Una lección que viene de lejos

Muchos tucumanos descubrieron que en la provincia existen gaiteros. Lo hicieron gracias a la generosidad de una estrella internacional de la música celta como Carlos Núñez, quien en el recital que ofreció el viernes en el teatro San Martín invitó al escenario a Mariana Cano, Emiliano Fattor y Rodrigo Mamaní, integrantes de la orquesta JOTA (Jóvenes Tucumanos por la Asturianía) del Centro Asturiano local.

La sorpresa evidencia que hay géneros aún ocultos en Tucumán, tierra fértil para sembrar toda clase de ritmos. Muchos de ellos están invisibilizados para el público local en el Septiembre Musical y en los principales escenarios; eventualmente aparecen en la grilla relegados a lugares de segundo o tercer orden y con funciones salpicadas en el interior. Más allá del talento desplegado en sus presentaciones, bueno sería que se sepa de sus vidas y de sus intérpretes. JOTA, por señalar sólo un ejemplo, lleva desde 2007 reivindicando la cultura de esa región española.

Darles presencia y visibilidad potenciaría la curiosidad del público en saber más y en recurrir a la cartelera de la provincia. La enorme calidad de ciertos productos artísticos que se presentan en recitales, funciones o festivales tucumanos muchas veces no tiene respaldo masivo en la platea. Salas a medio llenar son cosa corriente, independientemente de la propuesta escénica que tenga lugar, especialmente en los eventos que tienen varios días de realización (como el Septiembre Musical, donde se administran los bolsillos y las energías).

Basta un caso como muestra: en la brillante actuación de Diego Schissi Quinteto en el San Martín el viernes 13 había espacios vacíos en la platea y pocos palcos estaban ocupados. Haberse perdido una oportunidad de oro para presenciar a cinco músicos de excelencia debería ser un dolor espiritual para los amantes de los sonidos, pero más allá de ellos, tendría que ser un llamado de atención para las autoridades. No hay que confundir programación con reacción del público. La propuesta podrá haber sido brillante; lo que falló es la convocatoria y en ese sentido no se debe pensar sólo en la difusión por los medios masivos de comunicación. Ni siquiera es una cuestión de precios, ya que el costo de las entradas en esta fiesta anual es accesible y más con las promociones que existen, como el muy aprovechado beneficio vigente de 2x1 para los socios del Club LA GACETA.

Conseguir motivar a los espectadores para que llenen una sala en estos tiempos requiere de una suma y acumulación de factores y estrategias, la primera de las cuales debe ser la construcción de público, tarea que demora en ver los resultados concretos. Cuando se hizo el balance del festival Tucumán Cine Gerardo Vallejo, mencionamos que en las proyecciones de los filmes en competencia en Yerba Buena, la presencia en muchas funciones no llegaba a las dos decenas de personas. Y en junio, cuando tuvo lugar el Festival Internacional de Jazz, las butacas vacantes durante el recital del francés de ascendencia vietnamita Nguyên Lê con su Ha Noi Trío, eran demasiadas ante una estrella mundial, en uno de los conciertos más innovadores y provocativos del año. Lo hecho por Schissi no quedó muy lejos; por el contrario, el deleite de poder escuchar algo distinto a lo clásico y tradicional del 2x4 enriquece la formación y permite crecer más allá de los gustos estéticos.

La publicidad tradicional estática en la vía pública es sólo una herramienta para avisar que algo está pasando o que va a pasar. Pero quien transita no se detiene a ver (vaya caminando o a pie) el cartel, sino que lo incorpora a veces subliminalmente y sigue su ruta. Montar una cartelera en la calle donde se detalle la programación es una utopía, como ocurría con viejas publicidades electorales llenas de palabras que nadie leía. Se la pasa de largo. Para eso está la prensa tradicional, las páginas de internet y las redes sociales, que multiplican los mensajes entre sí.

Pero todo ello debe ser respaldado por acciones directas con grupos que representen focos de interés. Lo recaudado en boletería en esta clase de encuentros no es el grueso de la inversión ni permite recuperar la mayor parte de los gastos. En términos contables, se sabe que se va a pérdida con el bordereaux, por lo que es relevante la idea de que la cultura es un bien inmaterial de enorme valor agregado, que no puede ser mensurado en un presupuesto oficial y sobre la cual el Estado tiene un alto grado de responsabilidad.

Entenderlo permite redefinir los vínculos con el público desde otro lugar, como acuerdos para ceder entradas gratis o a precios ínfimos para ciertos grupos (como los que se reúnen en milongas) y con municipios y comunas para facilitar la concurrencia desde el interior poniendo a disposición vehículos del Estado (como ocurre en actos políticos) o con sindicatos de artistas para posibilitar encuentros en forma abierta con los visitantes y muchas otras opciones que generarían una potenciación de la participación en las funciones. No basta (a las pruebas uno puede remitirse) con informar a la sociedad lo que va a pasar; hace falta reformular los vínculos y concretar otra forma en tiempos de cambio de consumo cultural. A principios de este siglo se hablaba de “construir confianza” entre el Estado y los ciudadanos, y el arte tiene bastante para aportar en esa vía.

Hay propuestas que, de antemano, se sabe que llenarán, como ocurrió con Núñez, la ópera Turandot, Bruno Gelber o el Festival Mintz. Bienvenidas sean, pero no alcanza para la evaluación final global. Quizás se pueda investigar qué pasaría con el público con la presencia de los artistas locales (emergentes o consagrados) en algunos shows, como teloneros sobre el escenario o en los halls de entrada mientras amenizan el paso a la sala o convocan desde la calle. Tal vez la clave la haya dado el gaitero español, que viajó 10.000 kilómetros para dejar una muestra del camino.

Claro que la opción más cómoda y con menos riesgo, trabajo y compromiso es seguir como hasta ahora. Pero si esa es la decisión, que sea consciente y empecemos a sacar sillas de las salas.

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