La noche de Sabella
“Acá me siento un actor”. Alejandro Sabella ingresa al escenario del Gran Rex y el público aplaude con ganas. Los aplausos, lejos de atenuarse, crecen y se hacen prolongados. “Si me aplaudieron a mí, ahora les pido que aplaudan a ellos porque yo quiero hacerlo con ustedes”, pide el aplaudido. Una pantalla gigante muestra entonces a los jugadores subcampeones mundiales en Brasil y todos aplauden, Sabella incluido. “¡Veinticuatro años tuvieron que pasar para volver a jugar una final!”, dice el DT, vestido de elegante sport. “Acá dice que hablaré de liderazgo, pero la palabra me suena un poco pomposa, un poco autoritaria, yo prefiero decir conducción, que es más democrática”. Comienza la noche de Sabella en el teatro Gran Rex, el martes pasado en Buenos Aires.

Aclarados los tantos, Sabella, casi un showman en la parte final, luce a kilómetros de distancia del técnico que se escondía detrás de la gorra y hablaba casi con monosílabos en sus primeras conferencias de prensa del Mundial, cuando Argentina era una selección incierta y él parecía dominado por el miedo y hasta cuestionado públicamente por Lionel Messi, su as de espadas, después de aquel debut con cinco defensores contra la modesta Bosnia y Herzegovina.

Tanto se suelta Sabella en el Gran Rex que hasta se anima a contar una anécdota del partido siguiente, en la también sufrida victoria contra Irán: “tranquilo Alejandro, que a estos les ganamos 3-0”, le decía desde el banco Agustín Orion cuando lo veía caminar nervioso por la línea en los minutos iniciales. Los minutos pasaban y el partido seguía 0-0. Y Sabella, que caminaba cada vez más nervioso, miraba a Orion cada vez que pasaba frente a él. Así, una y otra vez. “Vení Orion -lo llama ya cuando después del minuto 80 el partido seguía 0-0- así que 3-0. ¡Por qué no te vas a la puta que te parió!”.

Minutos después, cuando ya todo ha terminado, Sabella pide unos minutos más para hablar de tres jugadores: primero es Javier Mascherano mientras la imagen muestra un abrazo conmovedor entre el DT y el jugador, luego es Ángel Di María y el sufrimiento de no haber podido jugar la final y, tercero, Messi: “es el mejor del mundo, el número uno, y se sacrificó por el equipo. Yo podría haberle puesto un delantero más en la final, pero entendí que no era lo mejor para el equipo. Y él se adaptó a los valores del equipo. Fue fiel reflejo del ‘nosotros sobre el yo’”. En ese instante pensé que, tal vez, allí residió una de las posibles causas por las cuales Sabella mantuvo su decisión de irse de la Selección después del Mundial. Porque puede ser cierto que la decisión la tenía tomada inclusive antes del torneo, porque el desgaste había sido excesivo y casi no dormía. Y que, según me cuentan, acaso repensó esa decisión entusiasmado porque el equipo llegaba a la final. Pero en esa final pidió al número uno que se sacrificara a cambio de la gloria. Y Argentina no ganó. El sacrificio, leído en términos de la alta competencia deportiva, fue “inútil”.

Es cierto que, cuando toda la previa al Mundial venía en paz, algo sucedió en el vínculo DT-plantel después de aquel episodio de supuesta indisciplina interna que provocó la exclusión de Ever Banega. Y que el inicio en Brasil fue a puro nervio. Y que los promocionados “cuatro fantásticos”, por lo que fuere, no eran tales y que el DT tuvo entonces que rearmarse en defensa y jugar al contragolpe en una primera rueda de un Mundial en el que todos atacaban. Tan cierto como que el rearmado funcionó y Argentina, después de 24 años, como dijo Sabella, volvió a jugar una final. Y que estuvo a un paso de ganarla.

La pantalla del Gran Rex muestra el momento en que Ezequiel Lavezzi le tira un chorrito de agua a Sabella cuando el DT le está dando indicaciones, en pleno partido. Cómo no recordarla: “juro que en el momento ni pensé en eso de tan metido que estaba en lo que le estaba diciendo. Lo tomé como una muestra de empatía y cariño”. Y Sabella dice lo más importante: que también Lavezzi terminó aceptando “el nosotros sobre el yo”, porque aceptó jugar casi de volante más que de delantero en la parte final del Mundial.

La charla dura más de una hora. Sabella cita a Churchill, Gandhi, San Martín, Muhamad Alí, los All Blacks, John Kennedy, pregunta en voz alta si “verdad de Perogrullo está bien dicho”, cuenta que preparó su exposición reforzando conceptos con libros de Jorge Valdano y de Josep Guardiola, y dice que los técnicos del fútbol argentino “son los Tupac Amaru del siglo 21”, mientras la pantalla muestra una vieja imagen del último inca rebelde tironeado por los caballos antes de terminar descuartizado en 1572. “Nos tironean de todos lados, dirigentes, prensa y público. Y no descansamos nunca. Estamos de vacaciones y el presidente del club nos llama para decirnos que vendieron a fulano y nosotros ya no dormimos toda esa noche. Pedimos que traigan a A, B o C y nos traen a E”. Elogia entonces su buena relación con el fallecido presidente de la AFA Julio Grondona, afirma que la voz del público es “vox dei” (la voz de dios) y grafica como pocos la relación “con los amigos de la prensa: vos estuviste toda la noche pensando en cómo me sacarías una respuesta que yo te diera un título y yo estuve toda la noche pensando en cómo evitarlo”.

“Hay que ser agradecido”, dice Sabella, que agradece hasta a Daniel Passarella, sin miedo a perder rating. Agradece también a Julio Lamas, el ex DT de la selección argentina de basquetbol, que lo precede con una charla sobre el funcionamiento de un equipo. Me dicen que Lamas no estuvo tan dinámico como otras veces. Me entero luego que, apenas horas antes, había enterrado a su hermano fallecido. Aún así, Lamas da una charla formidable en la que deja su ego a un lado, para rescatar acciones de Manu Ginóbili, recordar permanentemente a León Najnudel y señalar que, antes de iniciar la conducción de un grupo, lo primero es establecer con ese grupo lo que él llama “un pacto fundamental”, un acuerdo de partes sobre las bases que deberán ser respetadas a partir de allí. Sin muchas reglas (“cuando dirigí a Real Madrid tenían un código de 40 reglas, tantas que ni se acordaban cuáles eran todas”) y sabiendo que “cada jugador tiene un botón distinto”. Pero sabiendo, ante todo, que “nada garantiza igualmente el éxito o la derrota”.

A su turno, Sabella habla de “conocimientos, capacidad de trabajo y honestidad”. Dice que la honestidad es “prometer poco” porque el que promete mucho termina incumpliendo. Habla también del “docente que para ser docente tiene que ser decente”. De “la pertenencia a un país, a una camiseta o a una idea”, de “trabajar mucho para llegar a la simpleza” y del “sentimiento de comunidad como valor de todos los valores”. Y, las tres veces que habla de él y de su oficio, dice, llamativamente, “ex técnico”, como si acaso estuviese definido que jamás volverá a dirigir. No lo creo. Media hora después, cruza la avenida Corrientes para comer una pizza en “Las Cuartetas”, donde lo espera su familia. La gente lo saluda con un aplauso espontáneo. Acaso más largo que el que había recibido cuando subió al escenario del Gran Rex. Y merecido.

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