Viven al lado de la ruta 38, entre el miedo a la inseguridad y la ilusión de progreso

Viven al lado de la ruta 38, entre el miedo a la inseguridad y la ilusión de progreso

No es fácil vivir y crecer a la vera de la “ruta de la muerte”. Los vecinos del barrio Sarmiento nunca se acostumbraron a los accidentes. Con la obra de la nueva travesía urbana, creen que habrá mejoras.

CRUCE PELIGROSO. Atravesar la ruta es una tarea muy arriesgada. Cuand funcionen los semáforos los vecinos podrán hacerlo tranquilos. CRUCE PELIGROSO. Atravesar la ruta es una tarea muy arriesgada. Cuand funcionen los semáforos los vecinos podrán hacerlo tranquilos.
La casa de Ermelinda Ibáñez se ha quedado sin vereda. Tampoco hay árboles. Sobreviven unos palos algo torcidos con focos que ya no encienden. Si ella quisiera salir por algún motivo, tendría que hacerlo con mucho cuidado. Desde la puerta de entrada -tapada con plásticos- hace ocho pasos y se encuentra con un zanjón. Por eso, la mujer de 69 años, desde hace cinco meses sólo se mueve dentro de su sencilla vivienda y del patio lleno de cordeles con ropa tendida al sol.

Hace muchos años, más de 80, cuando a la familia de Ermelinda le avisaron que por fin iban a tener su casa, con su terreno, se sintieron muy afortunados. No importaba que estuvieran frente a la ruta 38, en el ingreso a Concepción. Al contrario, estar cerca del asfalto era para ellos la esperanza de progreso. Pero el progreso no vino solo: llegó con miles y miles de autos, con velocidad, con imprudencias, con choques que aumentaban día a día y con obras de ampliación de la autovía.

“Este es un lugar muy agobiante”, dice Ermelinda, de saco marrón, pollera negra y medias gruesas. Tiene el pelo enrulado, las mejillas sonrosadas y la mirada amargada. Nunca pudo acostumbrarse a las frenadas bruscas que se suceden a diario en la ruta. Ni a los gritos desgarradores de los que sufren accidentes. Hay choques que la dejan temblando durante días enteros, confiesa.

“Vivo a los sobresaltos. He visto tantas cosas terribles”, dice. Una vez, hace cinco años, cansada de rezar para que no haya más tragedias, Ermelinda llamó a un sacerdote e hizo bendecir el tramo de la ruta frente a su casa. Pero la ayuda celestial no alcanza, no puede hacer frente a tanta imprudencia, dice la mujer.

En peligro
No es fácil para los vecinos del barrio Sarmiento amoldarse a la traza vieja de la 38, más conocida como “ruta de la muerte”. Mucho menos en esta época del año. La zafra le suma demasiados peligros al camino por la gran cantidad de rastras cañeras que circulan por allí, detallan. En medio de la madrugada se despiertan sobresaltados por las frenadas de los vehículos. Paceden por los ruidos y por el humo que escupen de sus caños de escape los rodados. Desde hace más de tres años, se les sumó otro tormento: las obras para transformar un tramo de la ruta 38 en una avenida de seis carriles de distribución. Reconocen que será algo bueno para la “Perla del Sur”. Pero están hartos de los escombros, de la tierra, de las zanjas abiertas, del caos en el tránsito y de las máquinas viales que taladran a toda hora. Los trabajos iban a durar un año: tenían que estar listos en 2012, pero se cree que recién concluirán a fines de este 2014.

“Hace más de dos años que mi casa tiembla todo el tiempo. Algunas paredes se agrietaron y hasta se cayó la mampostería”, detalla Francisca del Valle Albornoz. Tiene 65 años y desde los ocho vive a la vera de la ruta 38, en la esquina de calle Tierra del Fuego. Revisa que no se pase la comida que está en una olla grande, sobre la hornalla de la cocina. Luego, señala las grietas que hay en la pared. Es mediodía y en la vivienda se percibe un pestilente olor. “Hacían una zanja y reventó un caño de las cloacas. Ya no podemos respirar”, describe la mujer, viuda y madre de 11 hijos. Ama las plantas y se deprime cada vez que mira al otro lado de la ventana: “me sacaron todo”.

Hasta hace unos meses, la pequeña casa de Rosa Sandoval tenía un puente en el frente, a través del cual podía llegar hasta el borde de la ruta. También tenía un jardín, con plantines floridos y dos árboles. La obra de ampliación de la 38 arrasó con todo y le dejó una zanja a un metro de la puerta de entrada a su vivienda.

“Estoy a favor de que haya avances; lo único que me preocupa es que la nueva colectora que correrá al lado de la ruta no quede en la puerta de mi casa. Si ya es un peligro vivir cerca de la 38 no quiero imaginarme tener el asfalto aquí nomás”, plantea la mujer, de 66 años.

José Ernesto Flores y Dardo Coronel caminan con cuidado por los bordes de la zanja en la cual se están haciendo los canales de desagüe para la zona. “Ojalá terminen pronto la obra porque estamos aislados y en riesgo de caernos en cualquier momento”, dice José, mientras muestra cómo el canal se fue “comiendo” la vereda de su casa. Ellos tratan de ser positivos: “por un lado, este proyecto permitió la pavimentación de todo el barrio. Además, si funcionan bien estos canales, se acabarán las inundaciones en nuestras casas”.

No para cualquiera
María Cisterna
tiene razón: vivir y crecer al lado de la ruta no es para cualquiera. “Vivo hace más de 40 años aquí. Formé mi familia y siempre fui muy consciente del peligro que significa estar al lado de la ruta de la muerte. Para mis hijos nunca hubo juegos en las veredas. Uno nunca sabe cuándo puede caerte un auto encima. Siempre les prohibí cruzar solos la ruta”, argumenta.

Cada vez que escucha frenadas, prefiere ni mirar hacia el asfalto. “Una vez vi a una familia entera que murió al chocar con una rastra cañera y lloré tres días seguidos”, describe.

Le tiene miedo a la ruta, y también mucho respeto, confiesa la mujer de falda estampada y camisa prendida hasta el último botón. Tiene 71 años, es viuda y madre de cuatro hijos, dos viven con ella, al igual su nieta Sofía, que se arrastra en un andador en un living donde no hay demasiado: un sofá, una mesa, seis sillas y un estante de madera en el que se exhiben algunas fotos familiares. “Hubo épocas en las que sufrimos muchos robos. Este nunca fue un lugar tranquilo. Pero igual vivimos felices aquí”, resume.

“Cuando esté terminada la obra, la ruta quedará una maravilla, como las grandes avenidas de Buenos Aires”, se esperanza Esteban Valenzuela, del barrio Tiro General Belgrano, al este de la 38. Para ellos, el peligro es mayor: cuando tienen que ir al centro de Concepción deben cruzar la ruta sí o sí.

“Ojalá haya muchos semáforos peatonales. Desde que se puso tan peligrosa esta vía dejé de ir con frecuencia al centro. Si tengo que ir, voy en taxi y es un gasto importante”, cuenta Mariela Massuero. Con una mano empuja el cochecito en el que lleva a su bebé y con la otra sostiene a su hija Emilce, de cuatro años. “Vivo aquí hace cinco años y he visto demasiadas desgracias sobre la ruta. Ojalá esto ayude a que vivamos más seguros”, exclama. Y pide más: que con el asfalto, por fin, dejen de ser los ignorados en el mapa de la Perla del Sur.

Comentarios