En un buen día de trabajo, José López da a luz dos tacos listos para enamorar el paño

Fue en Famaillá, hace décadas, donde se enganchó con el mundo del billar. Nunca más lo dejó y hoy es un experto fabricante de tacos.

 -EN EL TALLER. José López lo armó su casa del barrio Independencia. LA GACETA / FOTO DE JORGE OLMOS SGROSSO.- -EN EL TALLER. José López lo armó su casa del barrio Independencia. LA GACETA / FOTO DE JORGE OLMOS SGROSSO.-
05 Septiembre 2017

Cuando tenía 14 años, José López era un adolescente que vivía en Famaillá. A la mañana estudiaba en el secundario, por la tarde trabajaba en algunas “changuitas” y a la noche tenía asistencia perfecta en una de las confiterías ubicada frente a la plaza principal de la “capital de la empanada”. Todas las noches entraba al local y se iba directo a las mesas de billar. Desde un rincón miraba a los jugadores con la curiosidad de quien pretende aprender los secretos del juego. Una de esas noches, el dueño de la confitería necesitaba un ayudante y le propuso un puesto como cafetero. No dudó ni un instante, porque ese trabajo le iba a permitir empuñar el taco en algún momento de la noche, cuando alguna mesa de billar quedaba libre de clientes. En aquel tiempo tenía el permiso de su madre, Magdalena Mairata, pero con una única condición: volver a la casa no más allá de las doce y media de la noche.

- ¿Y alguna vez se pasó de esa hora?    

- Nunca -explica riéndose-, porque si no volvía a esa hora no me iban a dejar entrar.

Creció entre tacos, billares, tizas azules y el pizarrón. Después, con el paso del tiempo empezó a jugar y fue perfeccionando su estilo en el billar. Se mudó a la capital tucumana, donde siguió recorriendo los escenarios emblemáticos. “En ese tiempo había confiterías por todos lados para jugar -recuerda López-; estaban Zangari, Las tres avenidas, Carabelas, Billares Mitre, pero el único que sigue estando -agrega- y es la escuela de todos los billares es Punto y Banca”.

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Era un buen jugador. Su apogeo lo tuvo en 1982, cuando se consagró campeón tucumano. Alzó un buen premio con dinero en efectivo que le sirvió para hacer un asado con los amigos del juego y después le quedó plata en el bolsillo.

Una década después de haber obtenido aquel título, López se dedicó de lleno a fabricar tacos de madera. Se convirtió en un experto del ramo y se hizo tan famoso que, hoy en día, tiene clientes hasta en La Cocha. Pero también le llegan pedidos de provincias vecinas como Catamarca, Salta y La Rioja.

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Entre los mejores jugadores de billar que hubo en Tucumán y que fueron clientes de López figuran Lalo Elías, Luis Lobo, conocido como “El Japonés”, y Miguel Brito, a quien apodaron “El Torito”.

Las obsesiones

López tiene el torno de trabajo en un taller que armó en un espacio dentro de su propia casa, en el barrio Independencia. Allí llegan jugadores desesperados por obtener un taco de madera personalizado. Hay quienes son tan obsesivos que piden hasta los más mínimos detalles.

Los tacos que fabrica López pueden variar del tipo de madera; los más usados son de algarrobo (la culata; es decir la parte baja del taco) y de palo blanco desde la mitad para arriba. “Los de culata de ébano son los mejores tacos del mundo -resalta-, pero ya casi ni se fabrican”.

En el extremo más fino, el taco lleva un pieza de micarta (es una mezcla de papel y resinas) y encima se adhiere una pequeña suela importada (un cuero trabajado de manera especial). Esta pieza es la que recibe la tiza azul que colocan los jugadores antes de dar el golpe a la bola.

El taller de López tiene aserrín en el piso y está repleto de herramientas para el torno. Cada vez que fabrica un taco, López debe usar un barbijo para protegerse de las partículas de madera que se dispersan y quedan suspendidas en el aire. “Depende del ritmo de trabajo, pero en general puedo hacer dos tacos por día”, detalla.

La mayoría de los jugadores tiene su propio taco. En las confiterías se guardan con candado para que nadie se atreva a tocar la pieza ajena. López admite que el juego de billar se practica en apenas un puñado de lugares. “Es una lástima -dice con resignación-; antes los changos lo primero que hacían era ir al billar, pero ahora con las computadoras y los celulares ya se va perdiendo todo eso”.

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