Caso Pomar, 24 días después

Caso Pomar, 24 días después

Caso Pomar, 24 días después
05 Enero 2020

Tomábamos mate mientras preparábamos las cañas y los aparejos para la pesca cuando entró un SMS al Nokia 1100.

Era una tarde de primavera fabulosa. De frente teníamos un conjunto de árboles frutales. A un lado, la pileta. La casa, detrás. La perra descansaba a unos metros, atenta de cara a la tranquera. El sol empezaba a esconderse tras el palo borracho y las tupidas y mal podadas higuerillas del vecino.

Encontraron a los Pomar en Gahan, decía el mensaje

Sí, claro, respondí, están tomando mates con nosotros.

De verdad, insistió mi amigo, en la ruta entre Salto y Gahan. Está en todos los canales de televisión.

Miré a mi esposa, le leí los mensajes. Es tan escasa a veces la distancia que separa una mirada de un brote de curiosidad.

Guardamos las cañas en la casa, subimos la perra al auto y partimos.

Sobre el murito que separaba la vereda de la puerta del destacamento se sentaba un hombre. Es difícil encontrar una manera de describir la expresión de su cara, la postura de su cuerpo. Agotado, como si viniera de correr una maratón. Horrorizado, como si acabara de ver la saga completa de Jason Voorhees. Abatido, como si alguien acabase de arrebatarle la bolsita donde guardaba sus mejores sueños.

-Quién es –le pregunté a mi esposa.

-Arruvito. El jefe de la patrulla rural.

Bajamos, preguntamos, nos lo confirmo. Lo miré antes de poner en marcha el auto. Definitivamente no era su día.

Llegamos casi al mismo tiempo que los bomberos y la policía. Alguna poca gente se arracimaba sobre el asfalto, otros, entre la curiosidad y el morbo, bajaban a la banquina y pretendían rodear el monte para entrar por atrás, atravesando el alambrado.

Nos empezábamos a encontrar con gente conocida. Se comentaba que el auto y los cuerpos estaban ahí, entre los árboles y la alcantarilla, justo a la altura de la curva. Empezó a circular la versión de que a quien los había encontrado se lo había llevado la policía para “protegerlo”.

- Mirá. ¿Sabés quién es ese? –me preguntó mi mujer.

- No.

- Ruiz. El comisario.

“El que los encontró fui yo, ayudado por el jefe de la patrulla rural”, diría horas más tarde a la prensa, muy orondo, el por entonces Jefe Distrital de Salto, Juan Carlos Ruiz.

En la imagen que rescaté ese día con una camarita digital, y que terminó publicándose en el diario Perfil, Ruiz, con sus bigotes y su calva incipiente, aparecía hablando por teléfono, llevaba una camisa clara a cuadros, pantalón de vestir gris y mocasines oscuros.

Jamás se había escuchado tantas veces como en esos 24 días la palabra rastrillaje. Radios, canales de televisión y medios digitales agotaban su amarillismo con teorías delirantes: secuestro, viaje fuera del país, deudas financieras, allanamientos en la casa de José Mármol, la repetida toma de la cámara de seguridad del peaje de Villa Espil. Se cruzaban las acusaciones entre familiares, fiscales, Policía, el Ministerio de Seguridad de la provincia a cargo de Carlos Stornelli.

De a poco el lugar se fue llenando de autos. Minutos después había cerco policial, la gente quedaba detrás de las tiritas rojiblancas de peligro y empezaban a llegar los móviles de los medios nacionales.

Cuando vi que no quedaba otra me subí al asiento trasero de un carro de bomberos. La perra se sentó al pie del estribo. Desde ahí arriba se veían, apenas, entre los matorrales, las ruedas del Duna rojo. En el asiento delantero estaba Marco, un amigo fotógrafo.

- Tengo que bajar a sacarle fotos a los cuerpos –me dijo, cámara en mano–. Me lo pidieron los forenses. ¿Querés venir?

- Paso. Gracias.

Mi esposa había quedado al otro lado del vallado. No me preocuparon los quince o veinte metros que nos separaban; me preocupaban sus cinco meses de embarazo.

Antes de bajar del carro de bomberos y reencontrarme con ella junto al auto, repasé las fotos que había sacado con la camarita digital. Camisa clara a cuadros, pantalón de vestir gris, mocasines oscuros.

“Nadie sale un feriado a buscar a una familia desaparecida veinte días atrás, con toda la prensa soplándole las espaldas, vestido de esa manera”, pensé.

“Nadie”.

© LA GACETA

Hernán Carbonel - Periodista y escritor. Autor de El caso arroyo Dulce.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios