La cultura está ausente de los grandes debates electorales

La cultura está ausente de los grandes debates electorales

La ausencia de definiciones abarca a todos los candidatos. El peligro de los proyectos hegemónicos y el valor de la diversidad social.

Hubo elecciones provinciales, PASO nacionales, dos debates de candidatos presidenciales y una campaña publicitaria permanente durante muchos meses. El único punto en común entre todos los postulantes a los distintos cargos ha sido la ausencia absoluta de propuestas concretas en el fértil campo cultural. Esto evidencia mucho más que una desatención: deja a las claras que este tema como política de Estado no merece el más mínimo detenimiento ni motiva a los dirigentes (y su séquito de asesores) a pensar de qué manera construir directrices primero y acciones posteriores que apunten a atender necesidades y aspiraciones sociales en este asunto. Pero deducir que no estuvo presente en cada etapa es equivocarse.

Lo cultural excede (con mucho) lo artístico y espectacular. Es la expresión inmaterial de ideas y necesidades colectivas de numerosos sectores de una comunidad que deben ser atendidas por separado y en respeto de sus identidades. Pretender tener una cultura única es ofensivo a la diversidad, una agresión a las diferencias y una visión errada de nuestras sociedades, que están constituidas por seres con intereses dispersos, quizás hasta contradictorios, y que los de unos son tan respetables como los de los otros.

En el sentido de reconocer al otro y admitir que es diferente, cobra relevancia el respeto en la construcción de un modelo inclusivo, que entienda que si alguien disiente en algo no es un enemigo. Hasta en la forma de bautizar una oficina pública se expresa una política, como queda en evidencia cuando en el municipio de Tafí Viejo el área que maneja Marcos Acevedo se llama Secretaría de Culturas. El funcionario reconoció que no fue de él la idea de llamarla así, pero haberla aceptado ya encierra el núcleo de una gestión que se diferencia positivamente de otras de la provincia.

Imponer un discurso único (sea del signo que sea) suele ser una tentación simplista, imposible de aplicar ni siquiera en las dictaduras más extremas. Aún sometidos por el miedo, se filtran en la intimidad las ideas contrarias a los mandatos impuestos. De allí a que algunos tengan la valentía de expresarlas hay un largo tramo, pero existen y gozan de la libertad del pensamiento indócil.

Vacante de cuatro meses

Que no se haya debatido públicamente sobre cultura es una derrota de todos. Pensar que basta con discutir sobre economía, modos de ejercer el poder formal, inflación, corrupción, cloacas o pavimento, es eludir temas de fondo que construyen pensamiento. Que a las horas del triunfo (en un lejano junio) de Juan Manzur haya renunciado el titular del Ente Cultural, Mauricio Guzman, y que el organismo haya entrado en un interinato hasta este mes, donde supuestamente se reorganizará el gabinete provincial, es una elocuente señal de la trascendencia que se le da al tema. Si esa dimisión hubiese ocurrido en cualquier cartera del gabinete vernáculo, a los días estaría su reemplazante en plenitud. Para ejercitar la imaginación, se podría pensar en una vacante de más de cuatro meses en Educación, Economía o Salud.

Alrededor del vicegobernador Osvaldo Jaldo circulan numerosos nombres de sucesores de Guzman (Martín Ruiz Torres -actualmente a cargo del Ente- y Alejandro Hassán son los más repetidos). Son los mismos que no se animan a pronunciar en voz alta ante el mandatario reelecto, cuya cara de poker impide conocer cuándo late más fuerte el corazón.

En 2006, cuando el kirchnerismo era un proyecto consolidado en su primera etapa, se realizó en Mar del Plata el Primer Congreso Argentino de Cultura, durante el cual se definió a la cultura “como los sentidos que le damos a nuestras formas de vida comunitaria”, tal cual recordó el intelectual Francisco Tete Romero, al pedir que se debata un Proyecto Cultural Soberano de Nación, con “horizontes de sentido solidarios, fraternos y emancipatorios”. Desde su criterio de militante K, el macrismo (expresión organizada de un colectivo de clase económica alta y concentrada) venció en la batalla cultural hace cuatro años.

Pensar que la discusión política entre Juntos por el Cambio y el Frente de Todos se pueden reducir a los proyectos de gestión y administración del Estado y a la macro y micro economía es minimizar el territorio simbólico de la cultura, en tanto proyecto colectivo de coexistencia social o mero individualismo aislado. Tanto uno como otro discurso pretende ser hegemónico, lo que anula toda admisión de que quien no piense como yo tiene entidad, ser y, eventualmente, razón en ciertos aspectos.

El sociólogo Saúl Feldman, citado por Romero, enumera al odio, al miedo y al narcisismo como los “sentimientos básicos” usados “para activar los prejuicios sociales, fuertemente discriminatorios, sobre nuestras otredades y diversidades, para desactivar nuestra alerta reflexiva, como si fuéramos los esclavos de una Matrix que nos impone una visión de realidad que no existe”. Lo contrario es reconocernos como parte de una sociedad plural, diversa, con urgencias distintas y con partes de verdad diseminadas por todos lados y pensamientos. Y sobre esa admisión, construir proyectos a ejecutar desde oficinas públicas.

“Las identidades no crecen en los árboles. Todas se construyen y se destruyen”, afirmó este año el ministro en funciones de Relaciones Exteriores de España, Josep Borrell. Somos ramas de un tronco común, pero cada una da un fruto distinto. Si algunas se cortan, la cesta perderá sabores.

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