El encuentro de Francisco con sus “hermanos mayores”

El encuentro de Francisco con sus “hermanos mayores”

Benedicto XVI levantó su mano por última vez y saludó al cardenal Tarcisio Bertone. Las campanas de San Pedro se sacudieron sin pasión, casi por oficio. Mañana se cumplirá un año de su partida, un año de aquella tremenda incertidumbre en la que quedó sumido el mundo católico, después de la abdicación a la cátedra de Pedro. Aquellos días en los que no faltó quien echara a volar alguna oscura profecía.

Pero así como el punto más oscuro de la noche precede al amanecer, el mundo se iluminó con Francisco, el papa al que fueron a buscar “al fin del mundo”. Dentro de 15 días, el 13 de marzo, se cumplirá un año de su llegada al papado. Un año desde que abrió las pesadas puertas del Vaticano y dejó que el aire fresco le volara el solideo, que entrara la luz del día, sin temor a que se hiciera más notorio el polvo acumulado durante siglos. Les abrió las puertas a los mendigos de Roma, que fueron a comer a su mesa, y también a sus amigos judíos con los que compartió un almuerzo kosher en la Casa de Santa Marta.

Dos tucumanos, Raúl y Yoel Feler, de la Mesa del Diálogo Interreligioso de Tucumán, estaban invitados ese 16 de enero, al encuentro organizado por el Congreso Judío Latinoamericano. El clima de confraternidad interreligiosa se vivía aún en las calles del Vaticano. Un cura los encontró a la salida y les preguntó “¿argentinos?” Era el padre Fabián Báez, el cura villero a quien el Papa vio entre la multitud e invitó a treparse al papamóvil para dar un paseo.

Pero lo importante fue lo que ocurrió en la reunión con el Papa. Hablaron líbremente de todos los temas y no faltaron los chistes religiosos. Alguien hizo notar a Francisco cómo había cambiado su semblante desde que lo eligieron “Y … me vino”, contestó con una espontaneidad que todos entendieron. Nunca antes se vio una amistad tan estrecha con los “hermanos mayores”, como los llamó Juan Pablo II. El camino del diálogo iniciado por Bergoglio en la Argentina había llegado al Vaticano.

Al rabino cordobés Marcelo Polakoff, presente en la comitiva, se le ocurrió recordar en silencio al papa Pablo IV, autor de una desgraciada bula titulada “Cum nimis absurdum” (“Cuán extremadamente absurdo”). En ella confinaba a los judíos a un “ghetto”, como explicaba Polakoff en una carta a sus hermanos en la fe. Les prohibía salir a determinados horarios, como también “jugar, comer o mantener familiaridad con los cristianos”. Esa bula fue abolida en 1870 y sólo reapareció fugazmente durante la época nazi.

En aquella reunión memorable, a propuesta del propio rabino, Francisco y sus amigos cantaron en hebreo el salmo 133: “¡qué bueno y agradable es que los hermanos se sienten juntos en unidad!” Rieron. Conversaron. Comieron. Se abrazaron. Francisco bendijo estampitas y rosarios que habían llevado los judíos para regalar a sus amigos católicos. Este es el amanecer de la Era Francisco que hace un año ni siquiera podíamos imaginar.

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