El día del niño no es para pobres

El día del niño no es para pobres

La desnutrición trae, como una de las múltiples consecuencias, retrasos cognitivos y dificultad para el pensamiento abstracto. El atraso que sufre un niño los primeros años de su vida no se recupera nunca.

19 Agosto 2018

Por Mónica Cazón

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Luchar contra molinos de viento es una actividad que me propongo imitar del hidalgo cuando se trata de incluir la lectura y la escritura en los sectores vulnerables. Pensar en el Quijote de la Mancha, en los significados que encierra la obra más grande de la literatura española, lo es justamente por esos mensajes, por lo bien escrita que está -pese a la cantidad de erratas en las 664 hojas de su primera edición- y por los símbolos que contienen sus páginas para los lectores de todos los tiempos. Don Quijote, cuando se refiere al estudiante en el discurso de las armas y las letras, dice: «en haber dicho que padece pobreza me parece que no había que decir más de su mala ventura; porque quien es pobre no tiene cosa buena. Esta pobreza la padece por sus partes, ya en hambre, ya en frío, ya en desnudez, ya en todo junto», I.38.50. Nada más acertado que esta reflexión para entender que Alonso Quijano conocía sobre el tema. La pobreza no es un cuento. La pobreza no es una cosa buena. La pobreza no es sino la aniquilación de la esperanza. Y cuando esa pobreza se hereda de generación en generación es un arma mortal, como si ya perder la esperanza no fuese devastador.

La infancia conforma el segmento más vulnerable a los ciclos económicos de un país. Esto no sólo afecta la supervivencia de estos sectores, sino que, adicionalmente se ven empobrecidas las oportunidades como consecuencia de una menor inversión en educación, infraestructura pública, salud, entre otros imprescindibles servicios para el desarrollo de niños; y para hacer efectivos los derechos que tanto se pregonan cuando se celebra el día del niño o el día de la juventud.

Nos sentimos muy afectados y conmovidos cuando se hacen visibles las carencias de estos espacios, y cuando creemos, inocentemente, en la premisa del “pude asistir a la escuela, y era pobre; pude asistir a la universidad, recibirme, y provengo de una familia humilde”.

Secuelas

La verdadera pobreza no permite estudiar, llevar una vida digna, crecer.

Quien tiene el estómago vacío no aprende. Quien no duerme por el hambre no le interesa estudiar o leer. Quien no duerme por el frío, tampoco. La verdadera pobreza es una sopa de hueso a la hora de la cena, es el mate cocido a la hora del almuerzo. Es asistir a la escuela sin desayunar, con zapatillas rotas y sin medias, en pleno invierno. Sin cuadernos, lápices y mucho menos libros. Eso es ser pobre de verdad.

La malnutrición, desnutrición o desarrollo a medio camino traen, como una de las múltiples consecuencias, retrasos cognitivos y dificultad para el pensamiento abstracto. El atraso que sufre un niño los primeros años de su vida no lo recupera nunca. Esta es la realidad que se palpa en los sectores vulnerables, tamizadas con violencia familiar, abuso sexual, promiscuidad, y la temible droga. Droga que llega inevitablemente a una edad cada vez más temprana. La droga es el lugar común, el encuentro con amigos que contienen, porque comparten idéntica situación.

Meses atrás, uno de mis alumnos dijo: “la ignorancia mata, otro comentó que comprar droga es barato (pasta base); primero se compra para olvidar, luego debemos tranquilizarnos porque nos volvemos locos y son otras drogas (ansiolíticos a dosis altísimas). Consigo el blíster a $10”. Tienen 17 años y apenas logra escribir una o dos oraciones, inconexas.

Adolescentes que abandonan la secundaria para trabajar, en el mejor de los casos; prostituirse, vender drogas, delinquir. Familias clanes encargadas de la comercialización y la delincuencia, que comienza como una excusa para comer, para conseguir más “pasta base”, para “aguantar”.

En cuanto a los niños, terminan la escuela primaria sin aprender los contenidos mínimos con docentes impotentes ante la terrible realidad que los circunda. Docentes que compran comida de su bolsillo para sostener la vigilia de sus alumnos. Niños que concluyen su infancia analfabetos y desnutridos. Adolescentes desnutridos y por supuesto, analfabetos. Es la población que no sabe de festejos del día del niño porque nunca tienen infancia. La pobreza no lo permite.

Me pregunto si en estas circunstancias, en estos sectores, en estas comunidades, que se remontan a 70, 80 años de historia (quizás más) se puede hablar de promoción de la lectura, de niños lectores, de adolescentes preparándose para asistir a la universidad, cuando sus preocupaciones, aparte de lo ya mencionado, son las causas que tienen en la Justicia; por robo, asesinato o portación de armas (menores de dieciocho años).

La vulnerabilidad viola los derechos de niños y adolescentes y los margina. Los derechos humanos más afectados son: el derecho a la vida, los derechos económicos, los derechos sociales y los derechos culturales; también afecta el derecho a la igualdad de oportunidades.

Un problema de fondo

¿El Estado está ausente en este proceso? Existen instituciones que hacen lo que pueden, con personal calificado y comprometido, pero no basta. Los presupuestos no son suficientes. La pobreza no debe “parcharse”, debe erradicarse. Crear fuentes de trabajo para que los padres puedan criar dignamente a sus hijos es una de las principales necesidades. Las políticas sociales y económicas deben ser eficaces, implementando las acciones pertinentes para proteger y hacer efectivos estos derechos.

Recuerdo el comienzo de este texto, recuerdo a un Alonso Quijano pobre, con una exquisita inteligencia y sensibilidad, recuerdo que se acerca el día del niño y no quiero ni puedo ignorar la realidad que se palpa en este país desde hace mucho tiempo.

La sociedad actual es el testigo más fiel de que llegó la hora de actuar, quizás debamos pelear contra molinos de viento, pero el intento vale.

© LA GACETA

Mónica Cazón - Docente y especialista en Literatura infantil 

y juvenil.

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