“Estoy en contra de que me dejen afuera como lector”

“Estoy en contra de que me dejen afuera como lector”

El autor de la recientemente premiada La noche de la usina defiende una narrativa alejada del hermetismo literario. Aquí habla sobre sus influencias en la niñez, su trabajo con Campanella, su visión de la literatura argentina y las cosas de la vida que valora. “Nuestras vidas están plagadas de rutinas, de obviedades, de repeticiones, pero a veces no, y en ese ‘a veces no’ es donde creo que puede ir la mirada del escritor a alumbrar esas situaciones que le dan sentido a esa otra parte rutinaria de la vida”, afirma

05 Febrero 2017

El fútbol y la infancia
- ¿Qué te parece si comenzamos con los recuerdos de tu niñez? Por los recuerdos futbolísticos de tu niñez.
- Me crié en Castelar, aquí donde estamos, no en esta casa pero a unas cuadras de acá. El fútbol está muy vinculado a las infancias de por acá, jugando en la vereda antes de bajar a la calle, uno arrancaba por la vereda, en mi caso jugando con mi papá y también con mi papá el otro costado del fútbol, el hecho de seguir a tu equipo. En esos lejanos años 70 seguía a Independiente, sobre todo escuchando los partidos por la radio y muy eventualmente enganchando un partido por televisión, porque eran otros tiempos y Avellaneda nos quedaba muy lejos como para ir a la cancha, así que eran sobre todo tardes y noches de radios, los dos, en el comedor de esa casa escuchando y aprendiendo fútbol con la radio.
- ¿Crees que hubieras llegado a la literatura como llegaste sin el fútbol, sin tu pasión por Independiente?
- A la literatura sí; el fútbol no estaría sin duda tan presente en mis cuentos o en algunas de mis novelas como de hecho está. A mí me interesa escribir sobre el mundo que conozco, sobre las personas comunes y corrientes que pueblan ese mundo. Si ese mundo estuviera poblado de otras cosas seguramente hubiera hablado de esas otras cosas o hubiera tomado alguna otra excusa distinta a la que me brinda el fútbol. Ocurre que como en mi mundo el fútbol es una buena puerta de entrada a otras cosas más importantes y es un terreno que conozco, precisamente porque puebla mi vida, me viene bien para hablar de esas otras cosas que me interesan.
- Eso es lo que te caracteriza, ¿no es cierto? El hecho de tomar cosas, no sólo simples, pero sacándole solemnidad. 
- Creo que lo que me interesa es encontrar lo que hay de particular, de especial, de distinto en la vida de cualquiera de nosotros. Creo firmemente que es así, que la vida, nuestras vidas, están plagadas de rutinas, de obviedades, de repeticiones, pero a veces no, y en ese “a veces no” es donde creo que puede ir la mirada del escritor a alumbrar esas situaciones o esas vivencias excepcionales que le dan sentido a esa otra parte rutinaria y cotidiana de la vida.
- ¿Cuáles fueron tus primeras lecturas?
- Tuve la gran fortuna de criarme en una casa de lectores, soy hijo de odontólogos. En mi casa siempre se dio mucho lugar a leer, básicamente a leer ficción a leer novelas y cuentos. Soy el menor de tres hermanos, crecí viendo a mis viejos y a mis hermanos leer; entonces, desde muy chico, antes de la escuela, le pedí a mi hermana mayor que me enseñe a leer, y la otra aprovechó para jugar a la maestra con un pupilo de carne y hueso. Empecé leyendo historietas, Patoruzito, Mafalda un poco después, y luego cuando tenías seis o siete años esas colecciones de libros juveniles de Robin Hood e Idilio en esas bibliotecas que tenían las editoriales de aquella época -lo que ahora llamaría como literatura juvenil o clásicos adaptados a la posible lectura de un chico de ocho o diez años-. Esas fueron mis lecturas infantiles: Verne, Salgari, Twain. Y en la adolescencia creo que fue donde me situé definitivamente ya como lector. Cuando uno empieza a elegir, a encontrar autores que nadie le ha recomendado, pero que por un motivo u otro le caen en la mano. En mi caso fue Cortázar, los cuentos. Cortázar murió en 1984, yo tenía 16 años, en el secundario por obvios motivos políticos de lo que había sido la dictadura no me habían dado a leer a Cortázar, pero me topé con uno de esos abruptos homenajes que se realizan cuando muere un autor, con un libraco lleno de sus cuentos editado a los apurones, y creo que me marcó muchísimo. Los juegos de lenguaje y sobre todo esta capacidad para hacer del mundo cotidiano un terreno literario. Por supuesto que hubo otros autores después, pero siento que Cortázar me agarró en ese momento justo de la adolescencia cuando sos suficientemente maduro como para llegar al fondo de lo que estás leyendo o a alguno de esos fondos y suficientemente flexible como para que te caiga muy hondo. Por ejemplo, a Borges lo leí mucho, pero más grande y me encantó, pero no me marcó tanto creo como Cortázar, por una cuestión del momento en que me tocó.
Trabajar con Campanella
- Con La pregunta de sus ojos fue tu primera experiencia de llevar algo escrito por vos a un audiovisual, ¿cómo viviste ese proceso?
- Con mucho trabajo y con mucho esfuerzo. Digo, más allá de que terminó bien porque creo que la película quedó muy buena, fue todo un éxito, la vio mucha gente y tuvo premios, fue muy laborioso trabajar primero con el director, con Campanella, en el sentido de que un escritor habitualmente trabaja solo y sos absoluto dueño de lo que estás haciendo para bien o para mal. Escribir un guión entre dos, como fue El secreto de sus ojos finalmente, significó buscar acuerdos, debatir, renunciar, insistir, esperar, argumentar, a lo largo de dos años de trabajo muy intenso con Campanella. Esto de aceptar la mirada del director es ya la mirada de otro lector, digo, aceptar esta cuestión tan evidente, pero no es tan fácil de aceptar para quien escribe una novela. Pero es una mirada sobre ese texto y ya el lector se apropia de determinado modo sobre el cual vos no tenés control y si encima ese lector es un director de cine que va a hacer una película, con todo lo que significa la envergadura estética receptiva que tiene una película. Bueno, el desafío me parece mayor, el de aceptar que hay cosas que van a cambiar porque hay cosas que no son adaptables de lo literario a lo cinematográfico, que hay cosas que van a cambiar por el gusto del que va a hacer la película. Entonces, esto de aceptar que por más que vos digas “pero mirá que en el capítulo 14 sucede esto, esto y esto”, y el otro contesta “pero yo me imagino que pasa tal otra cosa”. Si el otro quiere que suceda esto, ¿cómo hago yo para que mis personajes sigan siendo los mismos? Creo que ese es el gran desafío de una adaptación, la fidelidad a la esencia de los personajes.
- ¿Tuvieron muchas discrepancias?
- Hubo algunas discrepancias de género, si querés, porque mi novela no era un policial clásico. Había un crimen, pero no había verdaderamente este ritmo de un policial, la búsqueda, la pesquisa, el hallazgo de posibles pruebas, su interpretación, que si está en la película -y está en la película por pedido de Campanella-. Entonces, hubo cosas que a lo mejor en la novela ocurrían accidentalmente como pasan a veces las cosas en la vida, pero que para la estructura de policial que quería Juan requerían una elaboración más lógica, un motor más voluntario en los personajes de buscar esto, buscar aquello, buscar algo más allá, lo que significa todo un trabajo de reescritura porque en definitiva son escenas que tuve que escribir para el guión que no estaban en la novela original, para darle solidez a esa otra posibilidad. La ventaja es que Campanella es un tipo con el que se puede laburar muy bien. Más allá del prestigio, de la carrera, del recorrido que tiene, al momento de trabajar es sumamente humilde, sumamente flexible, siempre dispuesto a encontrar la mejor opción. No es que te tira los galones sobre la mesa y dice “esto es así porque lo digo yo, que soy Campanella”.
Libros que dejan afuera al lector
- Seguís ejerciendo como docente acá en Castelar.
- Mirá, yo sigo dando clases en escuelas secundarias, me he quedado sólo con dos porque antes, diez años atrás, como casi todos los docentes argentinos, daba cientos de horas de clases semanales como para poder más o menos arribar a un sueldo digno y mantener una familia. Lamentablemente es así si vos te dedicás exclusivamente a la docencia. Ahora tengo la ventaja de que puedo en parte vivir de los libros y de las películas, y puedo dedicar sólo un par de mañanas a dar clases. Daba también en la Universidad de Buenos Aires, pero con tanto viaje y con tantos compromisos decidí quedarme dando historia en escuelas secundarias, que me parece una labor más necesaria en un punto; la universidad también lo es, pero valoro este compromiso con los pibes de la escuela secundaria para que tengan la mejor formación posible como para subir a futuro. Por eso decidí quedarme ahí.
- ¿Cómo ves el panorama literario en el país? 
- Me parece que en Argentina se publica bastante, más que en otras épocas. Por supuesto que también hay una gran dispersión entre algunas grandes editoriales que tienen una presencia y una capacidad de lanzamiento mucho mayor, en ese sentido está bastante concentrada la oferta entre lo que es Alfaguara, Planeta y Sudamericana, que claramente son las tres más grandes, pero sin embargo hay otro montón de sellos medianos y hasta otro montón de sellos de autor, más todo lo que son las posibilidades de publicaciones por internet que 20 años atrás no existían. Me parece que hay una gran multiplicidad de goces. En lo personal, a lo mejor me gusta, como a cualquiera, cierto tipo de narrativas, cierto tipo de autores, entonces, los que a mí más me gustan son unos pocos. Me encanta como escriben Guillermo Martínez, Guillermo Saccomano, Claudia Piñeiro, Pablo De Santis, Juan Sasturain...

Por Alejandra Crespín Argañaráz - Para LA GACETA - Buenos Aires

El fútbol y la infancia

- ¿Qué te parece si comenzamos con los recuerdos de tu niñez? Por los recuerdos futbolísticos de tu niñez.

- Me crié en Castelar, aquí donde estamos, no en esta casa pero a unas cuadras de acá. El fútbol está muy vinculado a las infancias de por acá, jugando en la vereda antes de bajar a la calle, uno arrancaba por la vereda, en mi caso jugando con mi papá y también con mi papá el otro costado del fútbol, el hecho de seguir a tu equipo. En esos lejanos años 70 seguía a Independiente, sobre todo escuchando los partidos por la radio y muy eventualmente enganchando un partido por televisión, porque eran otros tiempos y Avellaneda nos quedaba muy lejos como para ir a la cancha, así que eran sobre todo tardes y noches de radios, los dos, en el comedor de esa casa escuchando y aprendiendo fútbol con la radio.

- ¿Crees que hubieras llegado a la literatura como llegaste sin el fútbol, sin tu pasión por Independiente?

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- A la literatura sí; el fútbol no estaría sin duda tan presente en mis cuentos o en algunas de mis novelas como de hecho está. A mí me interesa escribir sobre el mundo que conozco, sobre las personas comunes y corrientes que pueblan ese mundo. Si ese mundo estuviera poblado de otras cosas seguramente hubiera hablado de esas otras cosas o hubiera tomado alguna otra excusa distinta a la que me brinda el fútbol. Ocurre que como en mi mundo el fútbol es una buena puerta de entrada a otras cosas más importantes y es un terreno que conozco, precisamente porque puebla mi vida, me viene bien para hablar de esas otras cosas que me interesan.

- Eso es lo que te caracteriza, ¿no es cierto? El hecho de tomar cosas, no sólo simples, pero sacándole solemnidad. 

- Creo que lo que me interesa es encontrar lo que hay de particular, de especial, de distinto en la vida de cualquiera de nosotros. Creo firmemente que es así, que la vida, nuestras vidas, están plagadas de rutinas, de obviedades, de repeticiones, pero a veces no, y en ese “a veces no” es donde creo que puede ir la mirada del escritor a alumbrar esas situaciones o esas vivencias excepcionales que le dan sentido a esa otra parte rutinaria y cotidiana de la vida.

- ¿Cuáles fueron tus primeras lecturas?

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- Tuve la gran fortuna de criarme en una casa de lectores, soy hijo de odontólogos. En mi casa siempre se dio mucho lugar a leer, básicamente a leer ficción a leer novelas y cuentos. Soy el menor de tres hermanos, crecí viendo a mis viejos y a mis hermanos leer; entonces, desde muy chico, antes de la escuela, le pedí a mi hermana mayor que me enseñe a leer, y la otra aprovechó para jugar a la maestra con un pupilo de carne y hueso. Empecé leyendo historietas, Patoruzito, Mafalda un poco después, y luego cuando tenías seis o siete años esas colecciones de libros juveniles de Robin Hood e Idilio en esas bibliotecas que tenían las editoriales de aquella época -lo que ahora llamaría como literatura juvenil o clásicos adaptados a la posible lectura de un chico de ocho o diez años-. Esas fueron mis lecturas infantiles: Verne, Salgari, Twain. Y en la adolescencia creo que fue donde me situé definitivamente ya como lector. Cuando uno empieza a elegir, a encontrar autores que nadie le ha recomendado, pero que por un motivo u otro le caen en la mano. En mi caso fue Cortázar, los cuentos. Cortázar murió en 1984, yo tenía 16 años, en el secundario por obvios motivos políticos de lo que había sido la dictadura no me habían dado a leer a Cortázar, pero me topé con uno de esos abruptos homenajes que se realizan cuando muere un autor, con un libraco lleno de sus cuentos editado a los apurones, y creo que me marcó muchísimo. Los juegos de lenguaje y sobre todo esta capacidad para hacer del mundo cotidiano un terreno literario. Por supuesto que hubo otros autores después, pero siento que Cortázar me agarró en ese momento justo de la adolescencia cuando sos suficientemente maduro como para llegar al fondo de lo que estás leyendo o a alguno de esos fondos y suficientemente flexible como para que te caiga muy hondo. Por ejemplo, a Borges lo leí mucho, pero más grande y me encantó, pero no me marcó tanto creo como Cortázar, por una cuestión del momento en que me tocó.

Trabajar con Campanella

- Con La pregunta de sus ojos fue tu primera experiencia de llevar algo escrito por vos a un audiovisual, ¿cómo viviste ese proceso?

- Con mucho trabajo y con mucho esfuerzo. Digo, más allá de que terminó bien porque creo que la película quedó muy buena, fue todo un éxito, la vio mucha gente y tuvo premios, fue muy laborioso trabajar primero con el director, con Campanella, en el sentido de que un escritor habitualmente trabaja solo y sos absoluto dueño de lo que estás haciendo para bien o para mal. Escribir un guión entre dos, como fue El secreto de sus ojos finalmente, significó buscar acuerdos, debatir, renunciar, insistir, esperar, argumentar, a lo largo de dos años de trabajo muy intenso con Campanella. Esto de aceptar la mirada del director es ya la mirada de otro lector, digo, aceptar esta cuestión tan evidente, pero no es tan fácil de aceptar para quien escribe una novela. Pero es una mirada sobre ese texto y ya el lector se apropia de determinado modo sobre el cual vos no tenés control y si encima ese lector es un director de cine que va a hacer una película, con todo lo que significa la envergadura estética receptiva que tiene una película. Bueno, el desafío me parece mayor, el de aceptar que hay cosas que van a cambiar porque hay cosas que no son adaptables de lo literario a lo cinematográfico, que hay cosas que van a cambiar por el gusto del que va a hacer la película. Entonces, esto de aceptar que por más que vos digas “pero mirá que en el capítulo 14 sucede esto, esto y esto”, y el otro contesta “pero yo me imagino que pasa tal otra cosa”. Si el otro quiere que suceda esto, ¿cómo hago yo para que mis personajes sigan siendo los mismos? Creo que ese es el gran desafío de una adaptación, la fidelidad a la esencia de los personajes.

- ¿Tuvieron muchas discrepancias?

- Hubo algunas discrepancias de género, si querés, porque mi novela no era un policial clásico. Había un crimen, pero no había verdaderamente este ritmo de un policial, la búsqueda, la pesquisa, el hallazgo de posibles pruebas, su interpretación, que si está en la película -y está en la película por pedido de Campanella-. Entonces, hubo cosas que a lo mejor en la novela ocurrían accidentalmente como pasan a veces las cosas en la vida, pero que para la estructura de policial que quería Juan requerían una elaboración más lógica, un motor más voluntario en los personajes de buscar esto, buscar aquello, buscar algo más allá, lo que significa todo un trabajo de reescritura porque en definitiva son escenas que tuve que escribir para el guión que no estaban en la novela original, para darle solidez a esa otra posibilidad. La ventaja es que Campanella es un tipo con el que se puede laburar muy bien. Más allá del prestigio, de la carrera, del recorrido que tiene, al momento de trabajar es sumamente humilde, sumamente flexible, siempre dispuesto a encontrar la mejor opción. No es que te tira los galones sobre la mesa y dice “esto es así porque lo digo yo, que soy Campanella”.

Libros que dejan afuera al lector

- Seguís ejerciendo como docente acá en Castelar.

- Mirá, yo sigo dando clases en escuelas secundarias, me he quedado sólo con dos porque antes, diez años atrás, como casi todos los docentes argentinos, daba cientos de horas de clases semanales como para poder más o menos arribar a un sueldo digno y mantener una familia. Lamentablemente es así si vos te dedicás exclusivamente a la docencia. Ahora tengo la ventaja de que puedo en parte vivir de los libros y de las películas, y puedo dedicar sólo un par de mañanas a dar clases. Daba también en la Universidad de Buenos Aires, pero con tanto viaje y con tantos compromisos decidí quedarme dando historia en escuelas secundarias, que me parece una labor más necesaria en un punto; la universidad también lo es, pero valoro este compromiso con los pibes de la escuela secundaria para que tengan la mejor formación posible como para subir a futuro. Por eso decidí quedarme ahí.

- ¿Cómo ves el panorama literario en el país? 

- Me parece que en Argentina se publica bastante, más que en otras épocas. Por supuesto que también hay una gran dispersión entre algunas grandes editoriales que tienen una presencia y una capacidad de lanzamiento mucho mayor, en ese sentido está bastante concentrada la oferta entre lo que es Alfaguara, Planeta y Sudamericana, que claramente son las tres más grandes, pero sin embargo hay otro montón de sellos medianos y hasta otro montón de sellos de autor, más todo lo que son las posibilidades de publicaciones por internet que 20 años atrás no existían. Me parece que hay una gran multiplicidad de goces. En lo personal, a lo mejor me gusta, como a cualquiera, cierto tipo de narrativas, cierto tipo de autores, entonces, los que a mí más me gustan son unos pocos. Me encanta como escriben Guillermo Martínez, Guillermo Saccomano, Claudia Piñeiro, Pablo De Santis, Juan Sasturain... Seguro me estoy olvidando de alguno que me gusta y diré dentro de dos horas “no lo mencioné a fulano”, pero tampoco estoy mencionando tantos. Me parece que me gustan ciertos autores que cuentan historias, me refiero a que aquellos autores más herméticos, más experimentales, más vinculados con un ejercicio personal de introspección, donde el argumento y la trama tienen poco lugar, la verdad no me entusiasman. 

- O más académicos, quizás.

- Sí, académicos en tanto son mejor recibidos precisamente en los círculos universitarios, en general, no me entusiasman. Hablo de nuestros contemporáneos, no estoy hablando de los consagrados que, bueno, sí. Entre los contemporáneos, probablemente, no me hagas hacer nombres, porque quizás un día deciden invitarme de la UBA de Puán a dar una charla y yo por nombrar a alguno me lo pierdo. No creo que suceda, de todas maneras, pero bueno, la ilusión uno la tiene.

- Seguro.

- En realidad, no, no me interesa, pero bueno, hagamos como que sí, porque si se sabe que no me interesa, definitivamente no me van a invitar.

- Me encanta tu sinceridad, tu forma de expresar tu sinceridad.

- ¿Sabés qué pasa? Supongo que es la ventaja de ser un ábside del mundo literario. Yo soy Licenciado de Historia, vengo de afuera y me preocupan bien poco las convenciones de las capillas y las cadenas de señores feudales y vasallos que se generan en la universidad o en algunos círculos académicos.

- Pero te interesa poco lo hermético o lo simbólico.

- Es todo una discusión estética. No estoy en contra de los símbolos ni de la complejidad, pero de lo que sí estoy en contra es de que me dejen afuera como lector. Digo, mis pensamientos como escritor no son muy distintos de los que tengo como lector. Si vos escribís un libro y yo siento que me quedo afuera totalmente de lo que querés decir o me limito a seguir tu devenir mental como analista, la verdad es que no me entretengo, ni me conmuevo. En lo personal, no te leo. Entonces, a veces me da la impresión de que hay una fuerte falsedad imperante en gente que en el fondo no sabe escribir para que otro se conecte con eso que está escribiendo. Lo cual no significa que uno escriba para otro, yo creo que uno escribe fundamentalmente para sí mismo. Ahora, te soy sincero, a mí no me es indiferente que lo que escribo y me interesa y me conmueve no le interese o conmueva a otro. Esto que acabo de decir, seguramente un montón de colegas y escritores no lo comparten y consideran, al contrario, que si hay mucha gente que los lee, en algo se han equivocado. Allá ellos.

Conexiones

- ¿Qué cosas te emocionan en la vida aparte de que una persona lea tu libro?


- No sé, son muchas. Creo que son más los momentos y las circunstancias que las emociones propiamente dichas. Creo que la conexión con la otra persona, los momentos que compartís con la gente que querés, es lo que cambia o lo que suma estar en un sitio mejor, y eso te puede pasar mirando una película con tu familia tirados en la cama, te puede pasar en las vacaciones, te puede pasar sentado en la tribuna de una cancha o almorzando en un barsucho de Castelar con un amigo.

- Esa retroalimentación que uno tiene con el otro.

- Sí, esa cosa de conectarte fundamentalmente con el otro y pasarla bien, sentir que no estás atravesando un momento común, sino un momento importante.

- ¿Qué película elegirías de tantas películas que seguramente viste y qué libro elegirías como libro de cabecera?

- Creo que elegiría Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore. Me parece que es el tipo de película que suma trama, actores, profundidad, gotas de humor; una película de esas imperdibles. Hablé de Cortázar, tengo que elegir Bestiario. Cuando leí Carta de una señorita en París, y el protagonista aparte de ser traductor y estar ocupando el departamento de esta señorita, sube en un ascensor y vomita un conejito, dije “upa”. Eso es un antes y un después en mi vida como lector.

© LA GACETA

Alejandra Crespín Argañaráz - Profesora en Letras, periodista cultural.


PERFIL

Eduardo Sacheri nació en Buenos Aires en 1967. Profesor y licenciado en Historia, ejerce la docencia universitaria y secundaria. Publicó los libros de relatos Esperándolo a Tito, Te conozco, Mendizábal, Lo raro empezó después, Un viejo que se pone de pie y Los dueños del mundo; y las novelas Aráoz y la verdad (llevada al teatro), La pregunta de sus ojos, y Papeles en el viento (ambas llevadas al cine). Fue coguionista de la película ganadora del Oscar El secreto de sus ojos y de Metegol junto a Juan José Campanella. En 2016 obtuvo el Premio Alfaguara por su novela La noche de la usina. Su obra ha sido traducida a más de 20 idiomas. 

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