Un milagro que conmocionó al Tucumán colonial hace tres siglos

Un milagro que conmocionó al Tucumán colonial hace tres siglos

En mayo de 1719, la imagen de la Nuestra Señora del Rosario, patrona de la ciudad de Monteros, comenzó a sudar.

CELEBRACIÓN. La imagen de Nuestra Señora del Rosario venerada por los monterizos. CELEBRACIÓN. La imagen de Nuestra Señora del Rosario venerada por los monterizos.

Los monterizos tienen un buen motivo para andar de festejo. Hace pocos días se cumplieron 300 años del milagro de la Virgen del Rosario, patrona de esa ciudad. El hecho tuvo lugar entre el 29 y el 31 de mayo de 1719 en la entonces llamada Estancia de los Monteros.

Arturo Zelaya, hombre inquieto por la historia provincial, cuenta que en un acta del Cabildo de Tucumán el vicario le informa al teniente de gobernador Urbano de Medina y Arze sobre un suceso extraordinario. El religioso dice: “Una imagen de Nuestra Señora del Rosario que se hallaba en el pago de los Monteros, en un rancho, por haberse arruinado la capilla a 3 o 4 años”, fue encontrada por mujeres devotas cuando fueron a prenderle velas para rogar por los soldados que iban de campaña contra los indios del Chaco.

“Allí vieron que empezó a sudar copiosamente, e inmediatamente se originó un gran alboroto en la ciudad y su jurisdicción. Le comunicaron al visitador eclesiástico, que fue al lugar con el guardián de San Francisco y comprobaron que el sudor había durado desde el lunes 29 de mayo hasta el miércoles 31. Era ‘tan abundante que bañó todo el vestido y el pie del cajón donde estaba’”, señala Zelaya, que escribió un ensayo sobre ese episodio histórico.

Llevaron la imagen a una capilla, en donde “ha continuado el sudor en la misma circunstancia de mudar colores en el rostro, poniéndose un lado sumamente encarnado y por aquella parte sudaba y lloraba todo un ojo, quedando el otro sumamente pálido. Y al poco rato se veía el mismo efecto en el otro lado”, reza el acta.

Zelaya cuenta que el presbítero Juan Antonio Montijo vio el milagro y se convirtió en testigo del portento. “Al tomar conocimiento el gobernador Esteban de Urízar y Arespacochaga consideró que eran señales milagrosas y comunicó la necesidad de arrepentimiento por parte del pueblo pecador, por lo que dispuso rogativas y procesiones y en especial el Sacramento de la Penitencia”, explica.

Zelaya señala que en el lugar donde ocurrió el milagro, según la tradición, la imagen habría pertenecido al capitán Juan de Espinosa, que fue uno de los primeros pobladores de Ibatín, donde era mayordomo de la cofradía de la Virgen del Rosario. Había recibido de la corona españolas tierras. Los herederos del capitán le vendieron la estancia de referencia a Francisco de Leorraga en 1680, es decir que el milagro se produjo en la “estancia de los Monteros”, cuyo dueño ya era Leorraga. “El hecho conmocionó al Tucumán colonial”, manifiesta Zelaya.

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