Una figura de envergadura para movimientos políticos de todo el mundo

Una figura de envergadura para movimientos políticos de todo el mundo

Por Juan Pablo Lichtmajer, discípulo de Ernesto Laclau, Doctor en Gobierno de la Universidad de Essex.

14 Abril 2014
Ernesto Laclau no fue sólo intelectual brillante; fue también un militante político incansable, un maestro afectuoso y esclarecedor, un embajador cultural itinerante, un agente de cambio institucional y sobre todo, un argentino fuera de serie. Su obra transformó para siempre a la ciencia política mundial. Su teoría del discurso inició un diálogo entre política y lingüística, psicoanálisis, deconstrucción, genero, estética y filosofía absolutamente novedoso. La primera plana occidental lo llevó a ser traducido en más de 40 idiomas, a dictar seminarios cada año en los cinco continentes, a recibir en su escuela de Essex a cientos de jóvenes doctorandos de todo el mundo y a transformarse en una figura de referencia para movimientos políticos de todo el mundo. Este ciudadano del mundo era a la vez un argentino encantador y un latinoamericano apasionado. Podía recitar de memoria los versos de Olegario Andrade o recordar al pie de la letra largos pasajes del general Perón; tenía cautivantes anécdotas que lo llevaban de Montevideo a México D.F. y que lo vinculaban con la escena latinoamericana en España, Nueva York o París. Su amistad con Hugo Chávez y Rafael Correa corría en paralelo con su conocimiento de las organizaciones de base del PT brasileño, o su interminable caminar por la Argentina profunda, de la mano de sus discípulos que entusiastas lo invitábamos a visitarnos en Tucumán, Córdoba, Comodoro Rivadavia, La Plata y Ciudad de Buenos Aires. El desarrollo de su perfil remite a la Argentina de los años 60, al campo nacional y popular, al peronismo de izquierda, al diálogo con el desarrollismo y la creciente lucha por los derechos de las minorías culturales a partir de la década del 70. Su compromiso le valió la persecución política de la Argentina autoritaria de Onganía y lo llevó a buscar asilo intelectual en Oxford de la mano de Eric Hobsbawm, referente académico de la nueva izquierda europea. Inicio así una larga confrontación política tanto con la derecha occidental como con el marxismo ortodoxo europeo y latinoamericano. Su figura creció hasta convertirse en un interlocutor filosófico de Jacques Derrida o mentor académico de Slavoj Zizek. Sin embargo, este argentino global mantuvo siempre intacta su preocupación por lo que acontecía en su país. Desde mediados de los noventa su presencia en el país se volvió habitual. Tenía por Tucuman un afecto infinito; visitó la provincia en 1995 invitado por Carlos Kirschbaum. En ese entonces establecí con él una relación que duraría 20 años, en los que me volví su discípulo y continuador junto a un puñado de jóvenes académicos de distintas universidades de nuestro país. En 2003 me acompañó en el origen de la escuela de gobierno de la Universidad de San Pablo-T, institución que visitó en cinco oportunidades. Su creciente presencia en nuestro país fue concomitante con el crecimiento y consolidación del kirchnerismo, movimiento político que abrazó y defendió con firmeza, rigor intelectual y compromiso militante, por considerarlo una combinación inédita entre lo popular y lo institucional en Argentina, sino también por sus rasgos de una lucha política universal de corte popular y progresista. Expulsado por la Argentina autoritaria, pudo, en el final de su vida, reencontrarse con el lugar de sus amores en un clima de debate, cambio y efervescencia democrática. De esta forma, después de haber sido profeta fuera de su tierra, volvió a ella no para profetizar, sino para defender desde los claustros y la militancia sus profundas convicciones políticas, esas que le enseñaron que la política es nuestro derecho a transformar la realidad bajo la certeza de que otro mundo, más justo y democrático, es posible.

Comentarios