El eslabón “hallado”
El eslabón “hallado”
22 Abril 2018

El eslabón “hallado” 
El lugar: Sanatorio Roca. En el tercer piso busco la habitación 39. Me encuentro con una persona en convalecencia, todavía conectado a sueros y otros complementos del sistema de cuidados médicos, acostado. Me recibe con una complacida sonrisa. Salomón Felman, ingeniero civil, nacido hace 95 años en Olavarría (Provincia de Buenos Aires), amigo que conozco desde hace casi tres décadas. Sabe el motivo de mi presencia, esta vez.
Una pregunta me permitió conocer, aún más, sobre lo que era una experiencia de vida. La necesidad de una respuesta me llevó hasta el sanatorio donde está internado. 
-¿Cómo fue que  algunas personas se interesaron en un tal Ricardo Klement a través suyo?
-En realidad -lo dice con cierto dejo de humildad y sin exaltar la importancia que adquirió más tarde su intervención- todo empezó con un arquitecto israelí que me fue presentado por un amigo de Tucumán de apellido Margulies. Venía, según dijo, a promover la compra de títulos del Estado de Israel. Era a comienzos de 1960. Llegaron a mi oficina y hablamos de proyectos de arquitectura. Luego de que nos despedimos y al cabo de un breve tiempo Margulies me pidió hablar en privado. Me dijo sobre una enorme herencia que se disputaba mucha gente en Europa. En ese momento me mencionan a Ricardo Klement, que había trabajado en la empresa Capri en Tucumán. Yo en ese tiempo tenía mis oficinas en el cuarto piso del edificio del diario LA GACETA. Al lado estaban  las oficinas de la empresa Capri. Eso les dije. Siempre la vi cerrada -manifiesta Felman-. Nunca vi a nadie ni entrar ni salir de allí. Recuerdo que era la Oficina “H”. 
No le había requerido ese dato. Pienso que estaba haciendo gala de su extraordinaria memoria.
Cuando le pregunté por lo que siguió me habló de la insistencia de Margulies y que, en razón de ello. le prometió averiguar más sobre Klement.
Con su “memoria de elefante” (así decimos cuando es fuera de lo común) Salomón recuerda que su compañero de estudios Otto Barembreuker, ingeniero como él, había trabajado en la empresa Capri. 
Nada nuevo sobre Ricardo Klement había podido aportar, según Salomón, su colega Otto. Confirmó que sí trabajó en esa empresa en tareas de aforo de ríos del sur de la provincia y en parte de la vecina Catamarca. 
- ¿Y se quedaron conformes con esa explicación? -le pregunté, porque imaginaba que el ovillo empezaba a soltar el hilo de alguna historia. Así se lo dije. No en vano le preguntaba a quien era vecino de las oficinas de Capri.
No resultaba fácil suponer que personas extrañas intenten saber de alguien del que tenían sólo una pequeña foto y referencias de su lugar de trabajo: Capri.
- ¿Qué los motivaba? -le pregunté.
- Repetían que buscaban a un judío que era el destinatario de una herencia y les habían encomendado encontrarlo.
Claro que mi propia curiosidad  para armar la trama necesitaba del aporte de un dato esencial. Y le pregunté por qué creyó que lo buscaban a él.
- Porque era ingeniero, creo que por eso.
- Y por ser de origen judío, ¿puede ser? -me surgió de inmediato, como conclusión perogrullesca.
Un lacónico “tal vez”  fue la respuesta en la voz de Felman.
“Sí, es el que buscan”
Le informó a Margulies lo que pudo averiguar. Ahí no terminó todo. Margulies le preguntó por una reunión social que Salomón Felman hacía en su casa ese sábado. Pidió que fuesen invitados él y su esposa, lo que el ingeniero Felman aceptó de buen grado. 
- Una de las típicas reuniones sociales de amigos cada semana. Eran rotativas. Cuando terminamos de cenar se me acercó la señora de Margulies y me dijo: “vamos arriba”. 
Continúa en la página 3...
============07 FIR L- Tapa (12279757)============
u Por Carlos Duguech
Para LA GACETA - TUCUMÁN
============02 TEX (12279817)============
... Viene de la página I.
Era otro sector del departamento de dos plantas. Allí sacó de su cartera una pequeña foto de un hombre y que era indispensable saber si se trataba de Richard Klement, o no. Le pedí la foto y unos días después se la mostré a Otto: “Sí, es Richard Klement, pero aquí está más pelado”.
El salto en la cama
Una mañana, en la cama, mientras Felman leía LA GACETA, como todos los días, temprano, se dio con la verdad. El diario daba cuenta de que Klement era Eichman, nada menos. Y con un título digno de una tipografía de excepción: “Secuestraron a Adolf Eichman”.
- Di un salto en la cama y se lo comenté a mi señora. No lo podía creer. 
Se trataba de Adolf Eichmann, uno de los encumbrados responsables nazis de la instalación del sistema de exterminio de judíos durante la IIGM. En 1950 se había radicado en Argentina con su falso nombre. 
Todo lo que sucedió es harto conocido. Viviendo ya en Buenos Aires con su familia, “Klement” es vigilado, seguido y secuestrado por agentes del Mossad, (”Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales”) creado en 1949 por el entonces primer ministro israelí Ben Gurión. Y trasladado a Israel (en mayo de 1960) en el mismo avión en el que viniera la delegación oficial para las celebraciones del sesquicentenario de la “Revolución de Mayo” (Primer gobierno Patrio de Argentina).
Recién 45 años después (2005) el gobierno de Israel reconoce que fueron agentes del Mossad los secuestradores. Y no militantes judíos independientes.
Lo que me asombró fue la muy convencida y simple respuesta de Felman cuando le pregunté si él imaginaba que estaba en contacto, sin saberlo, con agentes del Mossad.
- Sí, al poco tiempo tuve la sensación de que eran ellos los que se me acercaron e investigaron y que lo de la herencia era un pretexto, nada más.
Es importante saber que en Israel no existe la pena de muerte en su legislación punitiva aunque recientemente se está analizando un proyecto de ley en ese sentido. El único ejecutado hasta ahora con sentencia de un tribunal fue Adolf Eichman, en mayo de 1962.
El contexto histórico
Argentina se había caracterizado en tiempos de la Segunda Guerra Mundial (IIGM) por su neutralidad declarada apenas días después (septiembre de 1939) de iniciada la guerra más trágica de la historia. Esa “neutralidad” disimulaba simpatías por Alemania por parte de algunos turnos de gobierno argentinos y, particularmente, por un sector de sus fuerzas armadas consideradas pro nazis. Esto se patentiza al punto que recién en marzo de 1945, a menos de dos meses de la rendición de Alemania del 8 de mayo de ese año, le declara la guerra a Japón y a Alemania, “atento el carácter de esta última de aliada del Japón”. En ese orden (Japón primero y Alemania después) estaba redactado el decreto presidencial. Todo ello le significó a mi país encarar un laborioso esfuerzo para formar parte de los 51 estados fundadores de Naciones Unidas, lo que finalmente se concretó con la declaración de guerra a la que se vio obligado. Algunos jerarcas alemanes del nazismo eligieron Argentina, caído ya el régimen impuesto por Hitler, para su vida de pos guerra. Entre ellos un tal Ricardo Klement, conforme lo consigna un pasaporte de la Cruz Roja. 
“La” pregunta
Cuando debí cerrar la entrevista, Felman todavía convaleciente en un sanatorio de Tucumán, le solté a boca de jarro pero con el mejor tono:
-Si hubiera sabido que era Klement era Eichman ¿cómo hubiera actuado?
-Igual.
El más pequeño eslabón
Jamás Salomón Felman, “Choime” para los cercanos, imaginaría que sería ese pequeño eslabón perdido y hallado, tan pequeño como la foto de Eichman que tuvo en sus manos, y que se constituiría en parte de una larga cadena de investigaciones, procedimientos, secuestro, tribunales, pena de muerte y ejecución en la horca improvisada.
Un pequeño eslabón en el que su intervención asaz breve se convertiría en uno de acero tan fuerte que desmorona ese viejo paradigma de que “Una cadena no es más fuerte que el más débil de sus eslabones”.
El sol del mediodía subtropical de Tucumán sigue imperturbablemente irradiando sus fuegos y sus luces mientras Salomón Felman, con sus 95 años, se entrega al sueño, esa medicina sanadora de los que esperan confiados en sus propias fuerzas y voluntad.
© LA GACETA
Carlos Duguech - Periodista y 
escritor. Especialista en Política 
internacional y columnista de 
El Nuevo Herald.

Por Carlos Duguech - Para LA GACETA - TUCUMÁN

El lugar: Sanatorio Roca. En el tercer piso busco la habitación 39. Me encuentro con una persona en convalecencia, todavía conectado a sueros y otros complementos del sistema de cuidados médicos, acostado. Me recibe con una complacida sonrisa. Salomón Felman, ingeniero civil, nacido hace 95 años en Olavarría (Provincia de Buenos Aires), amigo que conozco desde hace casi tres décadas. Sabe el motivo de mi presencia, esta vez.
Una pregunta me permitió conocer, aún más, sobre lo que era una experiencia de vida. La necesidad de una respuesta me llevó hasta el sanatorio donde está internado. 

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-¿Cómo fue que  algunas personas se interesaron en un tal Ricardo Klement a través suyo?
-En realidad -lo dice con cierto dejo de humildad y sin exaltar la importancia que adquirió más tarde su intervención- todo empezó con un arquitecto israelí que me fue presentado por un amigo de Tucumán de apellido Margulies. Venía, según dijo, a promover la compra de títulos del Estado de Israel. Era a comienzos de 1960. Llegaron a mi oficina y hablamos de proyectos de arquitectura. Luego de que nos despedimos y al cabo de un breve tiempo Margulies me pidió hablar en privado. Me dijo sobre una enorme herencia que se disputaba mucha gente en Europa. En ese momento me mencionan a Ricardo Klement, que había trabajado en la empresa Capri en Tucumán. Yo en ese tiempo tenía mis oficinas en el cuarto piso del edificio del diario LA GACETA. Al lado estaban  las oficinas de la empresa Capri. Eso les dije. Siempre la vi cerrada -manifiesta Felman-. Nunca vi a nadie ni entrar ni salir de allí. Recuerdo que era la Oficina “H”. No le había requerido ese dato. Pienso que estaba haciendo gala de su extraordinaria memoria.
Cuando le pregunté por lo que siguió me habló de la insistencia de Margulies y que, en razón de ello. le prometió averiguar más sobre Klement.
Con su “memoria de elefante” (así decimos cuando es fuera de lo común) Salomón recuerda que su compañero de estudios Otto Barembreuker, ingeniero como él, había trabajado en la empresa Capri. 
Nada nuevo sobre Ricardo Klement había podido aportar, según Salomón, su colega Otto. Confirmó que sí trabajó en esa empresa en tareas de aforo de ríos del sur de la provincia y en parte de la vecina Catamarca. 

- ¿Y se quedaron conformes con esa explicación? -le pregunté, porque imaginaba que el ovillo empezaba a soltar el hilo de alguna historia. Así se lo dije. No en vano le preguntaba a quien era vecino de las oficinas de Capri.
No resultaba fácil suponer que personas extrañas intenten saber de alguien del que tenían sólo una pequeña foto y referencias de su lugar de trabajo: Capri.

- ¿Qué los motivaba? -le pregunté.
- Repetían que buscaban a un judío que era el destinatario de una herencia y les habían encomendado encontrarlo.
Claro que mi propia curiosidad  para armar la trama necesitaba del aporte de un dato esencial. Y le pregunté por qué creyó que lo buscaban a él.
- Porque era ingeniero, creo que por eso.
- Y por ser de origen judío, ¿puede ser? -me surgió de inmediato, como conclusión perogrullesca.
Un lacónico “tal vez”  fue la respuesta en la voz de Felman.

“Sí, es el que buscan”

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Le informó a Margulies lo que pudo averiguar. Ahí no terminó todo. Margulies le preguntó por una reunión social que Salomón Felman hacía en su casa ese sábado. Pidió que fuesen invitados él y su esposa, lo que el ingeniero Felman aceptó de buen grado. 

- Una de las típicas reuniones sociales de amigos cada semana. Eran rotativas. Cuando terminamos de cenar se me acercó la señora de Margulies y me dijo: “vamos arriba”. 

Era otro sector del departamento de dos plantas. Allí sacó de su cartera una pequeña foto de un hombre y que era indispensable saber si se trataba de Richard Klement, o no. Le pedí la foto y unos días después se la mostré a Otto: “Sí, es Richard Klement, pero aquí está más pelado”.

El salto en la cama

Una mañana, en la cama, mientras Felman leía LA GACETA, como todos los días, temprano, se dio con la verdad. El diario daba cuenta de que Klement era Eichman, nada menos. Y con un título digno de una tipografía de excepción: “Secuestraron a Adolf Eichman”.

- Di un salto en la cama y se lo comenté a mi señora. No lo podía creer. 

Se trataba de Adolf Eichmann, uno de los encumbrados responsables nazis de la instalación del sistema de exterminio de judíos durante la IIGM. En 1950 se había radicado en Argentina con su falso nombre. 
Todo lo que sucedió es harto conocido. Viviendo ya en Buenos Aires con su familia, “Klement” es vigilado, seguido y secuestrado por agentes del Mossad, (”Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales”) creado en 1949 por el entonces primer ministro israelí Ben Gurión. Y trasladado a Israel (en mayo de 1960) en el mismo avión en el que viniera la delegación oficial para las celebraciones del sesquicentenario de la “Revolución de Mayo” (Primer gobierno Patrio de Argentina).
Recién 45 años después (2005) el gobierno de Israel reconoce que fueron agentes del Mossad los secuestradores. Y no militantes judíos independientes.
Lo que me asombró fue la muy convencida y simple respuesta de Felman cuando le pregunté si él imaginaba que estaba en contacto, sin saberlo, con agentes del Mossad.

- Sí, al poco tiempo tuve la sensación de que eran ellos los que se me acercaron e investigaron y que lo de la herencia era un pretexto, nada más.

Es importante saber que en Israel no existe la pena de muerte en su legislación punitiva aunque recientemente se está analizando un proyecto de ley en ese sentido. El único ejecutado hasta ahora con sentencia de un tribunal fue Adolf Eichman, en mayo de 1962.

El contexto histórico

Argentina se había caracterizado en tiempos de la Segunda Guerra Mundial (IIGM) por su neutralidad declarada apenas días después (septiembre de 1939) de iniciada la guerra más trágica de la historia. Esa “neutralidad” disimulaba simpatías por Alemania por parte de algunos turnos de gobierno argentinos y, particularmente, por un sector de sus fuerzas armadas consideradas pro nazis. Esto se patentiza al punto que recién en marzo de 1945, a menos de dos meses de la rendición de Alemania del 8 de mayo de ese año, le declara la guerra a Japón y a Alemania, “atento el carácter de esta última de aliada del Japón”. En ese orden (Japón primero y Alemania después) estaba redactado el decreto presidencial. Todo ello le significó a mi país encarar un laborioso esfuerzo para formar parte de los 51 estados fundadores de Naciones Unidas, lo que finalmente se concretó con la declaración de guerra a la que se vio obligado. Algunos jerarcas alemanes del nazismo eligieron Argentina, caído ya el régimen impuesto por Hitler, para su vida de pos guerra. Entre ellos un tal Ricardo Klement, conforme lo consigna un pasaporte de la Cruz Roja. 

“La” pregunta

Cuando debí cerrar la entrevista, Felman todavía convaleciente en un sanatorio de Tucumán, le solté a boca de jarro pero con el mejor tono:

-Si hubiera sabido que era Klement era Eichman ¿cómo hubiera actuado?
-Igual.

El más pequeño eslabón

Jamás Salomón Felman, “Choime” para los cercanos, imaginaría que sería ese pequeño eslabón perdido y hallado, tan pequeño como la foto de Eichman que tuvo en sus manos, y que se constituiría en parte de una larga cadena de investigaciones, procedimientos, secuestro, tribunales, pena de muerte y ejecución en la horca improvisada.
Un pequeño eslabón en el que su intervención asaz breve se convertiría en uno de acero tan fuerte que desmorona ese viejo paradigma de que “Una cadena no es más fuerte que el más débil de sus eslabones”.
El sol del mediodía subtropical de Tucumán sigue imperturbablemente irradiando sus fuegos y sus luces mientras Salomón Felman, con sus 95 años, se entrega al sueño, esa medicina sanadora de los que esperan confiados en sus propias fuerzas y voluntad.
© LA GACETA


Carlos Duguech - Periodista y escritor. Especialista en Política internacional y columnista de El Nuevo Herald.

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