Puso fin a la violencia de la peor forma; hoy aprende a vivir en paz

Puso fin a la violencia de la peor forma; hoy aprende a vivir en paz

La Fundación León ayudó a una madre de seis hijos a superar la pobreza de herramientas para la vida.

"Fui haciendo una nueva vida, sin miedo. Había dejado la escuela cuando lo conocí a mi marido. Así que me inscribí en el turno noche de la Comercio 4"
MARÍA JOSÉ CÓRDOBA
Madre (seis hijos) y abuela (dos nietas).

Se durmió acurrucada, con miedo, como esperando que pase lo peor. No eran las 12 de la noche todavía cuando la casa, la pequeña casa de madera, desvencijada, ya estaba en silencio. Sus seis hijos y su madre, dormían. De pronto se le abrieron los ojos y ahí estaba él, afirmado en una columna, observándola con la mirada roja de odio y de alcohol.

La insultó como tantas veces, pero ahora fue peor, quizás porque era su cumpleaños, sospecha María José Córdoba, de 36 años. En ese momento tenía 26, y su marido cumplía 29 ese día y había salido a festejar. Furioso, la alzó de la cama de los pelos. La tiró al suelo. Su madre acudió en su ayuda. Él se volteó hacia la anciana, la tomó por el cuello y la apretó contra la pared. Majo llevaba 12 años de malos tratos. Lo había denunciado cientos de veces en la comisaría.

Eran los primeros minutos del martes 13 de octubre de 2009. Majo alzó a su hija menor que lloraba y atinó a extraer de detrás de la cama el cuchillo que su marido había hecho afilar el día anterior. “Ya no quería estar con él, pero le tenía terror. Él les enseñaba a mis hijos a manejar armas y les hacía prometer que cuando fueran grandes matarían a mi papá, porque le tenía celos”, cuenta, serena, sin lágrimas, en su casa desvencijada del barrio “11 de enero” de la zona oeste de la capital, que llaman La Cartujana.

Majo se volvió con el puñal, sin soltar a su hija, y le asestó un golpe seco en la espalda. “Hizo un ruido fuerte y después la hoja entró suave como si atravesara un papel”, recuerda con los ojos fijos. El hombre que la había hecho madre a los 14 años -el mismo que pasó su infancia durmiendo en los zaguanes y temiendo a la ley de la calle más que a la de los jueces- se desplomó. Ella se presentó en la comisaría, aunque esta vez sí escucharon su denuncia: “maté a mi marido”.

Lo que vino después no fue más fácil para ella. “Mis cuñados vendieron mi casa y se repartieron el dinero, quemaron mi ropa. Muchos me dieron la espalda”, dice. ¿Cómo se sale de la pobreza, no la pobreza material sino la de falta de palabras, de recursos para llegar a los derechos? Ahí es cuando aparece la Fundación León.

“Durante años recorrimos los barrios más pobres entregando ayudas materiales, pero nos dimos cuenta de esto era solo un paliativo y que la solución de fondo no era esa, porque la pobreza es multifactorial, estructural, tiene que ver con la falta de recursos, no solo materiales sino también sociales y psicológicos, para encontrar soluciones a los problemas cotidianos”, explica el director ejecutivo de León, Diego Aguilar. Es así que entre sus múltiples programas, la Fundación León cuenta con uno de acompañamiento psicológico y social a cada una de las personas en extrema situación de pobreza de todo tipo.

Una psicóloga y un trabajador social de la fundación llegaron a la casa de Majo para ayudarla en todo: a organizar su casa, a entablar una relación sin violencia con sus seis hijos, a volver a la escuela y, sobre todo, a diseñar nuevos proyectos de vida. Costó mucho. Tres años. A veces no bastaba una visita a la semana.

“Yo fui haciendo una nueva vida, sin miedo. Había dejado la escuela cuando lo conocí a mi marido. Así que me inscribí en el turno noche de la Comercio 4 del barrio Oeste II y me recibí del secundario en tres años”, sonríe orgullosa. Majo despliega sus cuadernos sobre la misma mesa donde come con sus hijos y bajo la luz tenue y amarillenta de un foco desnudo estudia todas las noches. Ya no va a la escuela sino a la Universidad. Con alegría cuenta: “estudio Abogacía. Voy a defender a todas las mujeres que sufren violencia de género, y gratis”.

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