Dos caras, la misma economía

Claudio Zuchovicki ha sido muy claro en su definición a LA GACETA. “Creo que los ciudadanos de a pie no nos queda otra que levantarnos temprano y salir a laburar todas las mañanas, independientemente de quien gane las elecciones”, dijo hace algunos días el gerente de Desarrollo de Mercado de Capitales de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires en una entrevista concedida a nuestro diario. Y siempre ha sido así. Las elecciones le agregan un condimento agridulce al desenvolvimiento de la economía; las recetas varían, según quien ocupe el poder. Pero la economía nos afecta a todos y no por igual. Por esa razón, la Argentina es un país en el que un tercio de la población está bajo la línea de pobreza, independientemente de la percepción general que, de acuerdo con las proyecciones de consultoras privadas, un 85% de los ciudadanos se considera que es de la clase media tradicional. La realidad es otra. Cuatro de cada 10 argentinos, según sus ingresos mensuales (y superiores a $ 40.000), pueden ser considerados de clase media, de acuerdo con las mediciones de la consultora W.

A los oficialismos les cuesta navegar en aguas turbulentas para la economía. La experiencia señala que muy pocas veces pudieron imponerse cuando la actividad fue recesiva en los comicios de medio término. Las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) que se realizarán el domingo 11 pueden llegar a definir posiciones en las listas de aspirantes a bancas en el Congreso, pero será -por lejos- la encuesta presencial más esperada por Juntos por el Cambio y por el Frente de Todos. De hecho, en su reciente visita a Tucumán, el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, ha dejado en claro que al macrismo le importa, y mucho, el resultado electoral de la primera contienda. ¿Cuál es la razón? Una victoria del oficialismo nacional significará un mensaje a los mercados internacionales por parte de la gestión del presidente Mauricio Macri. Mientras intenta sostener la política del déficit cero, el Gobierno nacional potencia sus contactos con aliados foráneos para reconstruir la confianza, de tal manera que el mercado voluntario de créditos se abra definitivamente y la Argentina pueda tener una fuente de financiamiento menos onerosa que la actual.

Del otro lado, del Frente de Todos, Alberto Fernández potencia el alto nivel de endeudamiento del país a través de las Letras de Liquidez (Leliq). Según el ex jefe de Gabinete del kirchnerismo, “bajar las tasas también va a permitir que se recupere el crédito y se puedan reorientar recursos desde lo financiero a lo productivo”. Es el mismo discurso que el gobernador Juan Manzur potencia cada vez que critica el modelo económico seguido por Macri.

La devaluación es otro de los fantasmas que asustan en tiempos electorales. El dólar ha salido de su descanso y pegó un salto del 3% durante julio, luego de haber estado planchado durante cuatro meses. Las tensiones cambiarias se irán observando a medida que se acerque la fecha de los comicios, el domingo 11. El resultado electoral marcará el pulso del tipo de cambio, al menos, hasta el próximo turno de votación, el 27 de octubre. Macri y Fernández, en este escenario de polarización, representan dos caras de un mismo esquema económico. Cada uno tendrá sus matices. La sociedad ha experimentado ya los modelos que se han aplicado. La inflación de los años kirchneristas no tiene nada que envidiar a la del período macrista. Podrá discutirse acerca de una aceleración más abrupta en una que otra gestión, pero en ambas se ha mantenido por arriba de los dos dígitos. Tal vez el cambio radique en la manera de financiarse como Estado. De un lado, en la pasada gestión, se apeló a la maquinita de imprimir billetes y eso, a la corta o a la larga, se paga. De la misma manera que la actual administración, que apeló a instrumentos financieros de diversas características para patear la deuda hacia adelante y ganar oxígeno. La pesada herencia es compartida. Y la mochila siempre se carga sobre las espaldas de los argentinos. En varios países vecinos, la discusión electoral se centra sobre la posibilidad cierta de desarrollo. El gran karma argentino ha sido siempre capear la tormenta hasta la próxima tempestad. Aún así, la dirigencia clama por un gobierno de unidad nacional que sólo aparece en los discursos de campaña. Y se esfuma al poco tiempo.

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