Los discursos políticos se alejan cada vez más de la realidad

Los discursos políticos se alejan cada vez más de la realidad

En la era de la posverdad, también llamada política posfactual (factual, de los hechos) las emociones y las creencias están pasando como una aplanadora por encima de los sucesos, de la realidad.

Hoy somos testigos en palco oficial de una nueva forma de gobierno, de poder, de dominación y sometimiento, de maniquea manipulación de las mentes y de las voluntades: las mentiras emotivas.

Las mentiras emotivas están subyugando y degradando al tradicional concepto de verdad a un plano inferior, verdad que hoy tiene un valor secundario frente a las emociones, a la fe, a las ideologías, a lo que en definitiva yo quiero o decido creer, por encima de lo que en realidad es o sucede.

Como sostiene el periodista y ensayista de historia salteño, Gregorio Caro Figueroa, la posverdad puede sintetizarse como la idea en la cual “que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”.

Tal vez, el ejemplo más palmario de posverdad es la propaganda política y su eufemismo, “comunicación estratégica”.

La gestión es un pasacalles

“Pobreza cero” es una mentira emotiva que, acaso, ¿alguien no quisiera creer?

O como cuando el gobernador Juan Manzur repite que vivimos en “una tierra bendecida”, con “gente buena, hermosa y pujante”, donde “sobran las oportunidades” para “desarrollar con fuerza a nuestro Tucumán”, entre otra larga lista de expresiones de deseo -mentiras emotivas- que al cabo de cinco minutos de escucharlas salimos convencidos de que vivimos en Holanda. Más aún, terminamos pensando: “pobres holandeses, deberían huir de Amsterdam y venirse a Tucumán”.

“Estamos trabajando, hay mucho por hacer”, fue un clásico de la política posfactual del alperovichismo-manzurismo durante 12 años. Encuentra su continuidad en muchos de los eslóganes contrafácticos del manzurismo de los últimos tres años, como “estamos trabajando por un Tucumán mejor”.

Mentiras emotivas que todos quisiéramos creer, que no afirman nada en concreto, que no se comprometen en lo más mínimo con la realidad, porque pertenecen exclusivamente al plano de la fantasía, del relato, del deseo colectivo, o de cierto colectivo.

Como fuera, si acaso Manzur optara por oponerse a esta perversa ola de posverdad y decidiera decir la verdad, hablar de hechos concretos y asumir compromisos auténticos, como por ejemplo, anunciar que “el 22 de julio de 2019 se inaugurará un nuevo hospital”, el resultado sería que, los que le creen, le creerían, y los que no le creen seguirían sin creerle. Y estas reacciones no se alterarían, incluso, después de inaugurado el hospital, suponiendo que pasase.

Mejor bien contado que bien hecho

La propaganda política es hoy la gestión en sí misma. Nada importan los hechos mensurables, sino la forma en que se los comunica.

Es muy inquietante comprender que se puede hacer las cosas bien, pero si se comunican mal el fracaso puede ser mayor a que si se hubieran hecho mal.

Hay hasta no hechos, inacciones, la anti gestión pública, la nada misma, que bien comunicada puede hacernos parecer que un gobierno es exitoso o menos desastroso de lo que es en realidad.

Así pues la presidenta Cristina Fernández estuvo ocho años contando una realidad por cadena nacional, relato repetido y amplificado por una horda de feligreses convencidos, mientras su paralela fáctica corría por otro andarivel. Cerrar el Indec no fue una decisión política malvada, fue una consecuencia inherente al relato. En la posverdad las estadísticas son prescindibles, incluso cuando nos dan la razón.

“Si les decía todo lo que iba a hacer, votaban por encerrarme en el manicomio”, reconoció el presidente Mauricio Macri en 2016, parafraseando a una célebre frase que erróneamente se le adjudica al presidente Carlos Menem: “Si yo hubiese dicho lo que iba a hacer, nadie me hubiera votado”.

El verdadero autor de esa frase es el tenista Guillermo Vilas, quien en una entrevista con Bernardo Neustad, en 1990, en referencia a Menem, dijo: “Creo que es una persona sumamente inteligente… creo que si la gente que lo votó hubiese sabido que iba a tomar las medidas que tomó después de que asumió, no lo votaba”.

Vamos bien... ¿vamos bien?

La mentira emotiva que efectivamente pertenece al senador riojano, también de 1990, es la que sostenía: “estamos mal, pero vamos bien”. Se han escuchado tantas explicaciones sobre esta afirmación como personas que intentaron explicarla.

Eran los comienzos de la política posfactual. Hoy prácticamente ocupa todos los espacios de propaganda, atravesados por apenas unas rendijas de realidad.

Cuando no hay nada para mostrar, ni una sola obra para presentar, el marketing político puede llegar a transformar a la normalidad en un éxito. Es lo que se vio en el discurso de Manzur, en la apertura de sesiones de ayer. Una extensa enumeración de estadísticas “normales” del Estado. “Se realizaron tantos partos este año en la Maternidad…”; “se atendió a equis pacientes en los hospitales…” y así con cada área, de modo que parecía que se hubieran hecho un montón de cosas.

La “normalidad” que a Manzur le gusta mostrar como si fuera una gran obra pública es el pago de los sueldos al día.

Es como si un gerente expusiera frente a los accionistas de una empresa y les dijera, orgulloso, este año liquidamos los sueldos al día, pagamos todos los impuestos, la luz, el gas… y para el año que viene proyectamos hacer lo mismo. Seguramente, ni una semana duraría ese gerente.

Es la capacidad de mostrar como éxitos de gestión a una administración pública -sobredimensionada y costosísima- funcionando sin sobresaltos.

Paciencia, confianza, esperanza...

Continuando con los discursos de apertura de sesiones ordinarias, el de Macri también fue un prolijo manual de política posfactual, plagado de buenas intenciones y súplicas de no perder la confianza. “Paciencia”, es una palabra que nunca falta en las alocuciones del presidente.

Afirma que se están haciendo los sólidos cimientos que nos permitirán crecer muchos años. El hormigón sigue fraguando mientras aprieta cada día más los bolsillos. Igual, “los cimientos de un país” es algo imposible de mensurar, que está más cerca de la poesía, de las emociones, que de la realidad.

El único anuncio que no cumple con los parámetros de posverdad, fue quizás el aumento del 46% en las Asignación Universal por Hijo, que alcanzará a 90.000 familias tucumanas.

La exposición del intendente de la capital tucumana, Germán Alfaro, no fue la excepción en las reglas básicas de la política posfactual, que es lo opuesto a la política pública, y ordena evitar precisiones. Cuando no hay mucho para mostrar -excepto el gran trabajo que se está haciendo con la reiluminación led en toda la ciudad- el marketing político aconseja salirse por la tangente, “patear la pelota afuera”. Aunque al contrario de Macri y de Manzur, que eligieron ir por la positiva, “negacionismo con esperanza”, Alfaro optó por la negativa: “negacionismo con autocrítica”.

Cargó muy duro contra la política, de la que él formó parte toda su vida, y la imposibilidad de darle respuestas y soluciones a la gente. Demagógico y oportunista -opinaron sus detractores-, dijo lo que la gente quiere escuchar (y sabe), que la política argentina, lejos de mejorarle la vida a la gente, desde hace décadas no hace más que empeorársela. Otra vez, cien por ciento emoción, en este caso bronca.

La única verdad es la realidad

En este contexto jabonoso, por demás complejo, tramposo y repleto de confabulaciones (el conspiracionismo es otra de las características de la posverdad) el periodismo no es ajeno a esta debacle de confianza y también atraviesa una profunda crisis de credibilidad y soporta bombardeos de híper información, a veces espontáneos y otras orquestados desde sectores del poder.

Los ejércitos de trolls de funcionarios financiados con dinero del Estado para manipular la opinión pública son el emergente más putrefacto del engaño constante en que se vive.

Quizás el periodismo deba reinventar su paradigma y arriar banderas tradicionales, como la verdad hoy en descrédito, e izar nuevos estandartes contundentes, como la realidad. Donde antes había lugar sólo para la verdad, hoy queda espacio sólo para la realidad de los hechos.

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