Francisco Romero y Tucumán

Francisco Romero y Tucumán

Referente insoslayable de la filosofía argentina, el pensador tuvo una estrecha relación con la Universidad tucumana. Muchos de sus mayores profesores llegaron a ella gracias a su impulso. Un nuevo libro recoge su correspondencia y allí aparecen registros de ese lazo e intercambios memorables con intelectuales como Eugenio Pucciarelli, Juan Adolfo Vázquez y Alberto Rougés.

09 Diciembre 2018

Por Lucía Piossek Prebisch

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

En esta época en que la carta tradicional, vigente durante siglos, está al parecer destinada a extinguirse por completo, la editorial Corregidor entrega un grueso volumen de poco más de 1.000 páginas impresas en letra menuda. Se trata del Epistolario de Francisco Romero que consta de una selección de cartas intercambiadas con 218 corresponsales entre argentinos, latinoamericanos, europeos, norteamericanos y un japonés. Como se nos advierte en la Nota preliminar, si bien la principal temática es de carácter filosófico, estas cartas abordan también cuestiones de interés político, social, económico y cultural en general. En su conjunto, constituyen un valiosísimo documento que, como afirma la editora y compiladora, “permiten calibrar medio siglo de la historia cultural argentina.”

Francisco Romero (1891-1962), a pesar de sectores que le fueron adversos, ha sido unánimemente reconocido como un referente insoslayable en el ambiente filosófico académico en Argentina y Latinoamérica. Continuando la modalidad de su maestro Alejandro Korn, tuvo el gran mérito de vincular nuestra región con los principales centros y actores de la filosofía de su tiempo. Esto es lo primero que pone de manifiesto el Epistolario. Como el lector supondrá, es imposible aquí dar cuenta de la variedad y riqueza de información contenida en esta publicación. Por eso he optado, por el momento, poner la atención en aquellas cartas que tienen que ver directamente con Tucumán, y, en particular, con nuestra Facultad de Filosofía y Letras. Romero tuvo en especial estima a nuestra facultad, según lo manifiesta en varias cartas con distintos corresponsales. Por ejemplo, en la que responde a una pregunta-consulta que le dirige un joven profesor. El joven profesor es Enrique Anderson Imbert, y está fechada en noviembre de 1940. Anderson está entonces como profesor en la novísima Universidad de Cuyo, y ha recibido a través del decano de Filosofía y Letras de la UNT, Eugenio Pucciarelli, la propuesta de ocupar, en Tucumán, las cátedras vacantes de “Literatura latinoamericana” y de “Literaturas germánicas”. Al joven profesor se le plantea un dilema y escribe a Romero: Ud. que conoce más que nadie los ambientes universitarios: ¿qué me aconseja? ¿Tucumán o Mendoza? A vuelta de correo responde Romero: Dilema Mendoza-Tucumán. Creo que debe resolverse por Tucumán. Hay allá un núcleo sólido y espléndido, acaso la esperanza mejor de nuestra futura Universidad. (…) No me gusta dar consejos, pero no deseo tampoco evitar una opinión franca: y en este caso es terminante. (Cf. carta a Rougés del 7.3.1942). Y así fue como Anderson vino a Tucumán, y estuvo varios años, creo que hasta 1948, entre nosotros desempeñándose como brillante catedrático.

El de Anderson no fue un caso aislado. Romero habría sido decisivo para la incorporación de otras valiosas personalidades a nuestra facultad. Entre ellas, nada menos que Rodolfo Mondolfo, especialista internacionalmente reconocido en el campo de la historia del pensamiento griego. Así lo atestiguan las cartas que le escribe el ilustre filósofo italiano desde las sierras de Córdoba, en 1940 y 1941, en que le agradece profundamente las gestiones realizadas en su favor ante las autoridades de las universidades de Córdoba y Tucumán, como también la publicación de sus libros en la editorial Losada, cuya sección “Filosofía” tenía como director al mismo Romero. Mondolfo fue contratado, más tarde, por la UNT para dictar en nuestra facultad “Historia de la filosofía antigua”.

Lazos fructíferos

Entre todas las cartas que tienen que ver con nuestra UNT, sobresalen, a mi modo de ver, las intercambiadas con tres corresponsales: Eugenio Pucciarelli, Juan Adolfo Vázquez y Alberto Rougés. (También cabe consignar que, desde setiembre de 1949, con una carta del muy joven Víctor Massuh, recién egresado, se inicia una breve correspondencia…).

Eugenio Pucciarelli, discípulo dilecto de Romero, fue otro de los profesores que dejaron en nuestra facultad una marca imborrable. Con un doble doctorado, filosofía y medicina, estuvo en Tucumán desde el comienzo mismo del Departamento de Humanidades (que se convirtió en Facultad a partir de 1939), y colaboró con Risieri Frondizi en la publicación, con sello de la UNT, de un libro memorable: Lecciones preliminares de filosofía, de Manuel García Morente. Fue decano, y tuvo a su cargo “Introducción a la filosofía”, “Metafísica” y “Psicología”. En las cartas de los años 1937 y 1938, tratando inútilmente de disimular su satisfacción, le cuenta a su antiguo maestro que sus clases despertaban un interés y un entusiasmo inusitados; y que las reseñas en LA GACETA, publicadas gracias a la gentileza del amigo Coviello, me han dado una notoriedad extraordinaria y han servido para dar resonancia popular al Departamento de Filosofía. También le informa acerca de algo que le interesaba en particular a Romero: los inicios de una labor editorial de la facultad.

Decisiva habría sido, según noticias del Epistolario, la gestión de Romero para la incorporación a nuestra universidad tucumana de Aníbal Sánchez Reulet, otro de sus discípulos predilectos, que dictó entre otras la cátedra de “Etica”, y de Risieri Frondizi que dictó “Lógica” e “Historia de la filosofía moderna y contemporánea”.

Todos los que vivimos la facultad de Filosofía y Letras, entre mediados del 40 y mediados del 50, no podemos obviar la acción desplegada aquí por Juan Adolfo Vázquez. Fundador y director de Notas y Estudios de Filosofía –con María Eugenia Valentié como secretaria–, revista especializada que alcanzó rápidamente estima internacional, nos inició a varios jóvenes egresados en la tarea de reseñar libros y redactar pulcramente artículos, y, con una audacia juvenil, confió a varios de nosotros la delicada tarea de traducir obras clásicas y recientes para la Biblioteca Filosófica de Sudamericana, sección de la cual él era director. En las cartas hallamos al Vázquez que pide a Romero opinión y consejo en sus emprendimientos y le informa que la revista aparece y se mantiene solo gracias a suscripciones; que había rechazado la propuesta de apoyo oficial: ya he tomado una decisión firme y no escucharé proposiciones que pretendan publicarla sobre otra base que la de la autonomía que ahora tiene. En la misma carta (5.6.1949) podemos calibrar cuán influyente tiene que haber sido la figura de Romero en nuestra facultad: Concretamente quisiera de Ud. varias cosas: ante todo, su opinión y su consejo. En seguida, si Ud. cree que estas pobres páginas lo merecen, (…) su colaboración. Por último, suponiendo que Ud. cree en ese merecimiento, contribuya a su difusión (…).

En espíritu y en verdad

En la correspondencia con Alberto Rougés hay algo que de entrada sorprende. La correspondencia se extiende, sin más interrupciones que las normales, desde agosto de 1924 hasta abril de 1945, pocos días antes de la muerte de Rougés. En la primera de las cartas recogidas en el Epistolario, carta de 1924, Romero escribe unas líneas breves, diciéndole a Rougés que lamenta no haberse podido encontrar con él durante su breve estadía en Tucumán. Entre la nutrida correspondencia que se desata a partir de esa primera carta, destaco ésta escrita doce años después, en noviembre de 1936, en la que Rougés escribe a Romero: Aunque no lo conozco a Ud. personalmente como se acostumbra decir, lo conozco en espíritu y en verdad, conozco su pensamiento escrito y su altura moral, su hidalguía, de la que no pocas pruebas me tienen dadas.

Es este el curioso caso de una profunda amistad intelectual, que se extiende a lo largo de 20 años, construida exclusivamente de modo epistolar. ¿Y qué contienen estas cartas? Es como si se tratara de una conversación entre dos amigos sumamente respetuosos el uno para con el otro, sobre lecturas, elaboración de artículos, de libros; de parte de Romero también sobre su intensa labor editorial en Losada, el problema de los traductores, de las ediciones, de sus faenas en el Instituto Superior de Conferencias, de su contacto con personalidades latinoamericanas y europeas, de su actuación en las universidades de Buenos Aires y La Plata. (Cabe consignar que Rougés cedió a la solicitud de las autoridades universitarias tucumanas para dictar un seminario, recién en 1944).

Trabajo encomiable

La Dra. Clara Alicia Jalif de Bertranou, exdirectora del Instituto de Filosofía Argentina y Americana de la Universidad Nacional de Cuyo, es la editora y compiladora de este Epistolario. Lo ha hecho sobre las fotocopias enviadas por Juan Carlos Torchia Estrada –fallecido hace poco– quien tenía los originales en Maryland, EEUU. La doctora Jalif ha realizado una tarea ímproba, digna de reconocimiento en todo sentido: el respeto con que ha manejado el delicado material de las cartas, la pulcritud de las transcripciones y traducciones, la oportunidad de las notas aclaratorias, la ausencia de erratas, la consulta a diferentes personas e instituciones, etc. La editora agradece en especial, entre muchas otras, la colaboración de Juan Carlos Torchia Estrada, de las hijas de Romero y del Centro Cultural Alberto Rougés, en Tucumán.

© LA GACETA

Lucía Piossek Prebisch - Profesora emérita de la Universidad Nacional de Tucumán.

Bibliografía:

Francisco Romero, Epistolario (Selección), Edición y notas de Clara Jalif de Bertranou. Introducción de Juan Carlos Torchia Estrada. Buenos Aires, Corregidor, 2017.

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