“El trabajo es una manera de aprender siempre y cuando se cuide al adolescente”

“El trabajo es una manera de aprender siempre y cuando se cuide al adolescente”

Para erradicar el trabajo infantil se requiere un Estado fuerte, indica.

CUESTIÓN CULTURAL. Guerrero sostiene que en esta parte del mundo es común el trabajo familiar agrícola. LA GACETA / FOTOS DE Ines Quinteros Orio CUESTIÓN CULTURAL. Guerrero sostiene que en esta parte del mundo es común el trabajo familiar agrícola. LA GACETA / FOTOS DE Ines Quinteros Orio

La definición técnica de trabajo infantil se refiere a cualquier actividad que, física, mental, social o moralmente sea perjudicial para el niño, afecte su escolaridad y le impida jugar. Todo aquello que se le niegue la oportunidad de ser niños. En la Argentina, el 13,3% de los niños, niñas y adolescentes de entre 5 y 17 años trabaja. A su vez, en el ámbito rural la tasa se duplica (19,8%) respecto del urbano (8,4%), según la Encuesta de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes. “El trabajo adolescente (16 y 17 años) no es necesariamente negativo si está en un marco de una cultura, si no implica que se violen derechos del chico, que le impida asistir a la escuela”, dice a LA GACETA Maró Guerrero, directora de DYA Argentina, una ONG experta en erradicación de trabajo infantil en minería, basurales y agroindustria. La investigadora ecuatoriana viene desarrollando una tarea coordinada con industrias puntuales: en Misiones con la yerba mate y en Tucumán con el arándano, en campañas y talleres de sensibilización y concientización. En la entrevista con LA GACETA, dice, además, que “el trabajo también es una manera de aprender, siempre y cuando se cuide a los niños”.

-¿Está ligado el trabajo infantil a las familias pobres o es una forma de vida?

-Generalmente lo primero a lo que se asocia el trabajo infantil es a la pobreza: el niño es pobre y entonces tiene que trabajar. Pero no necesariamente todos los chicos trabajan porque son pobres. La pobreza sí es un caldo cultivo: hay más probabilidades de que un niño tenga que trabajar por necesidad cuando es pobre. Pero los chicos trabajan también por razones culturales no necesariamente estigmatizantes. El trabajo adolescente (16 y 17 años) no es necesariamente negativo si está en el marco de una cultura, si está acompañado por una familia, si no implica que se violen los derechos del chico, que deje de asistir a la escuela. Pero para que eso esté garantizado tiene que haber un Estado fuerte, tiene que estar la sociedad detrás de la protección de los chicos. Aunque me parece que ha sido necesario impulsar el discurso de los derechos de los niños y las política públicas de prevención y erradicación del trabajo infantil, eso en determinado momento ha hecho que ya no se vea el valor que también puede tener una experiencia laboral cuando es controlada, cuando es cuidada. El trabajo también es una manera de aprender, siempre y cuando se cuide a los niños.

-¿Por qué es difícil erradicarlo?

-Es difícil de erradicar porque efectivamente sí está asociado a la pobreza, porque no tenemos buenos sistemas de control, porque muchas veces desde el sector productivo sí implica flexibilización, porque le conviene a cierto sector productivo contratar menores de edad. Entonces hay una serie de circunstancias que provocan el trabajo infantil y todavía nos falta articular entre distintos actores estrategias para prevenirlo y erradicarlo. Es necesaria una tarea desde el sector productivo, desde el Estado, desde la sociedad civil, para que efectivamente desaparezca aquello que llamamos trabajo infantil: eso que implica peligros, excesos, abusos o violación de derechos. Pero no me refiero a esas actividades productivas que les sirven a los chicos para aprender y que se hacen con el ánimo de enseñar. Eso es otra cosa, ¿no?


-¿O sea que tiene mala prensa el trabajo infantil? ¿O hay un uso general del término?

-Hay un uso general del término. Me parece que hay una cosa de terminología: bajo “trabajo infantil” entran tanto las labores formativas como la explotación laboral infantil. Entonces creo que es importantísimo definir cuáles son los límites de lo uno y de lo otro y no es sencillo. Hay una delgada línea que divide el trabajo infantil, que es ilegal, y el trabajo adolescente protegido, a partir del número de horas y de las condiciones. La ley establece unos parámetros generales. Por ejemplo, en todos nuestros países, en Latinoamérica, hay listados de trabajos peligrosos. Son una buena orientación de qué es excesivo, pero al momento de operativizar en el campo, cuando una empresa o cuando el sistema de inspecciones quiere actuar, es difícil determinarlo. El listado de trabajos peligrosos te dice que todo aquello que implique el traslado de pesos lo es. ¿Qué es peso? ¿Cuánto es pesado? ¿Pesado es que un chico haga sistemáticamente esa labor? ¿Cuántas veces al día? ¿Cuántas horas? Es bien difícil parametrizar cuando quieres definir hasta dónde sí y hasta dónde no. Y creo que ahí todavía tenemos un esfuerzo de política pública que hacer: hay que adaptar esos listados a las realidades concretas.


-Hay empleadores que sostienen que la mano obra de infantil y la femenina son mucho más sensibles que la del hombre para determinadas actividades u oficios...

-En mi experiencia, trabajando en Ecuador, en Bolivia, en Perú, en Argentina, la verdad es que hay una serie de mitos. Me parece que es importante estudiar, analizar, cada actividad productiva. Por ejemplo, estamos trabajando en Argentina, en Misiones y en Tucumán, con yerba mate y con arándanos, y hemos observado con contratistas, con cosecheros, con médicos ocupacionales, con gente de seguridad e higiene, y analizado todo el proceso productivo para identificar qué hacen los chicos: es o no es peligroso, qué características tiene la actividad. Y esto de que, por ejemplo, para cosechar el arándano se necesitan manitos chiquitas porque es un fruto delicado es un mito. No es así necesariamente. Sí, es un fruto delicado, pero no es que solo una manito chiquita lo puede hacer y entonces el campo está lleno de chicos. Hay una serie de mitos y creo que es importante investigar mucho. Pero no es falta muchísimo trabajar en ese campo, no tenemos caracterizadas las actividades productivas. En Argentina y en otros países todo el tema estadístico es muy débil, aunque se hayan hecho esfuerzos con encuestas de trabajo infantil. Todos sabemos que la agricultura es una de las actividades de mayor incidencia pero no sabemos qué pasa en cada una de las actividades productivas: qué pasa en algodón, en yerba mate. Y probablemente hay actividades que no son peligrosas y que sí podrían hacer los adolescentes, por ejemplo. Sin embargo, muchas están prohibidas porque no tenemos información, no tenemos buenas características.

-Mencionó países que sí tienen una actividad intensiva en cuanto a trabajo familiar, no solamente infantil…

-Sí, la mayor incidencia está en trabajo familiar agrícola. No tanto en las grandes industrias, que además cada vez tienen mercados más exigentes y tienen que demostrar que tienen estándares sociales. El gran problema es el trabajo familiar, ¿no? Gran parte del trabajo en agricultura se concentra en la familia y allí no llegan los sistemas de inspecciones. Generalmente están en zonas rurales donde no necesariamente llegan los servicios del Estado y entonces hay que hacer otro tipo de esfuerzos de protección y sumar a otros actores, porque ni siquiera hay una empresa que controle la cadena productiva, sino que es la propia familia. Y ahí hay todo un debate: ¿es el padre o la madre un empleador? ¿Emplean a su hijo o lo explotan? ¿Es un problema social que hay que atender desde otro lado?


-¿Qué se hace? Porque en muchos casos hay una necesidad de subsistencia familiar.

-Sí. Desde la Fundación proponemos abordar el tema desde distintos lugares. Efectivamente, como no es solamente un tema de pobreza, no se resuelve solo mejorando la economía de la familia, aunque en algunos casos sí. En algunos casos es urgente atender la economía familiar. Tienes casos en que los chicos son cabeza de hogar y entonces necesitan el trabajo. Hay adolescentes que a los 14 o 15 años ya son papás, mamás, y necesitan el sustento. Tienen que sostener a la familia. Entonces a esos chicos no solo hay que garantizarles que tengan un empleo protegido sino también asegurarse de que terminen la escuela, de que tengan una guardería donde dejar a su hijo para poder trabajar. El problema del trabajo infantil es que es multicausal y no se resuelve solamente mejorando la economía, los sistemas de control, las políticas públicas o la educación. Hay que abordarlo desde todos lados.

-¿Qué pasa si a un empleador le detectan trabajo infantil?

-En Argentina, si vos tienes trabajadores menores de 16 años, vas preso. En Argentina hay prisión por trabajo infantil. Y si tienes un adolescente mayor de 16 años trabajando y no está regularizado, se abre un proceso administrativo para que lo regularices. En ese caso no es tan crítico como la prisión, pero es muy dura la regulación argentina. Además, los mercados restringen cada vez el acceso de productos que no pueden demostrar que no tienen trabajo infantil. En Holanda, por ejemplo, el Congreso aprobó una norma para que los productos que quieran entrar al mercado holandés tengan que demostrar su trazabilidad. En Estados Unidos se discute lo mismo. Y eso de alguna manera es una oportunidad para quienes perseguimos la erradicación del trabajo infantil, porque hay un estímulo desde el mercado para que el sector se involucre en el tema del trabajo infantil. Aunque tienes por supuesto productores que no lo hacen por acceder al mercado sino que también son responsables socialmente.

MARÓ GUERRERO

Es antropóloga e investigadora (Flacso-Ecuador) y hace 20 años comenzó su lucha contra el trabajo infantil recorriendo basurales, mercados callejeros y zonas mineras. Dirigió proyectos para la erradicación del trabajo infantil en Ecuador, Bolivia, Perú y Argentina.  Es Directora de DYA Argentina y lidera el Proyecto P.A.R (Producción Agrícola Responsable) que busca aportar a las políticas públicas en materia de trabajo infantil agrícola.

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