“Los Parques Nacionales solos no pueden contra la destrucción de la naturaleza”

“Los Parques Nacionales solos no pueden contra la destrucción de la naturaleza”

Juan Santillán es el primer guardaparque que vive en una casa en el Campo de los Alisos. Le gusta la soledad y aclara que su tarea no es de policía

LA GACETA / FOTO DE OSVALDO RIPOLL LA GACETA / FOTO DE OSVALDO RIPOLL
26 Enero 2014
Un grupo de guardafaunas termina de ensillar los caballos y se dispone a recorrer el Parque Nacional Campo de los Alisos, al oeste de Alpachiri. El sol arde en la piel y ni siquiera es mediodía. Desde el camping, a metros del arroyo, imponente, se ve la silueta de los Nevados del Aconquija. El sonido del agua golpeando contra las rocas se mezcla con el canto de algunos pájaros que vuelan alto, entre las copas de los centenarios árboles. Desde allí aparece, con su uniforme beige y su enorme sonrisa, Juan Santillán, el guardián del parque.

“Este es el lugar horrible en el que vivo”, ironiza. Juan encarna esas fantasías que tienen muchos: habita en un lugar donde la naturaleza apenas está domesticada y la geografía es capaz de borrar los signos del estrés. “El tuyo, ¿es el mejor trabajo del mundo?”, le preguntamos. “Para mí sí, porque yo disfruto la soledad. Pero a veces es duro”, explica.

Tiene 36 años y es tucumano. Es guardaparque de apoyo y es el primero en vivir dentro del parque Campo de Los Alisos, en una casa que se terminó de construir en octubre. Cuenta que su vínculo con la naturaleza se despertó hace ya muchos años, cuando iba a la escuela de agricultura. Tenía 16 años y empezó a hacer tareas de voluntariado en el parque Sierra de San Javier. A los 19, ya tuvo un empleo oficial en ese espacio verde y en 2005 ingresó a Parques Nacionales oficialmente como guardaparque de apoyo. Después concursó y logró un puesto permanente dentro de Los Alisos.

La propuesta de vivir en el parque llegó este año. El atravesaba una crisis familiar y, entonces, pensó que podía ser una buena terapia. Tiene una hija de 17 años que lo visita a menudo.

Aventurero
Habla pausado, como en sintonía con el medio que lo rodea. Se refiere al parque como si fuera una persona. Aclara que su función y la de sus colegas no es sólo de policía, de guardián del parque. El se siente un comunicador, un nexo entre la naturaleza y la gente para resaltar la importancia de cuidar el medio ambiente. De hecho, Juan tiene más de aventurero que de sheriff. En vez del sombrero reglamentario, usa una gorra por encima de su cabello cortado al ras.

“Para evitar la caza furtiva y la presencia de ganado intruso, tenemos que hacer tareas de vigilancia. También vemos el estado de las sendas y atendemos a los turistas”, resalta Juan. Para definir sus deberes, le gusta el título “agente de conservación de áreas protegidas”. “Trabajamos por vocación, es un estilo de vida con ideales de conservar, para nosotros y para las generaciones futuras”, añade.

Sus días arrancan muy temprano. A las 8 ya es hora de hacer la primera recorrida y enseñarles a los visitantes que llegan con la fantasía de vida en la naturaleza, que las botellas de plástico van a los tachos de basura y las colillas al bolsillo.

“Cada vez vienen más turistas. Y eso está bueno, pero también tenemos que enseñarle a la gente a convivir con la naturaleza”, dice, orgulloso de que el parque que cuida tiene ahora un camping y baños para recibir a los visitantes. La reserva se extiende sobre la ladera oriental de los Nevados de Aconquija, abarcando una superficie de más de 17.000 hectáreas. Comienza en una zona baja y accesible (800 metros sobre el nivel del mar), que se recorren en un día, pero termina a 5.800 metros, en regiones de difícil acceso, donde se encuentran las Ruinas de la Ciudacita.

Lejos de la locura
No lo intimidó ser el primer guardaparques en vivir allí ni estar lejos de su familia. Juan vuelve seguido a la ciudad, adonde visita a su hermana. Pero no le gusta el centro de Tucumán, mucho menos después de los saqueos que se sucedieron en diciembre. “Es todo una locura”, remarca. Y en seguida cambia de tema. Mientras recorre un sendero de interpretación, habla de la función que cumplen los parques.

- ¿Cuál es el principal aporte del Parque Nacional Campo los Alisos?

- La función de un parque nacional es proteger el paisaje y las especies que viven en él. Es conservar muestras representativas. En el caso de Campo de los Alisos, es primordial la protección de la cuenca del río Las Pavas, que es fuente de agua para una buena parte de la población del sur. También protege las Ruinas de la Ciudacita y especies emblemáticas, como la taruca.

- ¿Creés que en Argentina se deberían proteger más espacios bajo la figura de Parques Nacionales?

- No se pueden crear parques demasiado grandes porque es costoso y expropiar terrenos genera bastantes problemas. Hay quienes sostienen que lo ideal es que los parques trabajen fuera de sus límites. Yo creo que los parques nacionales no pueden ser una isla. ¿De qué sirve tener un parque dentro de una matriz degradada? Hay parques que por sí solos no pueden mantener poblaciones estables de especies porque no son lo suficientemente grandes. El parque siempre es una ayuda, pero hay que tener una estrategia más global. No pueden luchar solos contra el avance y la destrucción de la naturaleza. La Ley de Bosques ayuda, sin embargo tampoco es suficiente. Faltan ver otros puntos, como la protección de estepas patagónicas y pastizales de la puna, entre otros.

Lo mejor, lo peor
De regreso a su casa en el área conocida como Santa Rosa (en la parte más baja y accesible del parque), Juan dice que lo más lindo de vivir en medio de la naturaleza es la paz, la tranquilidad, el estar lejos de la contaminación. Lo más feo: “tener que estar juntando la basura que tira la gente. No es mi función, pero es algo que me saca, no lo puedo entender”.

En su pequeña cocina comedor hay varios machetes, una sola silla en un rincón y una mesita que amontona cosas. La gran protagonista es una hamaca paraguaya, en la que Juan come, lee y duerme. No tiene televisor y pocas veces hay señal en su viejo celular. La energía que llega a las lámparas y a los enchufes es por medio de pantallas solares. El agua que toma viene directamente de los arroyos. “No está potabilizada, pero confío ciegamente en que está bien”, exclam a este guardián que duerme con la puerta abierta, no usa repelente de insectos y no les teme a las arañas. Nunca mató una.

Al lado de una computadora algo empolvada, tiene varios libros. Es capaz de leer 180 páginas en una noche. Ahora, el turno es de “Sendas de la Gloria”, la biografía novelada sobre Georges Mallory, uno de los primeros (dicen) en subir al cumbre del Everest.

No siempre duerme en esa casa. A menudo, sale a caballo a hacer recorridos y no sabe cuándo vuelve. Duerme en carpa, en cualquier parte donde lo agarre la noche. Cuando anda de “patrulla”, su función es verificar que no haya animales ni vegetales intrusos. “Es más común la segunda opción. A veces ingresa una planta exótica y empieza a ganar terreno, generando inconvenientes a otra especie típica del parque. Y entonces, hay que empezar a machetear”, detalla.

Su mejor confidente es un árbol de más de 500 años y su corazón, dentro de la reserva, le pertenece a la taruca (es un cérvido protegido, declarado monumento natural). No tiene un lugar favorito en el parque. A veces, pasa horas mirando la flora y la fauna que lo rodean. Es fotógrafo aficionado y ya ganó varios premios en la categoría naturaleza. Pero a Juan no le gusta alardear con eso. Tampoco con su vida. “Esto no es nada extraordinario”, remata, y se vuelve a internar en la vegetación, con su traje de guardaparque gastado y su sonrisa reluciente.

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