"Las corporaciones compraron a nuestros líderes"

"Las corporaciones compraron a nuestros líderes"

Grupos de indignados estadounidenses protestan por tiempo indefinido contra el sistema económico, a pasos de la Bolsa de Comercio

EN MANHATTAN. Este es tiempo para hacer cambios, entre lo que es correcto y lo que es sencillo, dice el cartel que muestra uno de los activistas. LA GACETA / FOTO DE IRENE BENITO (ENVIADA ESPECIAL) EN MANHATTAN. "Este es tiempo para hacer cambios, entre lo que es correcto y lo que es sencillo", dice el cartel que muestra uno de los activistas. LA GACETA / FOTO DE IRENE BENITO (ENVIADA ESPECIAL)
Tomemos al toro por las astas", propone un cartel de cartón depositado en un banco de la plaza Zuccotti, sede estadounidense del movimiento de los indignados desde el pasado 17 de septiembre. Ese día, un grupo de jóvenes y adultos de todo el país avanzó hacia el sur de Manhattan (Downtown) con la intención expresa de "ocupar" Wall Street y, con esa acción simbólica, aportar un nuevo capítulo al brote de protesta global que ya echó raíces en Egipto, Túnez, Libia, Grecia, España e Islandia.

El cuadrúpedo al que hace referencia la consigna es la escultura de bronce creada por el artista Arturo Di Modica y colocada en las inmediaciones de la bolsa a finales de la década de 1980. Con los años, ese macho agresivo, musculoso y a punto de embestir a su imaginaria presa, se convirtió en la imagen del capitalismo financiero y la economía de libre mercado defendida a capa y espada por la América de los Kennedy. Según los indignados, aquel toro oculta un sistema injusto donde la seguridad de un puñado de ejecutivos es sostenida a expensas de la inseguridad del conjunto.

"¡Las corporaciones que controlan la riqueza han comprado a nuestros líderes elegidos democráticamente, arrebatándoles la capacidad de escuchar nuestra voz, la voz de la gente!", exclama el panfleto "oficial" de los indignados de EE.UU., que, al igual que sus congéneres de Sol (la plaza madrileña), acampan en Zuccotti por tiempo indefinido.

"Nos quedaremos aquí hasta que veamos alguna reacción en el Gobierno", anuncia el músico Stephen Morris, que exhibe una pancarta con este mensaje: "Wall Street y las empresas han corrompido el proceso político".

La crisis económica, el desempleo y los planes de recorte del gasto público alimentan la bronca de los activistas concentrados en el sur de Manhattan. Las reivindicaciones vinculadas al bosillo no son, sin embargo, las únicas: también protestan en contra de la guerra en Oriente Medio, y repudian el conservadurismo político en materia de cambio climático y problemática ambiental. "Todos nuestros males tienen el mismo origen: el dinero y la ambición desmedida de los ricos", postula John, un universitario de Arizona convencido de que la codicia ajena ha ido demasiado lejos. Añade: "ellos nos han traído hasta aquí; ahora tendrán que soportar nuestro descontento".

Acorralado

La incipiente demostración de indignación ha convertido a Wall Street en un búnker (hace una semana, un blindaje similar bloqueó la circulación en Ground Zero -área situada a 400 metros de la bolsa- con motivo del décimo aniversario de los ataques del 11-S).

Al día siguiente de la toma de Zuccotti, aparecieron vallas, policías y medidas de seguridad en la zona bancaria. También calles cerradas y vacías; escudos; trincheras; armas a la vista y una vigilancia permanente de la protesta.

Una cerca de metal acorraló al toro de Di Modica. "Este país se precia de su libertad de expresión, pero la mínima disidencia activa un estado de sitio", apunta con gesto desafiante la educadora neoyorquina Barbara Thomas.

La convivencia de indignados con agentes policiales y turistas -Wall Street, qué duda cabe, es una de las atracciones más demandadas de la ciudad- ha comenzado a los tropezones, con un incidente confuso en la esquina de las calles Liberty y Broadway, a metros de una sucursal de Bank of America (dos o tres manifestantes fueron detenidos con el cargo de perturbar la paz pública).

"Ocurre que somos inexpertos: nunca antes hemos ocupado una plaza. Los estadounidenses no estamos acostumbrados a salir a la calle para reclamar nuestros derechos", medita Morris. Y esa falta de hábito, según su opinión, genera un ámbito propicio para los abusos y tropelías del poder.

Protestando se aprende a protestar. De a poco, los indignados de Wall Street organizan la resistencia encabezados por un enérgico "departamento de propaganda". De algún modo, este sector logra "bajar" a cartones y rudimentarios carteles (marcador mediante) las numerosas consignas políticas y sociales que impregnan el aire de Zuccotti.

Más allá, sobre un banco de piedra, un grupo despacha comidas (sándwiches, pizzas, rebanadas de pan con mantequilla de maní y botellas de agua) y otro propone más actividades: una marcha, un debate, una lluvia de ideas y una -infaltable- campaña de difusión en las redes sociales (la etiqueta en Twitter es #OccupyWallStreet).

La prioridad número uno es conseguir más apoyo para la iniciativa surgida en el interior de dos grupos "antisistema": Adbusters, plataforma que, entre otras cosas, cuestiona la cultura consumista, y Anonymous, controvertida red de ciberactivismo.

En Zuccotti, no obstante, rechazan el encasillamiento en la izquierda. "No vinimos aquí para rendir culto a una ideología, sino para mostrar nuestra decepción", explica Joseph, un estudiante oriundo de New Jersey. "El hartazgo y la desesperanza existe en las clases media y trabajadora y, por supuesto, en los sectores pobres", aporta Josh, un ingeniero de Miami.

La "primera ocupación"

Con el correr de las horas, la protesta gana difusión. Muchos peatones y curiosos se detienen a preguntar de qué se trata. Algunos se conforman con tomar una foto de la "primera ocupación de Wall Street" (técnicamente, la plaza está a una cuadra de la Reserva Federal de Nueva York y a 250 metros del edificio del New York Stock Exchange).

De vez en cuando, un contingente de ancianos aparece con donaciones de alimentos. Otros, con colchones y bolsas de dormir. La acampada atrae a gente pintoresca, como Carl Person, candidato a presidente por el Partido Libertario, y único hombre de saco y corbata en todo Zuccotti. "Sólo crearemos empleo si apuntalamos los pequeños comercios", predica a un costado de la plaza.

En el otro extremo del enclave, Katrina Brees, una artista de Louisiana, comenta que viajó a Nueva York para buscar respuestas sociales. Con ella vino su bicicleta-unicornio, y una pancarta por demás provocativa: "ey, gente de Wall Street, dejen un poco de cocaína para Nueva Orleans". Brees no tiene duda de que las drogas nublan el intelecto de banqueros y especuladores financieros: "sus delirios nos condenan a un infierno".

En Zuccotti también disparan -retóricamente- contra el presidente Barack Obama. El eslogan "yes we can" ("sí podemos") que usó exitosamente en la campaña de 2008 se le ha vuelto en contra. "Quizá sea un buen tipo, pero ha demostrado que no puede rebelarse contra la maquinaria económica", señala Kathy Jones, de Filadelfia. "Estamos aquí para recordarle sus promesas. Estados Unidos necesita un cambio profundo", agrega.

Carteles desparramados en el piso mencionan la palabra mágica: "revolución". Pero ningún concepto supera a la metáfora de tomar al toro por los cuernos.

Tamaño texto
Comentarios
NOTICIAS RELACIONADAS
Comentarios