Leonardo Da Vinci, ese duende de los mil sueños

Leonardo Da Vinci, ese duende de los mil sueños

El sabio del Renacimiento, artista, inventor, científico, autor de La Gioconda, murió hace 500 años.

Viernes. La mirada se mira en su mirada. Afecto. Serenidad. Quizás una pizca de picardía. Esa sonrisa le hurga el alma, tal vez con una caricia. La ventana de su melena le da la bienvenida a la brisa primaveral. Un murmullo de mirlos aletea ahora en sus párpados. “Nuestras mayores tonterías pueden ser muy sabias”, piensa. Las canosas cejas atesoran recuerdos.

La silueta de Caterina di Meo Lippi, su madre campesina, el porte de Piero Fruosino di Antonio, su padre notario y canciller de la República de Florencia, se esbozan en la cortina. Alcanza a escuchar ese sábado 15 de abril de 1452, cuando la luz canta en las cuerdas de un laúd en Vinci, ese pueblo toscano, vecino de Florencia. Ellos no pueden casarse por ese asunto del rico y el plebeyo, pero no por eso ha de crecer en la clandestinidad, pese al mote de bastardo. Los dibujos niños llaman la atención paterna; por pedido de Piero, su amigo Andrea del Verrocchio lo recibe en su taller. Voces pictóricas, escultóricas, orfebres, herreras, químicas, metalúrgicas, carpinteras agitan sus desvelos. El maestro le confía los ángeles en su cuadro El bautismo de Cristo y lo supera magistralmente, empleando el óleo. “Mediocre alumno el que no sobrepase a su maestro”, murmura.

La patria de Los Medici no le ofrece el mejor destino. Una voz anónima lo acusa junto a otros tres hombres de sodomía. Es absuelto. El monasterio de San Donato le encarga en 1481 la Adoración de los magos, que no concluye.

1482. Ludovico Sforza, el tirano de Milán, lo contrata como ingeniero militar y pintor. La invención maquina en su cabeza. Pinta La Virgen de las Rocas y varios retratos cortesanos. El fraile Luca Pacioli le tiende una mano matemática, conocimiento que traslada a la pintura. Fieles aprendices ensanchan su taller, entre ellos, el inseparable Salai, al que luego se sumará Francesco Melzi.

Culposo dramatismo

1495-98. Sospecha. Murmuraciones. Dudas. Culposo dramatismo. Se despliegan en el muro del refectorio del Convento de Santa Maria delle Grazie en Milán, cuando Jesús dice en La última cena, que uno de los presentes lo traicionará. Venecia es la próxima estación. Acosada por los turcos, la ciudad lo emplea como ingeniero. Diseña una cantidad de artefactos cuya realización verá la luz en los siglos posteriores: una especie de submarino, con un tubo de cuero para tomar aire destinado a unos soldados que armados con taladro, atacarían a las embarcaciones por debajo; piezas de artillería con proyectiles de acción retardada, tipo catapultas, y barcos con doble pared para doblegar las embestidas.

1503-1506. Florencia. Oficia también de arquitecto. El canto y los acordes del laúd sosiegan el cansancio de la modelo, mientras pinta. La intensa quietud de Mona esfuma su pudor en el pequeño retrato. La sencillez y la ausencia de joyas de Lisa Gherardini contrastan con la riqueza de su esposo mercader, Francesco del Giocondo. ¿Ella es verdaderamente ella? El enigma de la ambigüedad le pone una zancadilla a la certeza. “La pintura es poesía muda; la poesía pintura ciega… el movimiento es el principio de toda vida. Todo es movimiento, y sin el movimiento la vida cesaría”, sospecha.

Rey de los animales

La anatomía lo seduce en Milán. La disección de cadáveres lo pone en aprietos. El estudio del vuelo de los pájaros lo hace pensar que el hombre puede hallar la libertad en el aire. El tornillo aéreo (el helicóptero) no es un sueño imposible, aunque sí para su tiempo. Diseña un ala delta de bambú, un paracaídas. Escribe el Códice sobre el vuelo de los pájaros. Vegetariano, compra aves enjauladas para luego liberarlas. “Verdaderamente, el hombre es el rey de los animales, pues su brutalidad supera a la de estos”, dice.

Matemáticas, botánica, geología, mecánica, filosofía natural, hidráulica, son temas de sus escritos. Escribe de derecha a izquierda, tal vez por ser zurdo. Diarios, cuadernos de notas, unas 13 mil páginas de texto y dibujo, van quedando en la huella. El Hombre de Vitruvio es una de las estrellas de su Estudio de las proporciones ideales del cuerpo humano. Es famoso como pintor, pero también por concluir pocas veces lo que comienza.

1513. Con Melzi y Salai, se marcha a Roma. Ella lo acompaña a donde va. Dibuja mapas, proyecta una residencia para los Medici en Florencia... Invitado por Francisco I, rey de Francia, que se ha adueñado de Milán, se instala en el castillo de Clós-Lucé, próximo al de Amboise, con un salario de 10 mil escudos. Trabaja en su Tratado de la pintura; concluye su ambiguo y sensual San Juan Bautista.

Una zancadilla

Un ACV le hace una zancadilla a su insomnio pero con la zurda se da maña para realizar nuevos bocetos urbanísticos. El monarca lo venera como un padre. “Todo nuestro conocimiento tiene su principio en los sentimientos”, piensa. Con tanto despliegue de imaginación, no ha tenido tiempo para la desdicha existencial ni para las mujeres. Su vida es tan privada que es fuente de habladurías. No le ha dado tregua a su imaginación. Es el duende de los mil sueños.

1519, 2 de mayo. Devoto precisamente no ha sido. Por si acaso ha llamado a un sacerdote. “Aquel que más posee, más miedo tiene de perderlo. La sabiduría es hija de la experiencia... el que no valora la vida no se la merece… he ofendido a Dios y a la humanidad porque mi trabajo no tuvo la calidad que debía haber tenido”, masculla. Ese viernes se mira por última vez en su mirada. Alguien puede sospechar que ella es él con otro ropaje. El secreto se ahogará en la tumba. “Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte… la belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte”, musita Leonardo da Vinci, antes de que en las alas de la señora Lisa, su chispa renacentista estremezca la eternidad.

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