Por Gustavo Martinelli
15 Junio 2011
PREPARATIVOS. La avenida Alem fue ocupada por enormes carpas.
Dicen que soñar con un árbol repleto de limones simboliza la puesta en práctica de las más altas virtudes humanas. Sin embargo, no hace falta soñar para asumir que esas virtudes son hoy el sello indeleble de un Tafì Viejo que está cambiando. Porque, tomando la posta que dejó el ferrocarril, la actividad citrícola se ha convertido hace tiempo en el motor de una economía doméstica que se ha cansado de esperar el regreso del tren. Por eso, homenajear al limón con una fiesta digna de su estirpe frutal no es para nada descabellado. Sobre todo si, con el tiempo y la voluntad política necesaria, llega a convertirse en un patrimonio cultural, al estilo de la Fiesta de la Vendimia en Mendoza. En este sentido, la grandeza de un pueblo no debería medirse con las frías estadísticas de la economía moderna, sino más bien con el cálido quehacer de su gente. Decía Amartya Sen, ganador del Nóbel de Economía en 1998, que la fortaleza de un pueblo radica en el hacer y no tanto en el recibir. Tal vez por eso Tafí Viejo sigue de pie, con más limones que trenes.
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