Dios nos espera en el paraíso

Dios nos espera en el paraíso

Por PBR. Dr. Marcelo Barrionuevo

10 Noviembre 2013
Hay cielo, y nos espera Dios. Las lecturas de la santa misa de este XXXII domingo del tiempo ordinario hablan de la resurrección de los muertos y de la vida del mundo futuro. En el pasaje del Evangelio de Lucas algunos saduceos se dirigen a Jesús con una pregunta insidiosa. Niegan que haya resurrección de los muertos, y quieren lograr que Jesús tome una posición al respecto, pero Él les responde, como siempre, con una claridad cristalina.

El Señor afirma que los muertos resucitan. Ésta es la afirmación más importante y solemne. Observa: "Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven" (Lc 20,37-38).

Cómo será la vida eterna

Explica también cómo será la vida eterna, partiendo de la pregunta provocadora de los saduceos. A éstos, que con evidente ironía le preguntan de quién será esposa, después de la muerte, una mujer que tuvo durante su vida muchos maridos sucesivos, Jesús responde que los resucitados en el más allá "ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección" (Lc 20,35-36).

Así pues, en estas breves expresiones, el Maestro reafirma dos veces consecutivas la verdad de la resurrección, agregando claramente que la existencia, después de la muerte, será diferente de la existencia en la tierra: desaparecerá la procreación, necesaria en el tiempo, según las palabras del Creador: "Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla" (Gn 1,28). Y dado que la vida de los resucitados será semejante a la de los ángeles, nos da a entender que la persona humana estará libre de las necesidades relacionadas con la presente condición mortal.

Gracias a otros pasajes de la Sagrada Escritura y a la reflexión de los padres de la Iglesia sabemos que el paraíso constituye la respuesta más elevada a nuestra necesidad íntima de felicidad, a través de la posesión directa del Bien infinito: Dios.

San Agustín escribió: "ibi vacabimus, et videbimus; videbimus, et amabimus; amabimus, et laudabimus. Ecce quod erit in fine sine fine" (De civitate Dei, XXII, 30,5). En el paraíso "descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que habrá al fin sin fin".

"Espero en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro". Esta última afirmación del Credo, constituye la respuesta cristiana a la esperanza radical del hombre. No se puede vivir instalado permanentemente en la duda, el temor, la inseguridad. No se puede vivir sin esperanza. Incluso en aquellos casos en que no se cree en nada ni en nadie, la criatura humana siempre se aferra a algo o a alguien. Es la intuición o el anhelo profundo de que el mal, en cualquiera de sus variantes, no tendrá la última palabra. Sin embargo, la muerte es el aplastamiento total y sin remedio de toda esperanza terrena.

Del corazón humano emerge esta pregunta: ¿Nos convertiremos en ceniza o seguiremos viviendo de otra manera? La pregunta refleja la misma situación de los saduceos, ¿ que será de nosotros luego de la muerte? Y como afirmamos arriba, luego de la muerte tenemos la certeza de la fe que Dios nos espera. Dependerá de nosotros llegar a El.

Reflexionemos

En el cristiano no existe la duda borgiana de "ya sabré si Dios existe", en nuestra fe caminamos con la certeza de la meta final. Nuestro caminar esta reforzado en la convicción de fe en la comunión con el Señor. Allí seremos plenamente felices, hay que creer. Mucho carece el hombre que camina sin la luz del final. Que el cielo nos encuentre juntos.

Temas San Agustín
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios