Como si fuera la primera vez

Como si fuera la primera vez

17 Marzo 2019

> SEXUALMENTE HABLANDO

INÉS PÁEZ DE LA TORRE

Psicóloga

¿A quién le extrañaría reconocer que a las relaciones estables y comprometidas, que llevan varios años, las acecha el mal de la rutina, de la cotidianeidad, del acostumbramiento? Situaciones ineludibles –y hasta eventualmente positivas- propias del paso del tiempo. Que conducen casi siempre a dar por sentada la permanencia del otro y, en consecuencia, a actuar de manera predecible y automática en distintos aspectos del vínculo, incluido el sexual. Y es que como parte del síndrome de “la vaca atada” olvidamos lo que es sabido: la importancia de avivar el fuego, de jugar un poco a los “novios”. Ni más ni menos que ocuparnos activamente -aunque sea cada tanto- de recrear un poco la chispa de los primeros tiempos.

Al respecto, en las terapias de pareja y/o sexuales suele incluirse la “tarea” de programar una “cita”, al estilo de las que se dan entre dos que están empezando a conocerse.

Es frecuente que de entrada las personas se resistan un poco a esta iniciativa por considerarla artificial. Sin embargo, una vez planteada la idea de que se trata de un juego, de los beneficios de ser receptivos a experiencias nuevas y de aceptar que si seguimos haciendo lo mismo los resultados no serán diferentes… Es decir, una vez superadas estas limitaciones típicas de la mente que juzga (y prejuzga), aparece el entusiasmo con la propuesta y entonces lo que sucede de ahí en más, puede llegar a sorprendernos.

Las reglas

La consigna es encontrarse en un restaurante -o un bar, o un cine- y hacer “como si” fuera una primera vez: la primera salida (empezando por su convocatoria, a través de un llamado, un mensaje o un mail de una de las partes, a modo de invitación formal). Implica además prepararse: como lo hacíamos cuando estábamos muy interesados en gustarle al otro. Arreglarnos y vestirnos con esmero y dedicación -vale comprar o pedir prestada ropa-, no sólo para agradar al otro sino también para sentirnos nosotros mismos especialmente atractivos. Hacerlo cada uno por separado y encontrarse directamente en el lugar de la cita es clave, para ayudarnos desde el vamos a meternos en rol.

Por lo mismo, no está permitido tocarse abiertamente. Es decir, con el código de los que ya se tienen confianza. “La prohibición es condición del deseo”, decía Lacan, de manera que este límite puede añadirle cierta picardía al asunto. Sí se aceptan otros roces, los “accidentales”, como los que procurábamos cuando todavía no estaba todo dicho: con las piernas “sin querer” por debajo de la mesa, un breve contacto al dejarse servir el vino, una mano sobre el brazo del otro en medio de la conversación.

Preguntarle al otro sobre su vida, como si no se supiera nada al respecto. Y lo que es más importante, escuchar con interés genuino, procurando un equilibrio que permita a ambos expresarse. Por ejemplo, cada quien puede compartir detalles de porqué sueña con viajar a determinado lugar o qué aspectos de su trabajo disfruta. Este juego puede ser de lo más revelador: no es raro que en estos diálogos aparezca información significativa, que se ignoraba totalmente.

A la tarea, según el caso, muchas veces se añade la prohibición -durante una semana, por ejemplo- de las relaciones sexuales (puede haber besos y algunas caricias pero sin avanzar hasta el final). La idea es redescubrir aquellos espacios olvidados de sensualidad y de seducción. Y reencontrarse con la persona con la que, alguna vez, se decidió compartir la vida.

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