Envidiemos sanamente

Envidia sana. La fase de grupos está entrando en su curva descendente. A nada de jugarse la última fecha, la que define cruces y la que despide a diferentes equipos -caso Arabia Saudita y Egipto, por citar algunas selecciones con cuentas en cero-. Arde la pelota, pero en la placita de la esquina a los nenes que la invaden día a día no les importa. Ni enterados están que de que se juega el Mundial. “Su” Mundial es a diario, y en la placita de su barrio.

Los padres también están en otra: leen, conversan, miran al cielo mientras sus hijos se divierten entre las diferentes opciones que presenta cada una de las plazas con juegos de niños en Moscú, que son una maravilla. Están preparadas para eso, para que los chicos sean chicos, para que puedan volar con su imaginación y, al mismo tiempo, crecer. Hay de todo; y ese todo se resume en dos puntos: alegría e inocencia. En Rusia, las plazas son una obra de arte, una obra de arte para los chicos.

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Lo que se rompe, se paga

Las plazas son una autopista, una pista de baile, están inmaculadas, de ahí un poco que nos surge la envidia cuando giramos la cabeza y volvemos al pago. Nuestras plazas son lindas, pero no las cuidamos. Vandalizamos, rompemos, pintamos, ensuciamos; las lastimamos. Una lástima. Acá en Moscú, no basta con decir “lo que se rompe, se paga”. Acá se paga de otra forma, con el peso de la ley, de la ley de los vecinos, de la ley de la Justicia. La familia cuida a la familia. Nos cuida. Le llamamos familia porque durante este Mundial nosotros también formamos parte de esta sociedad, y como tal nos debemos a sus leyes, nos debemos a aprender de ellos para después intentar sembrar algo de lo que vimos en Tucumán.

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Somos pesimistas. De más, a veces. Pensamos en sembrar y, al mismo tiempo, en que alguien nos va a levantar la semilla. Qué barbaridad. Todo al revés por acá. Lo que se construye no es que durará para siempre, pero se hace con esa intención, de que dure. Y lo que no dura, porque se hace viejo, se renueva, se aggiorna. Allá ponemos un tobogán y a la semana lo convertimos en un triciclo sin ruedas, asiento ni volante. Es una ojota, entonces, no sirve para el deporte de la placita. Una lástima.

Veo a los rusitos entonados en la suya y veo que el Mundial tampoco es para todos. Rusia no es un país futbolero, pero ha sabido exprimir esta naranja como pocas naciones. Argentina, Paraguay y Uruguay quieren el Mundial 2030. No falta nada. Está difícil. No somos aptos, no estamos aptos desde la infraestructura. Nos queda demasiado por hacer, por cuidar, por aprender. Por construir.

Lo bueno es que nunca es tarde. Lo bueno es que de lo que vivimos siempre tenemos la chance de seleccionar lo bueno y tachar lo malo. Ojalá que cuando regresemos llenos de semillas, de ilusiones a casa, no aparezca esa mano negra que todo se lo lleva, que nos deja sin nada. Secos.

Queremos un Mundial, pero antes de eso, mucho antes de eso, pidamos por una plaza, una placita para los chicos. Y cuando las tengamos rebosantes de belleza, que sí las tenemos, aprendamos a cuidarla. No esperemos de la Justicia, esperemos nosotros hacer nuestra parte, así protegemos el futuro y la diversión de nuestros hijos. Es lo que verdaderamente nos importa, ¿no?

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