Nazarena Vélez: La fuerza de una mujer en carne viva

Nazarena Vélez: La fuerza de una mujer en carne viva

Antes de venir a Tucumán, Vélez revela que se descubrió una energía que ignoraba que tenía

La charla es, por momentos, desesperante. Lo es porque Nazarena Vélez no elude temas, no disimula tormentos ni reprime el llanto, y la línea telefónica no alcanza para intentar siquiera la contención, el bálsamo vano. Está tumbada en la cama de su dormitorio -tumbada, así lo define ella; no dice echada, no dice descansando-, después de haber dejado a su hijo menor en un jardín de infantes y antes de salir al cementerio donde están enterrados los restos de su esposo, Fabián Rodríguez, desde hace cinco meses. La conversación dura poco más de 20 minutos, el tiempo que puede tardarse en compartir un café, pero en el caso de la actriz 20 minutos bastan para forjarse una noción de su actualidad: está devastada, como también ella misma lo anticipa, aunque hay una entereza subyacente que se le percibe sin mucho esfuerzo.

Varias definiciones fuertes surgen en este tercio de hora. “Yo soy una pobre mina”, dice Vélez, por ejemplo, al desestimar el mote de sobreviviente que le han endilgado algunas revistas. Y no hay manera de saberlo fehacientemente, por supuesto, pero una intuición dicta que con esa declaración no intenta el golpe bajo, no juega a la víctima; apenas reflexiona en voz alta desde la oscuridad de un cuarto (“a veces el cuerpo me sigue pidiendo la cama”, dirá también). “Soy una pobre mina -insiste, la voz acuosa-, aunque tengo unos ovarios que desconocía que tenía. Ahora te hablo con la luz y la TV apagadas, sin música ni nada, pero recién era un payasito para Thiago en el camino al jardín. Le muestro fortaleza y que su mamá está bien porque... a ver, yo tengo 40 años, pero él va a cumplir cuatro y al que le falta el papá es a él”.

Nazarena se ahoga en su llanto. No exagera la catarsis, pero tampoco intenta aplacarla. Explicará después que eso obedece a una ajustada racionalización del buen ánimo. “Me permito no ponerme un personaje con la prensa porque me importa mucho más guardarme esa energía para Thiago, que se quedará despierto hasta la 1 y necesita que mamá baile si él quiere bailar o que mamá dibuje si él quiere hacer un dibujito. Y yo por dentro estoy hecha c... porque me duele la columna y estoy cansada, pero igual lo hago. Entonces no sé cómo se ve desde afuera, pero yo no hago un personaje. Soy 100% esto -afirma, y vuelve a tomar aire-: estoy en carne viva”.

La gran terapia
La conversación o, más bien, el desconsuelo de la productora encuentra su balance cuando se aparta del recuerdo de Fabián y habla, por ejemplo, de sus hijos, a quienes define como su gran terapia. “Son mi motor, mi combustible, mi vida. Por la nariz de ellos respiro, por la boca de ellos sonrío. Bárbara, Gonzalo y Thiago son el motor de esta máquina que decidió no dejar de funcionar y que un día se levantó de la cama”, exhala.

Contará luego que la noticia del casamiento de Barbie (con el actor chileno Augusto Schuster) en principio la shockeó, pero que ahora es una causa de felicidad. “Me lo tomé... no te voy a mentir, no con la mayor naturalidad, después de un sismo tan grande en mi vida. Es un desafío irse a otro país, jugársela por un amor, para bien o para mal, porque eso es una lotería: mis viejos están casados hace 44 años, pero yo me casé a los 18 y a los meses me estaba separando”.

En este punto Nazarena pareciera enfrascarse en sus cavilaciones; no habla con un otro, razona para sí: “la verdad es que... si uno supiera, ¿no? Las cosas que se podrían evitar. Pero me gusta tener una hija tan sabia, inteligente y sana que en un momento de tanto dolor busque felicidad. Porque ella sabe perfectamente que al verla bien, me está mimando el corazón. Mamá no quiere ver a su hija de 20 años echada en la cama llorando, ni loca. ¡Ni loca, ni loca! Yo quiero ver felices a mis hijos. Yo crié a mis hijos para que sean felices”. Se le recompone la voz en esa última frase.

Recuerdos “heavy”
En la descripción de los folletos, “Los locos Grimaldi”, la comedia con la que Vélez llega a Tucumán, es la segunda parte de “Los Grimaldi”. En el recuerdo personal de Vélez, ambas puestas son el comienzo de un sueño conjunto con su marido que les hizo fundar Jaz Producciones. De momento, esa productora está paralizada (“no pienso volver a trabajar con mi empresa hasta que no pague hasta el último centavo que debo”, resalta) y es Javier Faroni quien absorbió las gestiones detrás del espectáculo hasta su despedida definitiva, en noviembre. Un adiós que, ella lo admite sin ganas, la obliga a cerrar ciertas etapas. “Empezamos con Fabián, juntos a la par, y ahora me toca encarar esta despedida sola”.

Dice sola Nazarena y piensa en que así volverá este verano a Carlos Paz -donde actuará en una nueva comedia junto con Carmen Barbieri-, tras cinco temporadas consecutivas de hacerlo de la mano de su esposo. Dice sola, y recuerda que, en esta nueva gira, así entra a cada uno de los hoteles y hasta a las mismas habitaciones que el año pasado había compartido con Rodríguez. “Es durísimo... ¡Durísimo! Pero no me queda otra que enfrentar. Igual a Fabián lo veo todos los días en la mirada de Thiago. Y más allá de eso, está dentro de mí, no necesito ir a ningún lado para extrañarlo. Pero si encima voy a un lugar al que siempre íbamos juntos, es heavy... Es heavy”.

Nazarena vuelve a hablar como para sí, ajena al interlocutor. Esta noche, como ya le ha pasado otras veces, el público la vivará, la animará a que salga adelante. Y ella purgará, al menos por los segundos que dura un aplauso, las llagas de su carne viva.

HOY Y MAÑANA
• A las 21.30. En el teatro Alberdi (Jujuy 92). Actúan también Rodolfo Ranni, el “Negro” Álvarez y elenco.

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