El club de la pelea
Sentado en un restó, a la espera de un banquete árabe, un malón de nenas y nenes se acerca a paso lento. Es viernes, el día donde las cadenas del estudio se rompen y la libertad se transforma en vida con el fin de semana de aliado. A medida que el foco de la vista los toma en primera plana, se los nota un poco revueltos a los nenes. Van tramando algo. Vienen enfilados cual regimiento del ejército. En ese preciso instante, cuando la esquina del pasaje Bertrés y Virgen de la Merced se convierte en una curva de 90 grados, una señora cambia la frescura de su sonrisa por una de película de terror. “Prepárense para el show”, nos anticipa.

Ilusos, pensamos en afinar los oídos para escuchar música un tanto desafinada, o qué sé yo. Error. El malón ignora a cuanta persona no sea de su grupo. Y avanza a paso lento hasta partir en dos la cuadra del pasaje que dejará de ser un pasaje. Se convertirá en una arena de la vieja Roma, en donde la libertad de expresión se transformaba en júbilo con derecho de admisión al reino animal.

Es el club de la pelea, el cemento elegido por estudiantes de cualquier colegio del centro para dirimir broncas. Hay turnos, reglas. Es un club. Los que pelean van al medio de la ronda. El resto se reparte entre aplausos furiosos y filmadores improvisados que graban la aberración del show.

Lo primero que se nos pasa por la cabeza es preguntar por la Policía. La respuesta sale disparada de la misma señora: “están religiosamente todos los días, pero extrañamente los viernes desaparecen entre las 12 y las 14”. Siento a la señora hablar e imagino un pase libre indirecto, un momento de peaje sin cobro.

En la ronda del medio veo dos chicas. No tienen más de 15. Quizás 16. Se pelean. Caen al suelo. Se agarran de los pelos. Las separan. Hay reglas. No vale. Nos acercamos a separar, a ahuyentar a esa violencia de película. Nos corren. Nos putean. Un vecino logra colarse y separa a las chicas. Se enojan. Quieren más. Y la cosa termina con golpes, moretones, un poco de sangre. ¿Qué les dirá a sus padres la nena de cara bonita y ojo en compota? ¿Que se golpeó con una puerta? Dios mío. ¿Qué nos está pasando? ¿Dónde está la paz? “No existe los viernes”, se lamenta una moza. Justo cuando las cadenas de la obligación se cortan y la libertad es una realidad, estos chicos la festejan a golpes en un mundo a cada hora más violento. No importa qué educación tengan ni dónde vivan. Los puños hablan por ellos.

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