Esa mala costumbre de echar en cara

Esa mala costumbre de echar en cara

Esta actitud que se manifiesta en el ámbito afectivo y laboral, ¿es inherente al ser humano? ¿Un altruismo disfrazado?

Mirada que tiende manos. El parpadeo de un ojo asiente. El otro especula. Mirada vestida de generosidad. Lo que hoy elogia en otro, cuando le conviene, lo critica luego por lo mismo. Mirada que refriega. Hiere. Extorsiona. Desde su migaja de poder, a cambio de un mendrugo, exige obediencia. Sumisión. Mirada que manipula. Intimida. Esclaviza. Arrebata lo que da con un reproche. Cordero que hace pagar caro los favores. Narciso es su mentor espiritual. Haz el bien mirando a quién, es su lema. Mirada arropada de bondad, hasta que la tortilla se vuelva, y el favor se convierta en deuda.

Hay acciones de generosidad o solidaridad, que en el fondo buscan que convertir al otro en un deudor. No se parte del amor por el prójimo, sino de la conveniencia o del egoísmo. En una pareja los que hoy es “contigo, pan y cebolla”, mañana, cuando no se atraviesa por los mejores momentos, se convierte en “mirá todo lo que hice por vos y así me pagás”. Ese echar en cara se suele dar no solo en una relación afectiva, también laboral, y se transforma en algún momento en extorsivo: “yo que hice que te dieran trabajo” o “estás aquí gracias a mí”. Suele ocurrir entre padres e hijos: “yo que me maté trabajando para que tuvieras siempre lo mejor…” “Me sacrifiqué para que fueras alguien…” ¿Qué es lo que genera este echar en cara? ¿Hasta qué punto una persona puede hacer algo desinteresadamente por el otro? ¿Existe verdaderamente el altruismo? ¿O el hoy por ti, mañana por mí, es la consigna válida?

La vulnerabilidad
Elena Pedicone
Doctora en Letras

Aunque no todo pueda reducirse a ella, parece nuestra cara el radar por donde advertir cómo transitamos la vida. Radar insuperable para percibir el coraje y el miedo, la plenitud y la insatisfacción, las heridas y los orgullos que acarreamos, a la cara podríamos “echarle en cara” mostrar las mejores y las peores versiones de nosotros mismos. “Cortar la cara”, “a cara de perro” para la enemistad; “dar la cara” para el arrojo y la valentía, “de cara al futuro” para el optimismo; “un ojo de la cara” para referirnos al flaco bolsillo, “no es solo una cara bonita” como salvataje en un mundo machista; son expresiones que usamos a diario con la que “enrostramos” (valga la tautología) a la cara la responsabilidad del mapeo anímico y corporal. Incluso cuando queremos neutralizar emociones jugamos a mostrarnos con “cara de póquer”, generalmente sin éxito. La expresión “echar en cara”, antes que enfrentarnos con un otro, se detiene en la parte más expuesta de nuestro cuerpo: la cara -a veces “caripela”- a la que podemos endilgar la responsabilidad de desnudar nuestra vulnerabilidad.

Doy para que me des
Úrsula Vegh
Escritora-actriz húngara

Mucha gente, después ayudar a otros, suele ponerse sí misma en el lugar de la víctima y menciona a veces qué servicios ofreció a algunas personas. Este tipo de comportamiento se refleja en el proverbio latino “Do ut des”, que significa “yo te doy algo para que me des algo”. Este papel de víctima que reclama la deuda de los otros, mata el valor de la ayuda y generalmente, el altruismo. Es muy difícil llegar al punto en que nosotros ya no sentimos estas expectativas, pero este camino de desarrollo personal que nos lleva a un estado de corazón espiritual, vale la pena recorrer hasta al fin. En el domingo de la alegría, según la tradición del Cristianismo, cuando encendemos la vela rosa, que simboliza la serenidad, nos damos cuenta de que la ruta de la vida tiene sus tinieblas: los poderes del ego, del miedo, de la incredulidad, son fuertes, pero debemos mantener la fe en que los mejores regalos llegarán a nuestra vida si nuestros actos han salido del corazón puro. Creo que hay un destino que se aparece en nuestra vida continuamente, pero también hay una voluntad libre: nosotros decidimos qué tipo de reacción tendremos frente a las situaciones que la vida nos ofrece.

En la antípoda del mercado
Adolfo Marino Ponti
Poeta-letrista de folclore

No siempre un regalo significa amar al prójimo, a un ser querido, a un desconocido. A veces implica lo contrario, someter al otro, comprar su voluntad, esclavizarlo al yugo de la culpa, el reproche. Esa otra tiranía que se ejerce desde la acción, psicológica, simbólica, escondida detrás de un cumplido, como una mano avara que después de acariciarte se cierra en puño presto a cobrarte la ternura. He aquí la naturaleza egoísta del dar. Por eso el verdadero amor es aquello que no se ve, como la fe, o las cartas de amor de Cyrano de Bergerac a Roxane, a la cual adoraba en silencio y a la que emocionaba con su retórica, escondido bajo un balcón, para mitigar la torpeza de un novio tan apuesto como tosco para las palabras. Así como el sentimiento amoroso por otra persona requiere de cierto heroísmo romántico, la bondad solo es posible cuando no pide nada a cambio, cuando se da desde la pobreza material o la riqueza espiritual. Si no es comercio, intercambio de mercancía, moneda esculpida de egoísmo. El altruismo es uno de los valores más alto del ser y se construye en el renunciamiento y la libertad, a uno mismo y libertad para el otro, pérdida para uno y ganancia para los demás. Está en la antípoda del mercado, por eso es tan difícil de ejercerlo. Es una nave que lleva el tesoro del humanismo. La utopía del hombre: lo que existe en ningún lugar.

Un gran caleidoscopio
Silvia Neme de Mejail
Escritora

Echa en cara, ¡esa típica y agresiva modalidad humana! Si bien es cierto que no se debe generalizar porque la excepción hace a la regla, esta actitud suele darse a veces en ciertas personas. Todo depende del espíritu de generosidad hacia el prójimo que tenga cada uno. Es verdad que muchas veces se hace un favor esperando retribución. Otras veces se “echa en cara” –involuntariamente- ante una agresión y se esgrime como una defensa. También puede ser una forma de especulación: “con este favor, él o ella están en deuda conmigo y tengo un argumento para esgrimir en cualquier momento”. El “echar en cara” es un sentimiento propio de corazones poco generosos, en donde todo gira alrededor de sí mismos. Pero también están quienes actúan espontáneamente, brindándose ante cualquier necesidad, aunque no se lo soliciten. Esa acción pronto pasará al olvido en sus corazones. Por último -a mi parecer- figuran los que dedican su vida a ayudar a los demás, sin esperar retribución alguna. Es muy difícil elaborar una opinión concreta sobre el tema, porque habría infinidad de ejemplos. El hombre es un gran caleidoscopio, multifacético y a la vez, único. No todos son iguales, somos los grandes distintos, gracias a Dios. Muchas veces una determinada actitud depende también del momento que está viviendo cada persona. Por eso, parafraseando y haciéndome eco de lo que dice ese gran ensayista y filósofo español Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia”. El actuar dependerá no solo de cada uno, sino también de la circunstancia en que esté viviendo.

Favor e ingratitud
Gabriel Fulgado
Productor de Espectáculos

Si tomamos que “echar en cara” es recordar un favor o beneficio hecho a alguien, serán las circunstancias y la intención puestas en el acto, lo que nos dará una valoración de esta actitud. Si una persona, al realizar algo por otro, busca convertir al beneficiario en su deudor, está actuando solo por interés y nada habrá de generoso en su accionar. Este “interés” en algunos campos de la vida social, puede ser usual o legítimo, como, por ejemplo, en lo laboral, cuando un compañero de trabajo “cubre” a otro en un determinado momento con la expectativa de que este favor le sea devuelto cuando lo necesite. El tema es cuando el favor se da en el campo de lo personal o lo afectivo. Aquí no hay convivencia posible entre la generosidad y el interés. Si cuando nace el favor, en la intención del que lo hace está en la expectativa de obtener una devolución o un agradecimiento por su proceder, solo existirá un mecanismo de control o manipulación del otro para obtener un beneficio y estaremos en presencia de un negocio o una transacción o peor aún, si se disimula la verdadera intención, ante una trampa. La sabiduría popular (que a veces, es sabia) dice que “un favor para que sea favor, debe incluir la posibilidad de la ingratitud” y es así. El favor es consecuencia de la generosidad, del desinterés, de un concepto de convivencia que enseña que quien puede, debe ayudar a un semejante si lo necesita. Ese acto. Tiene como única paga, la satisfacción de haber hecho algo sin esperar ninguna devolución. Si hay generosidad, el “echar en cara” se vuelve imposible porque quien da, recibe de inmediato y sin que se lo haya propuesto, algo personal y valioso y no hay ninguna anotación de deuda a nadie. El “hoy por ti, mañana por mí” es posible. Solo necesita el desinterés y la generosidad como sus progenitores.

PUNTO DE VISTA
Altruismo, ¿el bien para quién?
Rosana Aldonate
Psiconalista-escritora

La expresión “echar en cara” equivale a reprochar, recriminar, reprender, reprobar. Acción que arroja sobre el otro la carga de un enojo, algo que se rechaza y afea. La relación al semejante, cuando no está mediada por algún orden, es la guerra -dice Jacques-Alain Miller. Es yo o el otro. Si yo soy inocente el otro es culpable, si yo soy bueno, el otro es malo. No hay salida del reproche. Si deriva en lo peor será odio, ira o indignación, tan vigentes hoy. Indican que las relaciones humanas están atravesadas por pasiones oscuras. Las peores, quizás, sean las “narcisistas”, que hacen de las pequeñas diferencias entre las personas el camino más corto hacia la enemistad.

Cuando falta regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres, aquello que denominamos “amor al prójimo” (mandato más antiguo que el cristianismo) se torna de difícil cumplimiento, porque el prójimo es además un extraño para mí y en cuanto tal se hace acreedor a mi hostilidad y mi odio, tal como lo señala Freud en “El malestar en la cultura”.

Por más conocido que me sea ese otro, puede en cualquier momento mostrar su cara desconocida que lo convierte en un extraño, y generar mi agresividad, la que perturba el vínculo con los demás. En ese punto el ser humano precisa de defensas o formaciones reactivas ante dicha agresividad que traten de equilibrar las tensiones.

El altruismo podrá ser una de esas formaciones, alguien cree saber lo que le hace falta al otro y se aboca a cubrir esa carencia. La diligencia en procurar el bien ajeno aun a costa del propio, esconde lo que en realidad está en juego: una satisfacción -no sabida- del propio ser del benefactor.

Puede terminar en decepción cuando el altruista no obtiene reciprocidad o agradecimiento en su propensión a beneficiar al otro; y asumir la forma de un reclamo: “mirá todo lo que hice por vos y así me pagás”. Esta afición altruista que opera desde el egoísmo del yo y en provecho propio, es contraria al acto de dar -solidario, generoso- como adhesión circunstancial a la causa de otro, que valora el esfuerzo del otro, no el propio.

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