El inimaginable precipicio de un tenis sin el mejor de todos los tiempos

El inimaginable precipicio de un tenis sin el mejor de todos los tiempos

Desde el exacto momento en que Roger Federer anunció su ausencia en Roland Garros, París no lució igual.

Y el telón se corrió. Y la diferencia fue notable. Dolorosa. La atmósfera se palpó distinta, tal como se había insinuado en los días previos. Desde el exacto momento en que Roger Federer anunció su ausencia en Roland Garros, París no lució igual. Fue como si a la “Ciudad luz” se le apagara una de sus lámparas. El lugar del suizo en la historia del tenis es por demás calificado, apoyado fundamentalmente en los logros conseguidos del 2004 al 2006. Pasados ya 10 años del pico de su carrera, sobran las razones para afirmar que su influencia en el desarrollo del aquí y ahora del tenis sigue siendo profunda, aunque el presente lo muestre menos ganador y más vulnerable.

La cirugía en la rodilla derecha del 2 de febrero último ha generado más problemas de los esperados. Casi cuatro meses después, el número tres del mundo apenas ha podido jugar dos torneos, y en ellos solo cinco partidos, desde que cayera contra Novak Djokovic en la semifinal del Abierto de Australia. Esa, en Melbourne, fue su presencia consecutiva número 65 en torneos de Grand Slam. La operación, entonces, se cobró también otro récord absoluto del suizo para la Era Abierta. “Estoy bien. El punto es que no puedo decir lo mismo de mi condición para competir. La temporada de césped me encontrará en un punto óptimo”, auguró.

Tomemos como verdad total o parcial las declaraciones hechas. De una u otra forma, las incógnitas no se despejan. Como nunca, Federer asume el desafío de estar sano. Su equilibrio físico, tan sorprendente como el de sus golpes, se rompió. Y al igual que a todo veterano en cualquier contexto de alto rendimiento competitivo, le cuesta recuperarlo. Porque puesto el foco en un problema físico, la compensación abre la puerta de uno nuevo. Y rompe plazos estándar para recuperar. Y afecta calendarios. Y ritmo. Y presencia. Y confianza. Y certezas. Propias y ajenas.

El mundo del tenis hoy le cree a Federer. Pero duda. Y esa duda duele. Intimida. Porque nos asoma al inimaginable precipicio de un tenis sin el mejor de todos los tiempos.

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