“La tecnología es en parte un poder mágico a celebrar pero también un territorio en ebullición”

Acaba de publicar Sociedad pantalla: Black Mirror y la tecnodependencia. El autor considera que la serie de Netflix “hunde un puñal de escepticismo en los que cantan loas a un tecnooptimismo militante y acrítico”

FICCIÓN Y PENSAMIENTO. Esteban Ierardo intenta acercarse a un mundo en el que la privacidad es vulnerada por tecnologías cada vez más invasivas, que transforman al individuo. FICCIÓN Y PENSAMIENTO. Esteban Ierardo intenta acercarse a un mundo en el que la privacidad es vulnerada por tecnologías cada vez más invasivas, que transforman al individuo.
18 Marzo 2018

POR MATÍAS CARNEVALE

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

> PERFIL

Esteban Ierardo es licenciado en Filosofía, profesor en la Universidad de Buenos Aires y escritor. Es autor de varios libros. Entre sus ensayos se destaca El agua y el trueno. Su último libro es Sociedad pantalla: Black Mirror y la tecnodependencia, un completo estudio sobre la inquietante serie transmitida por Netflix (Ediciones Continente, 2018).

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ENTREVISTA A ESTEBAN IERARDO

Black Mirror muestra a una humanidad atrapada “por las pantallas, fijas y móviles”, en un contexto global de “invasión de la privacidad, pérdida de la libertad, espectáculo constante y deshumanización”. Según el autor, el programa “no sólo entretiene, también toca el sistema nervioso de la cultura globalizada, sus redes informáticas y pantallas que, cada vez más, nos hechizan con su brillo magnético.”

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Además de analizar capítulo por capítulo hasta la tercera temporada, el autor dedica algunas páginas a relacionar a Black Mirror con La dimensión desconocida, a la que considera -con justicia- su precursora, pero la serie de Brooker también dialoga con otros textos precursores en la ciencia ficción, género que ha producido abundantes exhortaciones respecto del trato que les prodigamos a los artefactos tecnológicos. Ya H.G. Wells advirtió en 1894 respecto de la adoración de las máquinas, consecuencia de una revolución industrial febril, en El señor de las dínamos. En este relato, un pobre ingeniero acaba siendo la primera víctima de un culto novísimo y cruel, a Azuma Zi, una divinidad-dínamo. Por su parte, Ray Bradbury nos legó El asesino, un maravilloso cuento en donde un hombre promedio “enloquece” e inicia una cruzada personal contra unos omnipresentes radios-relojes que, como nuestros celulares, no cesan de exigir atención y alimento electrónico.

En más de una ocasión, Ierardo echa mano a un lenguaje propio de las mancias para explicar los temas y fenómenos que la serie explora: en una nota al pie, el autor traza un paralelo entre el espejo negro que se usaba en la magia tradicional y el que da el título al programa, pero también habla de “la maldición” Black Mirror y de “los dragones del adelanto técnico”. En esto, tal vez, haya un regreso al pasado para conjurar un futuro plagado de incertidumbres.

- ¿Cómo surgió la idea para el libro?

- Surgió al advertir que esta ficción tiene el poder de detonar reflexiones sobre procesos culturales fundamentales del mundo globalizado: el impacto tecnológico cotidiano; la universalización de la sociedad del espectáculo; el espionaje de todos mediante la informática; la inteligencia artificial y los androides; la vida encerrada en habitaciones pantallas, en las que se reproduce un capitalismo del consumo como fin del sistema en el que el hombre no encuentra su desarrollo propio… El hombre no está destinado sólo a consumir y consumirse, sino a conocer y autoconocerse. El hombre no es tal por la nueva tecnología que consume, sino por la empatía, la solidaridad, la afectividad, el asombro y la curiosidad. Desde la forma de un ensayo entre filosófico y literario, el libro trata de unir la ficción con el pensamiento, en el intento de acercarse al mundo en el que la privacidad es vulnerada por la vigilancia tecnológica; un mundo de tecnologías cada vez más invasivas que transforman al individuo.

-¿Hay otros trabajos similares que hayan sido publicados en español?

- Por lo que sé, no. En español hay muchísimos artículos en la web sobre esta ficción y su significado, pero no un libro unitario.

- En el libro mencionás al Transhumanismo, es decir, la superación del cuerpo humano como una suerte de lastre obsoleto. ¿Qué opinión te merece el movimiento?

- El Transhumanismo confía en un “poshumano”, un nuevo ser humano futuro en el que el cuerpo orgánico es sustituido gradualmente por prótesis biónicas, componentes artificiales, hasta llegar a una suerte de cyborg, un hombre-máquina, que ya no enfermaría ni moriría. Creo que en la génesis profunda de este movimiento tecno-filosófico hay dos aspectos: por un lado, la unión entre el desarrollo tecnológico, la reflexión filosófica, una nueva idea de la teoría de la evolución (el paso de la evolución natural a la artificial), y la influencia de la ciencia ficción. Y, por otro lado, es inevitable sospechar que la motivación profunda que mueve a los cultores de este movimiento es algo ancestral: el deseo de superar la muerte, y el deseo de superar su propia muerte. La religión tradicional y su anhelo de vida inmortal, es ahora sustituida por una tecno-religión. Esta nueva “creencia” confía en que por medio de softwares y hardwares futuristas, el hombre se podrá elevar a un cielo inmortal. El alma no es lo inmortal sino la mente fundida con circuitos y chips. Pura ciencia ficción, todavía.

- De las primeras temporadas, ¿cuál episodio considerarías el más escalofriante, el que más refleja el lado oscuro de nuestra relación con la tecnología?

- Tal vez Caída en picada. Esa ficción en la que en una sociedad futura la vida cotidiana está mediada completamente por puntajes. Cada persona debe buscar recibir buenas calificaciones de las otras mediante los celulares (una extensión de los “me gusta” de Facebook hacia la vida exterior a la pantalla). La cuantificación completa de la vida. Un proceso por el que, en términos históricos, se une la tendencia cuantitativa de la sociedad capitalista (el “time is gold”, el tiempo es oro, cada instante debe ser útil en términos de ganancias, utilidades, cantidades), y el uso de la telefonía celular y las redes sociales (como la instancia en la que se busca “rendimientos o cantidades” de aprobaciones, de “me gusta”). Sería el mundo en el que las personas “valen” en tanto son reconocidas o “cuantificadas” positivamente por los demás por medios digitales. La autoestima fuera del sujeto, no en sí mismo, y en un tipo de existencia social, ahora digitalizada, que premia la repetición de las buenas maneras externas, de las apariencias, aunque íntimamente se odie a aquellos que se halaga para recibir un buen puntaje.

- ¿Qué pensás de la última temporada?

- La última temporada muestra un mayor regodeo en el entretenimiento. Hay más interés en entretener que en conmocionar; más apego en la sorpresa y el thriller que en lo que nos “desnude” frente al exceso tecnológico. De todos modos, el tema fundamental de la peligrosidad de la tecnodependencia, del sometimiento del sujeto a sus medios tecnológicos, sigue ocupando el lugar central de la ficción; lo que se evidencia, por ejemplo en Arkangel (dirigido por Jodie Foster), un capítulo en el que por un implante cerebral una adolescente es espiada en la privacidad de su despertar sexual por una madre abusiva. Es interesante también otra ficción que postula un escenario post-apocalíptico: Metalhead. Aquí, los humanos son perseguidos por perros robóticos asesinos. Como en una alegoría kafkiana nunca se sabe el porqué de la persecución y la agresión. Pero lo inquietante es otro tema clásico de la relación del hombre con sus máquinas y dispositivos: el humano perseguido o exterminado por sus propias creaciones. La rebelión de las máquinas, acaso el temor del hombre a ser castigado por el mundo de las criaturas técnicas deshumanizadas que ha creado.

- ¿Y a futuro? ¿Podrá mantener la calidad temática y seguir siendo entretenida?

- Eso no lo podemos saber, supongo. En lo personal no me atrae la serie encerrada en sí misma, sino los temas que abre. Al menos para mí, la cuestión sería si la ficción continuará con su esencia argumental original, con su exponernos a lo inquietante de la hipertecnificación creciente de nuestras vidas. La tecnología es en parte un poder mágico a celebrar (un poco como lo propone Arthur Clarke) pero también es un territorio en ebullición de fuerzas tecnológicas high tech, de vanguardia, cuyos efectos futuros no es posible comprender en su totalidad. Por lo que el desarrollo tecnológico exponencial, incluida su dimensión de tecno-dependencia, produce un saber que también es un no saber.

© LA GACETA

El transhumanismo
Por Esteban Ierardo
Para el 2045, según Ray Kurzweil, vocero de Silicon Valley y de la doctrina transhumanista, acontecerá la singularidad tecnológica, un momento de gran salto exponencial de la inteligencia artificial.
Será el gran salto en el que los computadores, dotados de una superinteligencia, serán capaces de mejorarse a sí mismos; momento de inciertas consecuencias; y todo esto, de forma paralela al proceso de trasferencia mental desde el cerebro hacia un ordenador. El ordenador no muere. Entonces, nuevamente, nos encontramos frente a una inmortalidad por la indestructibilidad de un medio material.
Pero el transhumanismo también produce a sus grandes opositores. Lo transhumano es “la idea más peligrosa del mundo” para Francis Fukuyama, porque “la amenaza más significativa planteada por la biotecnología contemporánea estriba en la posibilidad de que altere la naturaleza humana y por consiguiente, nos conduzca a un estadio posthumano de la historia”; así “una tecnología lo suficiente poderosa para transformar aquello que somos, tendrá, posiblemente, consecuencias nocivas para la democracia liberal y para la naturaleza de la propia política”.
* Fragmento de Sociedad pantalla: 
Black Mirror y la tecnodependencia.
> El transhumanismo
Por Esteban Ierardo


Para el 2045, según Ray Kurzweil, vocero de Silicon Valley y de la doctrina transhumanista, acontecerá la singularidad tecnológica, un momento de gran salto exponencial de la inteligencia artificial.
Será el gran salto en el que los computadores, dotados de una superinteligencia, serán capaces de mejorarse a sí mismos; momento de inciertas consecuencias; y todo esto, de forma paralela al proceso de trasferencia mental desde el cerebro hacia un ordenador. El ordenador no muere. Entonces, nuevamente, nos encontramos frente a una inmortalidad por la indestructibilidad de un medio material.
Pero el transhumanismo también produce a sus grandes opositores. Lo transhumano es “la idea más peligrosa del mundo” para Francis Fukuyama, porque “la amenaza más significativa planteada por la biotecnología contemporánea estriba en la posibilidad de que altere la naturaleza humana y por consiguiente, nos conduzca a un estadio posthumano de la historia”; así “una tecnología lo suficiente poderosa para transformar aquello que somos, tendrá, posiblemente, consecuencias nocivas para la democracia liberal y para la naturaleza de la propia política”.


* Fragmento de Sociedad pantalla: 
Black Mirror y la tecnodependencia.

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