Un recuerdo de la niñez lo empujó a escalar el Aconcagua ¡22 veces!

Un recuerdo de la niñez lo empujó a escalar el Aconcagua ¡22 veces!

Jorge Pablo González es un tucumano por adopción y ex sacerdote que está enamorado del andinismo. También subió al Everest

CAMINO AL ACONCAGUA. Cargado con su equipo, Jorge posa con la cordillera de los Andes de fondo. gentileza jorge pablo gonzalez CAMINO AL ACONCAGUA. Cargado con su equipo, Jorge posa con la cordillera de los Andes de fondo. gentileza jorge pablo gonzalez
24 Enero 2014
“Y si la moza y la zamba llegan a ser tucumanas, ahogate en agua bendita, que ya ni el diablo te salva”, dicen los versos de una exquisita zamba de Miguel Angel Pérez y Gustavo “El Cuchi” Leguizamón. Y esto parece haberle sucedido al porteño Jorge Pablo González, de 47 años, que vivió durante algunos años en Mendoza y hace seis meses de radicó en Tucumán.

Enamorado de Violeta, dejó todo y se vino al calor tropical con sus conocimientos y rica historia a cuestas. Todo en una mochila. “Estoy acostumbrado a los cambios, mi papá trabajó en la construcción de dependencias del Ejército durante muchos años, así que cada determinado tiempo, cuando terminaba una obra, toda la familia se traslada a la provincia en donde se requiriera de sus servicios”, contó.

El destino quiso que se radicarán durante parte de su niñez y adolescencia en Mendoza, en donde descubrió el andinismo. “De esa época, cuando tenía 9 años, me marcó un viaje hasta el campamento base del Aconcagua porque al llegar vi a una expedición española. Me acerqué a uno de ellos y le pregunté qué se sentía al llegar a la cima. Me respondió: ‘Cuando subas algún día lo vas a saber’. Esa respuesta fue el motor de lo que haría más tarde”, recuerda. A los 14 años llegó a la cima del cerro Tronador, de 3.410 metros, en Bariloche. Por esas vueltas de la vida, a los 19 ingresó al seminario en Buenos Aires y a los 23 años se ordenó sacerdote.

Diferencias
“Trabajé en barrios pobres y villas en la diócesis de Morón. En 2001, por diferencias con la jerarquía, cuando se hizo público el escándalo del cura Julio César Grassi, solicité una licencia y me retiré de la Iglesia. Quedé solo, sin nada, pero con un futuro inmenso por delante y dispuesto a no perder ni un minuto”.

Así, tomó los pocos pesos que tenía y partió en bicicleta hacia México, ida y vuelta, aventura que se extendió por dos años en los que vivió de sus conocimientos en la construcción. “Mi especialidad era la pintura, haciendo eso viví con lo mínimo y necesario, sin ataduras para concretar ese viaje”, recuerda. En 2004 toda su familia se instaló en forma definitiva en Mendoza, en donde tomó cursos para dedicarse con exclusividad al andinismo. En 2006 formó parte de una expedición de catalanes a la cima del Aconcagua (6.962 metros). Un año después, ellos lo invitaron a escalar el Cho Oyu, la sexta montaña más alta del mundo, de 8.201 metros. Entre fines de 2007 y principios de 2010 se instaló en Nepal y recorrió el norte de África, en donde se interiorizó de los secretos del yoga, de la cultura hindú y de la medicina ayurvédica. “Pude conocer al Dalai Lama en persona; fue una experiencia inolvidable”, cuenta.

En el techo del mundo
En 2010 retornó a Mendoza y no paró de concretar ascensos al Aconcagua, hasta que el 2012, junto al andinista Mariano Galván, llegan a la cima del mundo, el Everest, de 8.848 metros. “Inexplicable es la palabra que define concretar ese objetivo. Además, logramos hacerlo sin equipos de oxígeno, lo que nos dio un plus al ya complicado desafío”, narró.

Este último 13 de enero, a las 14, llegó otra vez al punto más alto del Aconcagua, la número 22, que esta vez lo recibió con vientos de hasta 70 kilómetros por hora y con 25° bajo cero. En la expedición también estuvieron los tucumanos Pablo Kustnetzoff y su hijo Aldo, de 17 años, y Adolfo Sanso. De ellos, sólo Aldo hizo cumbre porque Pablo y Adolfo tuvieron problemas de salud.

“Fue un ascenso especial porque hace unos meses me atropelló un auto que iba a contramano; así me recibió Tucumán. Por las heridas en la pierna izquierda, creían que no podría hacer esfuerzos extremos pero demostré que se puede. Cuando estuve arriba, lloré por eso y por felicidad que me provoca el amor de quienes me rodean”, contó.

Antes de descender, este tucumano por adopción dejó dos recuerdos en la montaña: una bandera contra la trata de personas, de la Fundación María de los Ángeles y una placa de metal grabada con la leyenda “Sólo el amor transforma”, del artista plástico tucumano César Delgado.

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