El poder, siempre en el mismo sitio

El poder, siempre en el mismo sitio

En la manzana donde estuvo el Fuerte de Buenos Aires, se alzaría después la Casa Rosada.

EL FUERTE COLONIAL. Esta maqueta reconstruye fielmente el Fuerte “San Juan Baltazar de Austria”, que señoreaba Buenos Aires en tiempos de los virreyes EL FUERTE COLONIAL. Esta maqueta reconstruye fielmente el Fuerte “San Juan Baltazar de Austria”, que señoreaba Buenos Aires en tiempos de los virreyes

En el exacto punto de la ciudad de Buenos Aires donde se alza hoy la Casa Rosada, estuvo emplazado siempre un edificio desde el cual se ejerció el poder supremo sobre el territorio que hoy constituye la República Argentina. Utilizando con abundancia “La Rosada, sede del poder”, un ameno y erudito artículo de Félix Luna (firmado con el seudónimo “Felipe Cárdenas hijo”, que usaba a veces) puede hilvanarse una rápida historia de este asunto, que creemos tan interesante como poco conocido.

Bien se sabe que Juan de Garay fundó en 1580 la ciudad de Santa María de los Buenos Aires. Por cierto que indicó, con precisión, el sitio donde debía levantarse una fortaleza, en la mitad naciente de la Plaza Mayor, hoy Plaza de Mayo. Era necesario defender la nueva fundación, del posible ataque de piratas o de enemigos extranjeros. Se construyó entonces una precaria fortaleza de tierra apisonada. Tan precaria era, que en 1585 el gobernador Hernando de Montalvo imploró, al rey de España, fondos para rehacerla de piedra y de ladrillo.

Justo en el lugar

El tiempo fue pasando sin que la petición se atendiera, a pesar de la insistencia de los sucesivos gobernantes. Hubo que esperar hasta 1594, para que el gobernador Fernando de Zárate empezara y concluyera la obra. Pero la fortaleza no se edificó exactamente en el solar dispuesto por Garay, sino “un poco más hacia el este, en el exacto emplazamiento actual de la Casa Rosada”.

Al comienzo, se trataba de un recinto de unos 120 metros de lado. Lo rodeaban una muralla y un foso, y se comunicaba con la plaza a través de un puente levadizo. Se fueron reforzando sus esquinas, no con piedra -que era difícil de obtener- sino con ladrillos traídos de la Colonia del Sacramento, y maderas provenientes de Misiones. El edificio empezó a llamarse pomposamente “Fuerte de San Juan Baltazar de Austria”, y allí instalaron su residencia las autoridades.

Los torreones artillados

En 1667, el gobernador Martínez de Salazar le agregó una galería para guardar armas y municiones, un molino de harina y panadería, cuarteles, polvorines, un silo subterráneo, caballerizas, etcétera. El objetivo era, dice Cárdenas-Luna, que en caso de un ataque, pudiera tener refugio allí toda la escasa población porteña del momento. Estaba fuertemente guarnecido. A comienzos del siglo XVIII, consta que tenía 500 soldados y 40 cañones cuyas bocas apuntaban hacia el Río de la Plata.

Claro que ya el tiempo, los malos materiales y la falta de mantenimiento, habían derruido buena parte de la muralla que daba a la plaza. La autoridad decidió encarar las serias obras que eran imprescindibles, y en 1720 el Fuerte estaba en buenas condiciones, “con sus torreones de los cuatro ángulos artillados con cañones de bronce”.

Inútil para defensa

Pero, como observa el autor que seguimos, el Fuerte ya no servía como defensa. A pesar de su imponencia, si algún enemigo venía sobre Buenos Aires, no podía atacarlo de ese lado. “El puerto de Buenos Aires se defendía por sí solo a causa de su bajo fondo y sus bancos de arena, que obligaban a los buques a fondear a dos o tres millas de la orilla”. Era entonces imposible un desembarco, como también un cañoneo, dada la distancia entre el edificio y los buques. Tampoco servía para defensa de la ciudad, porque estaba ubicado en su centro. Y su perspectiva se limitó notablemente en 1802, al construirse la Recova, que dividía en dos la plaza.

De todos modos, el Fuerte era la sede del gobierno. Allí residieron todos los virreyes, y en su interior ocurrieron sucesos de máxima importancia en 1810, cuando la Revolución de Mayo.

LA RECOVA. Dividía en dos la hoy Plaza de Mayo. Al demolerla en 1884, la casa de las autoridades adquirió perspectiva LA RECOVA. Dividía en dos la hoy Plaza de Mayo. Al demolerla en 1884, la casa de las autoridades adquirió perspectiva

Escenario clave

Fue en una de sus habitaciones, donde el último virrey español, Baltasar Hidalgo de Cisneros, fue forzado a renunciar a su cargo. Allí se instaló la Primera Junta (su presidente, Cornelio Saavedra, se trasladó al Fuerte con toda la familia) y después funcionaron en ese local los Triunviratos y los Directorios que rigieron las Provincias Unidas. En la madrugada del 17 de abril de 1815, se enarboló al tope del Fuerte la nueva bandera celeste y blanca.

Desde 1820, se sucedieron los intentos de mejorar el caserón. Cuando los generales Carlos de Alvear y Tomás de Iriarte fueron allí a visitar al gobernador Juan Gregorio Las Heras, éste se enorgullecía de las refacciones que había practicado en el edificio. Dijo a Iriarte “que todos los muebles eran nuevos y de mucho gusto, y que él vivía ahora con dignidad, porque antes de su residencia era una cueva triste y oscura”.

Claro que, en sus “Memorias” Iriarte apuntaría que “para entrar al salón, habíamos tenido literalmente que pasar pisando los colchones de los niños del gobernador, que se secaban en el corredor y a través de la misma puerta principal de entrada”…

Demolición parcial

Bernardino Rivadavia, al asumir su breve presidencia en 1826, llevó al Fuerte buenos muebles que había comprado en Europa, y decidió suprimir -reemplazándolo por un portón de hierro- el puente levadizo que comunicaba al caserón con la plaza.

Llegado al poder Juan Manuel de Rosas, nunca quiso residir en el Fuerte. Lo transformó en cuartel, mientras instalaba en su casa particular las oficinas administrativas, y cuando se instaló en Palermo de San Benito, el edificio acentuó su decadencia.

Caído Rosas en 1852, en la batalla de Caseros, la Legislatura autorizó al gobernador Pastor Obligado a demoler el Fuerte. La tarea se ejecutó parcialmente, en el sector que daba sobre la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) y Balcarce; pero la parte que miraba a Rivadavia y Balcarce se salvó y fue refaccionada, por cierto que ya sin muralla ni foso. Además, en 1855 se empezó a construir el local de la Aduana, en el centro de esa manzana, presionando por la demolición de lo que quedaba de la fortaleza colonial.

LA CASA ROSADA. Tomó su forma definitiva con la unión de dos edificios, en 1894, en el solar que ocupó el Fuerte. LA CASA ROSADA. Tomó su forma definitiva con la unión de dos edificios, en 1894, en el solar que ocupó el Fuerte.

El color rosa

Pero en 1862, al asumir la presidencia de la Nación, el general Bartolomé Mitre instaló las oficinas del Ejecutivo justamente en el sector antiguo. Para esa finalidad, se le practicaron varios arreglos, añadiendo unos jardines al frente que le dieron cierto aire más alegre.

Cinco años más tarde, se registraron dos incendios en el local colonial. El presidente Domingo Faustino Sarmiento ordenó reparar los daños y dispuso, además, que el edificio se pintara de rosa, inaugurando una tradición que se mantendría hasta hoy.

Durante su presidencia, hubo otro agregado. Se ordenó erigir un local para el Correo, en el sector sudoeste del antiguo solar del Fuerte, obras que recién se iniciaron en 1876.

Adiós al callejón

El resultado fue “un edificio de rara fachada, mezcla de clasicismo y neobarroco, con un toque francés dado por los techos de pizarra”. Esta construcción, más la colonial pintada de rosa, ocupaban casi toda la manzana, separadas por un callejón al medio.

Correspondió al presidente Julio Argentino Roca, en su primer mandato, terminar con el resto del Fuerte. Se demolió, en 1882, la esquina de Rivadavia y Balcarce, y se construyó allí otro edificio, prácticamente igual al del Correo, repartición que fue trasladada a otra parte. El callejón divisorio quedó eliminado, al hacerse una construcción central con pórtico en la fachada. Fue obra del arquitecto Francisco Tamburini, quien también “reemplazó los techos de pizarra por terrazas italianas con balaustradas”. Todo esto recién quedaría terminado -y pintado de rosa- en 1894, año en que la Casa tomó el aspecto actual.

Piqueta detenida

Ya en 1884 se había demolido la Recova, con lo que se despejó la plaza -antes dividida en dos- que enfrentaba la residencia de las autoridades. Las cosas estuvieron así hasta 1938, año en que se ideó demoler la Casa Rosada para prolongar hasta el bajo la Avenida de Mayo. La piqueta empezó a actuar sobre calle Hipólito Yrigoyen, pero la protesta popular fue tan grande, que el presidente Roberto M. Ortiz ordenó detener todo. Se reconstruyó el frente destruido y se aprovechó para ensanchar la calle Yrigoyen.

Apunta Cárdenas-Luna que el comienzo de demolición sirvió para algo. Un obrero descubrió, entre los escombros, una galería subterránea revestída de ladrillos. Se trataba de una antigua construcción realizada por la Aduana, uno de cuyos recintos había pertenecido al Fuerte, tal vez para depósito de armas o de trigo. En esas “catacumbas”, como le decía la gente, se instaló más tarde el Museo de la Casa de Gobierno.

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