“No hay que pensar que es una vida de sacrificios”

“No hay que pensar que es una vida de sacrificios”

SORPRESIVO. Emilio avisó que sería cura cuando ya tenía todo cocinado. LA GACETA / FOTO DE JORGE OLMOS SGROSSO SORPRESIVO. Emilio avisó que sería cura cuando ya tenía todo cocinado. LA GACETA / FOTO DE JORGE OLMOS SGROSSO
23 Marzo 2014
El “llamado” le llegó a los 16 años. Emilio Gallo Bianco no tenía muy claro qué hacer. Sólo se respondía ¿por qué no? Cuando el deseo era cada vez más fuerte, decidió sumarse al movimiento juvenil de Lourdes. Allí fue descubriendo de qué se trataba la vida sacerdotal. Pero al comenzar el último año del secundario, cerró esa puerta (“en realidad había quedado un poco entreabierta”, aclara ahora). Se puso de novio y empezó a averiguar qué carrera seguiría en la universidad. Y la idea de ser cura volvía una y otra vez a hacer mucho ruido en su corazón.

Así comenzó a sentir Emilio su amor por Dios. Se había anotado en Odontología. Pero dejó todo y se inscribió en el Seminario Mayor. Hoy, con 21 años, ya no le quedan dudas. “Algunos encuentran a Jesús detrás del dolor; mi caso fue distinto. Tuve una historia de vida muy feliz. Dios me dio mucho y tal vez esta sea mi mejor forma de corresponderlo”, dice el joven de facciones delicadas, ojos marrones y sonrisa blanca.

Para la entrevista se puso un jean y una remera roja de piqué. Es efusivo. Sus manos no se quedan quietas cuando habla. Emilio creció en Yerba Buena, dentro de una familia creyente. Estudió en un colegio católico, aunque él asegura que eso no influyó demasiado en su vocación. Su papá abogado y su mamá ingeniera lo apoyaron siempre en su decisión. El les avisó cuando ya tenía todo cocinado: tres semanas antes de entrar al seminario. “También me apoyaron mis amigos, mis hermanos, todos”, cuenta feliz.

“No es sacrificio”

“Al momento de entrar al seminario no pensé en el sacrificio, sino en la alegría que me daba mi relación con Jesús. Claro que ser fiel a una opción permanente requiere renuncias. Pero hay que cambiar el supuesto de que en esto hay muchos sacrificios. Toda elección que uno hace en la vida implica dejar algo para ganar otras cosas. Y lo que uno gana aquí es impresionante. Ser cura te llena el corazón”, resalta.

Emilio confiesa que sí tuvo algunas crisis mientras cursaba sus primeros años en el Seminario. “Por supuesto que aparecen posibles arrepentimientos, dudas. Las crisis son necesarias. Son un don; te obligan a repensar y a volver a decidir que esto es lo tuyo”, evalúa.

Emilio tiene muy clara la idea de vivir el sacerdocio como un servicio para los demás. “Me gustaría trabajar en el ámbito de la educación y los jóvenes; formar gente en las parroquias. Además, me gustaría estar en el cerro; la fe en estos lugares es muy pura”, resalta.

También habla de los desafíos para esta nueva camada de sacerdotes: “no esperar que los fieles se acerquen a las iglesias, hay que salir a las calles al encuentro con ellos, y sumar la tecnología a la religión para poder manejar el lenguaje de los fieles”.

Emilio no da vueltas para tratar temas tan polémicos como el celibato. “El celibato no es una carga sino una vocación. Uno elige consagrar su vida y su corazón a Dios. El celibato antes que un “no” es un “si”. Un sí a Dios que nos llamó a dejarlo todo para seguirlo, que nos eligió para poner nuestra vida al servicio de los demás. El celibato de alguna otra manera también es dar vida. Por ejemplo, si con nuestra tarea conseguimos ayudar a un chico para que salga de su adicción eso también es dar vida”, explica.

No cree que la entrega a Dios de por vida en el sacerdocio haya perdido reconocimiento en la sociedad. “Lo que pasa es que a los jóvenes les cuesta pensar en un compromiso de por vida. Es algo que también ocurre en cualquier relación amorosa. Nosotros vemos que muchos tienen miedo de arriesgarse y les explicamos que esto no es igual a la represión. Llevamos una vida normal, tenemos celular, vemos películas, hacemos deportes, salimos, tomamos una cerveza si queremos. Que cambia tu vida… sí, cambia, definitivamente. Ahora no es que vas a salir a bailar, pero tenés tu vida social. ¿Vale la pena? No tengo ninguna duda de que sí. Porque esto te garantiza una inmensa felicidad”, concluye.

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