arbolado urbano sano consistiera en 400.000 ejemplares, el aumento de 200.000 árboles sanos más demandaría cierto tiempo para su desarrollo. Quizás no se realiza un censo del arbolado porque la realidad marcaría números más negativos todavía. La Municipalidad es la custodia del patrimonio forestal de la ciudad. La ordenanza 495/80, reglamentada por el decreto 482 el 20 de abril de 1994, establece un “Plan de forestación de la vía pública”. Su fundamento era devolver a la ciudad la fisonomía de Jardín de la República. Luego, la 3487/2004, refrendada por Néstor Angel Varela y Carolina Vargas Aignasse, dispone la creación del “Registro del patrimonio vegetal del municipio”. Este debía crear una base de datos e inventario con: A) Los espacios verdes de uso público, plazas, paseos, parques y jardines del municipio. B) Los ejemplares arbóreos ubicados en plazas, parques, paseos,jadines,avenidas, calles y pasajes de la ciudad, clasificándolos por su tipo, estado, cantidad y ubicación. Ambas ordenanzas están en vigencia, ninguna se cumple, espero que en bien de los que habitamos en esta benemérita y muy digna ciudad, algún concejal se digne indagar en el tema.

René Carlos Roncedo
[email protected]

Reconocer los errores

Por culpa del fanatismo político, instalado hace mucho tiempo en la Republica Argentina, los representantes del pueblo no admiten errores y recaen nuevamente en los mismos yerros, convencidos de nada. Uno puede observar desde contradicciones a sus propias propuestas de campaña hasta alianzas nunca esperadas. Si bien todo es posible en política, sobre todo si se debe apostar por el crecimiento y el futuro, la realidad nacional es el resultado de malos gobiernos. Siempre que opino desde lo ideológico aclaro que los electorados inciden en porcentajes que sientan gobiernos. Los partidos políticos se han convertido en los menos. Digo esto porque no toda la Argentina es peronista o radical, de izquierda o de derecha, socialista o neoliberal. Simplemente, los argentinos suelen castigar a los gobiernos de turno porque la realidad a la hora de votar es lo verdaderamente influyente. ¿Cómo votará un argentino que tiene necesidades básicas insatisfechas? El argentino, para cambiar el país, debe cambiar a la clase política en su mayoría. No se debe estar necesariamente de acuerdo con todo lo que se dice y se hace. Mucho menos en contra. Ninguno de los extremos son aconsejables en términos sociales. Debemos dejar de ver un River-Boca en todos los asuntos, porque esto vas más allá. Se trata del presente y del futuro de la nación. La racionalidad debe estar en el votante que es un ciudadano, un obrero, un maestro, un emprendedor, un padre de familia que exige bienestar. Reconocer un error es un síntoma de grandeza y una posibilidad de subsanarlo. Los gobernantes tienen la obligación de hacer las cosas bien y también la obligación de reconocer cuando las cosas se hacen mal.

Williams Fanlo
Azcuénaga 980
San Miguel de Tucumán
[email protected]

Fotocopias y burocracia

¡Cómo han cambiado los tiempos desde hace unos años a ahora! Antes, las horas eran eternas. Decíamos que faltaban tres días para Navidad y era como... como un siglo. Hoy ya es mañana. Si acaso no es esta noche. Aíí se nos fueron acortando los tiempos de tal forma que ya hemos pasado fin de año pensando en las vacaciones. Los tiempos cambian, a pesar de que las horas son exactamente iguales. Es nuestro interior el que las regula, según nuestra voluntad. Las cosas también cambian y avanzan a medida que la tecnología nos va dando más comodidad. Y pensamos, tal vez por demás. Hace ya muchos años, nuestras maestras para facilitarse las pruebas, utilizaban la “tecnología” y todo por un mismo sueldo. Buscaban en las carnicerías colas de pescado. En sus casas, las hervían y a la gelatina que extraían la colocaban en una asadera y esperaban que solidificara. Luego en una hoja de papel escribían con lápiz de mina copiativa lo que deseaban transmitirnos, haciendo varias copias. Fue el antecesor de la fotocopia. Las muy “atorrantes” no querían hacer 35 o 40 copias al carbónico e idearon las copias masivas. Hoy, con el nacimiento de la fotocopiadora, en las oficinas públicas llenas de empleados, nadie cree en nadie y piden fotocopias de cualquier cosa. Juntan millones de hojas con el fin de alimentar a las cucarachas y a los roedores. Como colaboración a esa burocracia, proponemos que además de las copias, se pidan fotos y datos de la ropa interior que usan los contribuyentes… ¿Habrá alguien que cambie esta forma de trabas que dificultan todo? ¡Jamás! ¿Y qué hacemos con los empleados que no sirven para nada? Es que si se levantan para buscar algo, otro empleado les saca la silla y tendrá que quedarse parado el resto del horario. Por eso piden copias a mansalva.

Martha Susana Kelly
[email protected]

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